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Picasso versus Cézanne

Pese a que al final de sus días su nombre corría por París como la pólvora, saltando de boca en boca, lo cierto es que Cézanne no pudo ni imaginarse el papel fundamental que jugaría su figura en la generación de jóvenes artistas que pululaban por aquella nueva y efervescente ciudad. En qué cabeza cabía que él, vapuleado por la crítica, que había recibido siempre los duros golpes del salón y las piedras de los niños del barrio, iba a acabar convirtiéndose en “el gran revolucionario” de la pintura contemporánea.

Por fin, un discipulo

Tendrían que pasar varios años para que se produjese otra enriquecedora conversación entre dos grandes artistas, Picasso y el fotógrafo húngaro Brassaï. En un determinado momento, Picasso comenta: ¡Cézanne…! ¡Fue mi único maestro! Sus cuadros me han acompañado toda la vida. Los he estudiado durante años y años”.

Parece que sí había alguien dispuesto a seguir el camino emprendido por Paul Cézanne, alguien que supo recoger sus enseñanzas, y llegar por fin a la meta, utilizando tan bien las enseñanzas que el pintor de Aix en Provence  le había dejado, que más que llegar a la meta, la superó, dejando en el aire la impresión de que todo lo que se podía hacer ya se había hecho, y dando continuación a la gran corriente reencontrada por Cézanne hasta llevarla casi a su extenuación.

Ahora, el Museo Granet de Aix en Provence da fe de la estrecha relación que se produjo entre Cézanne y Picasso, un diálogo a dos, en el que el pintor malagueño conversa con “Monsieur Cézanne”, como le llamaba él, y que permite ver la obra del pintor español bajo una nueva luz, la del maestro.  

Polos opuestos

Los polos opuestos se atraen, y al pensar en esta contradictoria atracción no debemos olvidar que, a veces, al traspasar la frontera de las apariencias y llegar a lo que hay detrás -sensaciones, sentimientos, deseos…- aprendemos que esta oposición en algunos casos es pura semejanza, maneras distintas de expresar un mismo sentimiento, distintas formas de acercarse a una misma cosa, al mundo, y a las sensaciones que nos produce estar físicamente en él.

Cézanne fue siempre una persona tímida, solitaria e incomprendida. Hijo de un banquero acomodado, sintió desde muy joven que aquella vida no estaba hecha para él, y gracias al respaldo y a la compañía de su amigo Émile Zola, se dedicó a andar y contemplar, buscando por los bosques y los ríos de la Provenza aquello que anhelaba: el mundo, el mundo plasmado en un lienzo, como le dice a Gasquet, “el mundo convertido en pintura”.

Como todo joven de provincias con anhelos de pintor, Cézanne se marcha a París en busca de la bohemia, pero muy pronto rechaza la compañía de los jóvenes artistas, encontrando mucho más grata y enriquecedora la relación que mantenía diariamente en el Louvre con Tintoretto, Poussin, Chardin…

Lo cierto es que poco tardó París en comerse a Paul Cézanne, que tras varios intentos fallidos, abandonaría para siempre sus anhelos de conquistar la capital francesa para acabar retirado en Aix en Provence, dedicando su vida entera a una única cosa, pintar, pintar y trabajar sin descanso. Cézanne se pasaría día y noche buscando, fue, como bien dijo Eugenio D´Ors, “un aprendiz toda su vida”, un aprendiz que acabaría por ser maestro, el padre de la pintura. Al final, fue él el que se comió París, despertando en todos los artistas jóvenes y no tan jóvenes de momento un interés y una admiración sin medida.

Uno de esos jóvenes artistas que andaban diariamente por Montmartre y Montparnasse era Pablo Picasso, su historia es muy distinta. Maestro indiscutible de la pintura del siglo XX, su talento fue reconocido casi desde sus inicios. Extrovertido, egocéntrico y conquistador nato, no tardó mucho en meterse al público y a la crítica en el bolsillo, comiéndose París y todo lo que se le puso por delante.

Al contemplar una fotografía, su mirada lo dice todo, seguro de sí mismo, confiado, sabiéndose un genio, se volvió una gloria en vida, recibiendo en su taller continuas visitas de admiradores y artistas que le obligaron a abandonar París, buscando descanso y tranquilidad en la Provenza, ¡dónde si no!, donde se fue a pasar sus últimos días. Si Cézanne entró por la puerta grande en París al final de su vida, Picasso, en cambio, esperó al final para abandonarlo, marchándose nada más y nada menos que a la región del primero, pasando una temporada en el mismo Aix, a los pies de la montaña Saint-Victoire, que tan obsesivamente pintaría Cézanne

Maestro y aprendiz, aprendiz y maestro

Pese a todas las diferencias que separan a estos dos grandes talentos, maestro y aprendiz, aprendiz y maestro, no se encuentran en realidad tan lejos, pues ambos compartieron durante toda su vida lo importante, aquello que se esconde tras la superficie, debajo de las banalidades, un mismo fin, un motor común que movió siempre sus vidas y que les llevó a un aprendizaje continuo y extenuante que marcaría un antes y un después en la historia de la pintura.

El amor por el arte, y el intento de plasmar el mundo en el lienzo, su mundo. Cézanne no reprodujo el mundo como lo veía, sino que representó sus propias emociones traspasando y traspasadas por el objeto. La tendencia de Cézanne de infundir una expresión personal a su obra, se convirtió en la marca de la pintura del siglo XX, desde las obras de Jackson Pollock a las mujeres de carácter geométrico que vemos en la obra de Willem de Kooning, sin olvidar, claro está, el cubismo de Picasso, cuyas semillas encontramos en la obra del pintor de Aix en Provence.

Y es justo Aix en Provence otra de las cosas que une a Cézanne y a Picasso, y la montaña Saint-Victoire, pintada por el primero de manera obsesiva a lo largo de su vida, creando una obra que, como bien sabemos por Kahnweiler, Picasso adoraba. Así, un día, Picasso anunció a su marchante: “Me acabo de comprar la Sainte-Victoire”. Como era de esperar, Kahnweiler preguntó qué obra de la serie había comprado y Picasso respondió “la auténtica”. De esta manera, Picasso se compró el Castillo de Vauvenargues, situado en la falda norte de la Sainte-Victoire, a quince kilómetros de la patria de Cézanne.

Ahora, más de treinta años después, y con motivo de la exposición Picasso-Cézanne, que se puede ver en el Museo Granet de Aix en Provence [1], la heredera de Picasso y Jacqueline ha abierto Vauvenargues de forma excepcional y durante todo el verano. La exposición, que permanecerá abierta hasta el 27 de septiembre, demuestra la importancia capital que tuvo la figura de Cézanne en la obra de Picasso. A través de pinturas, dibujos, esculturas y grabados, queda patente esta estrecha relación, que convierte a Picasso en discípulo indiscutible de Cézanne y, sin lugar a dudas, su mejor admirador.