Si bien el historiador del arte debe tomar conciencia de sí mismo como especialista, a la vez tiene que no dejar a un lado todos esos factores que, por definición, le colocan en ese lugar determinado de historiador y académico, datos que constituyen su código lingüístico y que hacen válida su función dentro del campo del conocimiento, entendiendo que dicho conocimiento es fundamentalmente diálogo, o sea, comunicación.
Código de conocimiento
Es por ello que aspectos como la propia materialidad de la obra, el momento en que fue concebida o el lugar en que quedó definitivamente emplazada, se convierten en datos que el especialista debe manejar a la hora de posibilitar un código de conocimiento.
En el caso concreto de las exposiciones temporales debe tratar de valorar lo que ve con el ojo codificado del historiador y con el ojo libre del público que, por lo general, es el que termina por asegurar la fama de lo mostrado.
Jean Baptiste Pierre Le Brun (1748-1813) ya cuestionó, a propósito del Louvre, si un museo tenía que ser creado por los técnicos (conservadores) o por los propios artistas, cuestión que vino a quedar zanjada con una frase, también salida de su boca, que venía a concluir que los expertos eran los únicos poseedores de los conocimientos necesarios para organizar una exposición.
El concepto de museo
Por su parte, Pierre Rosenberg (1936), a finales de la década de los ochenta, estupefacto, vio cómo se agotaban los temas expositivos de calidad en favor de otros que exclusivamente hacían engordar determinadas carteras.
Este arco de opiniones azaroso (ya que muchos otros reflexionaron consciente e inconscientemente sobre el papel de los museos) que salta desde el siglo XVIII hasta las últimas décadas del XX, no hace sino volver a transitar el delicado interrogante de si la temporalidad de una muestra de arte sirve para algo y, sobre todo, si ese servir es la más sensata manera de plantear dicha pregunta.
Deberíamos ahondar en el propio origen del concepto de museo, que a fecha de hoy puede ser ampliamente discutido, ya que parecemos vivir en un tiempo que no se aleja de esos orígenes en que prácticamente era imposible distinguir qué era arte y qué entretenimiento o, lo que es lo mismo, qué era o debía ser un museo y qué era o debía ser un parque de atracciones.
Un camino: el rigor acadámico
El rigor académico, termina por ser muchas veces el único modo de obrar que permite la absoluta transparencia científica, al caso, lo más próximo a la verdad histórica (partiendo de la premisa de que ésta siempre es incompleta) ¿Hasta qué punto el historiador del arte debe elaborar un discurso? ¿En qué momento una exposición temporal deja de ser fiel al propio código de sus signos?
Un comisario de exposiciones tendrá siempre en cuenta una realidad dada por la obra y una realidad dada por las nuevas demandas. Ante el comisario surgen obstáculos que pueden llegar a determinar incluso el curso de una exposición (retrasos, trabas diplomáticas, burocracia, riesgos en el transporte).
El comisario de exposición queda muchas veces al servicio de una serie de factores inesperados, a veces sospechosos, que esencialmente le son ajenos, pero que por reflejo acaban por determinar su éxito o su fracaso. Es por ello que una exposición temporal, querámoslo o no, desborda el propio marco del espacio que ocupa y va mucho más allá de su pretensión primera. Por eso podemos decir que el ámbito de las exposiciones temporales pasa, evidentemente, por los especialistas, pero se filtra por toda una compleja red de satélites que van desde la publicidad, la elaboración de catálogos o la concesión de obras.
Testimonio del tiempo
Los propios museos pueden ser almacenes, pero también son un testimonio del tiempo, como las propias mercancías que conservan, y juegan un papel primordial como diccionarios del arte. Para que algo sea real parece que necesariamente ha de estar sostenido por un lenguaje y contenido en una etiqueta, por eso sabemos que algo o alguien existe si, aunque sea en silencio, somos capaces de nombrarlo. Nos guste o no, el museo desempeña un papel primordial en la institucionalización y formulación de la cambiante idea de arte.
Al hablar de exposiciones estamos hablando de esa frontera que separa (o une) al creador y a su público, a la obra y a la mirada. Por eso, el comisariado de exposiciones debe ser terreno fértil al debate, un lugar de llegada donde el arte es mimado o maltratado desde todas sus perspectivas, donde la pieza es creación y es tratada como tal, pero donde también es producto y es tratado como tal ¿Es esto una ciencia exacta?