Un excelente ejemplo de esa metamorfosis que la fotografía lleva en su ADN es la obra de Virxilio Vieitez. Un fotógrafo que sabía, o mejor dicho sentía, que era el mejor en su oficio, pero que no se consideraba a sí mismo como autor, y que desde luego no imaginaba que, después de cincuenta años, se habría reconocido en su producción el valor ‘autorial’ y artístico que le ha situado en una encrucijada de géneros y saberes.
Siempre por encargo
Virxilio Vieitez siempre realizó sus fotografías por encargo, recorriendo Terra de Montes a lo largo y ancho para fotografiar a sus clientes a domicilio. Su obra reúne todas las características del fotógrafo rural que documentaba acontecimientos y momentos vitales de las personas y familias de la zona –desde bautizos hasta bodas, primeras comuniones o funerales– pero, a diferencia de otros, tenía un talento especial para conferir solemnidad a cada uno de los retratos que realizaba. Su estilo era inconfundible. Poseía una capacidad y una intuición extraordinarios a la hora de plantear la puesta en escena, en la que incluía objetos y sugería poses que a veces rozaban el surrealismo pero que, a pesar de ello, se convertirían luego en fragmentos de verdad, fuertemente enlazados con el entorno.
Su papel de fotógrafo de pueblo en aquellos tiempos –de finales de los años cincuenta a los setenta– gozaba de gran prestigio y encajaba perfectamente en el carácter de un personaje especial como Vieitez: inteligente, rápido, competente, instintivo y consciente de sus facultades. Daba órdenes a sus modelos con una firmeza que no admitía discusión y con una lucidez que garantizaba el resultado. «Yo estudiaba la papeleta y, cuando apretaba el disparador, eso era el tiro seguro». Vieitez no desperdiciaba un disparo, era un profesional más que fiable, una apuesta para sus paisanos de la provincia de Pontevedra.
Al aire libre
De los primeros retratos de estudio –según dictaban las costumbres de la época– a los que ambientaba al aire libre, sus preferidos; de los reportajes de ceremonias a las fotos de tamaño carné para el DNI, así como los retratos para enviar a los muchos familiares emigrados: el conjunto de sus imágenes ofrece hoy un excelente testimonio etnográfico, que se convierte en memoria de un pueblo y de una época.
El archivo de Virxilio Vieitez conforma un importante patrimonio cultural conservado en Soutelo de Montes (Pontevedra), el pueblo donde el fotógrafo nació en 1930, donde murió en 2008 y donde trabajó casi toda su vida. Su hija, Keta Vieitez, fue la primera en comprender el incalculable valor histórico y artístico del material fotográfico de su padre, que expuso por primera vez en una muestra autoproducida y presentada en 1997 en un espacio improvisado de Soutelo. Desde entonces se han sucedido otras exposiciones que se han centrado sobre la primera lectura del material accesible.
Material inédito
En esta ocasión –en la que se pretende realizar una muestra rica de material inédito– la investigación ha sido más profunda y extensa: Keta Vieitez, que custodia con pasión el archivo, ha puesto a nuestra disposición negativos, documentos, impresiones originales, objetos y memorabilia. Este análisis de los testimonios de toda una vida ha permitido reconstruir una trayectoria verdaderamente única, ejemplar por un lado, y muy humana por otro. Las salas biográficas representan, por lo tanto, un elemento fundamental de un discurso expositivo, que con sus pruebas concretas quiere subrayar nuestras premisas y reflexiones sobre la naturalezas metamórficas de la fotografía.
Como comisaria, ha sido un privilegio poder entrar en contacto con el material original de un fotógrafo cuya cifra estilística ha dejado su huella, con razón y con fuerza, en la historia del retrato fotográfico, y se te clava en la memoria visual por su elegancia formal, que hace que cada fotografía de Vieitez sea intensa, nítida y potente.
Madrid. Virxilio Vieitez. Espacio Fundación Telefónica [1].
Del 7 de febrero al 19 de mayo de 2013.
Imagen: © Virxilio Vieitez, VEGAP, 2013