La noche presagiaba sorpresas. La primera de ellas no se hizo esperar. Sin que nadie reparara apenas en su presencia, deslizándose por el escenario como un felino discreto, silenciosa como un ninja, apareció una joven de ademanes tímidos. Oculta tras su guitarra eléctrica, su flequillo y su aspecto inocente y liviano, saludó al público entre susurros y rasgueó el primer acorde de la noche.
Inmediatamente, la audiencia enmudeció ante la música, más susurrada que cantada, de quien se presentó más tarde como Erin Lang, líder del recién bautizado proyecto musical Feral & Stray (anteriormente Erin Lang & The Foundlings), que acaba de sacar al mercado su cuidado álbum Between you and the sea.
Una plácida burbuja envolvió las paredes de la sala Charada, sometiéndonos a un encantamiento luminoso antes de bajar a las profundidades de Timber Timbre. Lang se ganó al público con sus melodías insinuadas, difuminándose entre la neblina roja del escenario. Su Quiet soul dio paso a una confesión a media voz: era la primera vez que Erin tocaba en Madrid. Tras esto, sonrió, prosiguió con su recital, y con la misma ligereza con la que llegó, se marchó, de nuevo entre susurros y sonrisas tímidas.
Ante ella figura un calendario repleto de ciudades: Sevilla [1], Berlín, Múnich, Viena, Praga y Varsovia, acompañando a Timber Timbre y Agnes Obel. Conviene no perder detalle de los movimientos de esta joven, tan discreta como interesante. La noche no podía haber empezado mejor.
Ritual oscuro
Dos faros se prendieron del escenario, amplificando aún más ese aura enigmática de todo lo acontecido sobre las tablas. Casi sin hacer ruido, como la joven Lang, aparecieron los integrantes de Timber Timbre. A primer golpe de vista sorprendió, eso sí, no ver entre ellos a Mika Posen, encargada del violín y el teclado.
Los canadienses no se andaron por las ramas y comenzaron cuanto antes con su brujería. La banda llegaba más enérgica que nunca, impregnada de esos ritmos a caballo entre un western crepuscular y la sensualidad de una discoteca decadente de los que hacen gala en el que será su próximo disco: Hot dreams [2].
De este último dejaron entrever algunos temas que tuvieron muy buena aceptación entre el público. Sobre el escenario, los músicos se mostraban tan enérgicos como quien está presentando al mundo algo inédito. Pronto aparecieron algunos clásicos de la oscura discografía de la banda. Woman levantó al público en cuanto sus primeros acordes comenzaron a brotar. Con Creep on creepin’ on, que da nombre al cuarto álbum de los canadienses, su vocalista, Taylor Kirk, se permitió jugar con los faros, haciéndolos pendular en las pausas que poblaban la versión.
Entonces comenzó a sonar Bad ritual. La voz del público, como un ente informe, subió considerablemente, jaleando a la banda. Las extrañas marcas rojas de las paredes, semejantes a símbolos de alguna civilización maldita, parecían brillar con más fuerza. Una fuerza desconocida flotaba bajo el techo del local. En aquel momento nadie daba signos de comprender lo que realmente estaba pasando. Habíamos pasado a formar parte del oscuro ritual de unos hechiceros de quienes apenas podíamos vislumbrar sus rostros, ocultos tras la imperecedera neblina roja. Quizá todos lo supieran y a nadie le importaba.
Melodías abisales
Más tarde llegó uno de los clásicos más celebrados de la banda: Black water. La magia oscura de su música logró que un tema que ya de por sí tiene ecos de ultratumba sonara más abisal que nunca. Se permitieron jugar con la cadencia en cada estrofa, ahora bajando el ritmo, ahora acelerándolo, rompiendo toda previsibilidad que pudiera haber en la mente del público.
El mismo Chopin fue convocado al aquelarre con Until the night is over, que integra en sus acordes la melodía de la marcha fúnebre del polaco. «There is a house in New Orleans», comienza, haciendo un guiño a House of the rising sun, dando un giro macabro con la siguiente estrofa («Where you woke from a coma and they bit your cheek / and they cleaned you out when you went to sleep»).
El clásico llevado a la cima por The Animals volvió a aparecer al final de Trouble comes knocking en forma de una potente versión instrumental que fue coreada entre el público.
El final se iba acercando. Taylor Kirk se sinceró ante el micrófono, reconociendo que hablar es lo último que hacía sobre un escenario, así que cerró su discurso de despedida maldiciendo a voz en grito su intervención. Tras esto, acompañado solo por su guitarra, entonó una dulce y retorcida melodía. «Run from me, baby», decía. «Run from me, my good wife», continuaba. «You better run for your life», finalizaba, con irónica ternura.
El resto de integrantes de Timber Timbre se le unió para cerrar aquella macabra canción y obsequieron al público con varios temas más, con los que dieron por finalizado aquel evento mitad concierto, mitad rito.