No entra impunemente el joven
con su luz en la gruta de las palabras.
Audaz, presiente apenas donde se encuentra.
Joven, aunque ha sufrido, no sabe lo que es el dolor.
Sabio antes de tiempo, se escapa sin haber entrado
Y alega, como excusa, la inmadurez de su edad.
¡La gruta de las palabras!
Sólo el verdadero poeta, y por su cuenta y riesgo,
pierde, delirando en ella, las alas
y con ellas, la manera de someterlas, de nuevo, a la gravedad
y no menoscabar esa fuerza que atrae hacia la tierra.
¡La gruta de las palabras!
Sólo el verdadero poeta regresa con su silencio
para encontrar, ya viejo, a un niño que llora
abandonado por el mundo en su umbral.
Clara Janés, su íntima amiga y espléndida traductora al español, recuerda que cuando en 1984 el checo Jaroslav Seifert recogía el Premio Nobel de Literatura comentó que lo aceptaba en nombre de los poetas de su generación, de la que era el último superviviente, pues otros, como especialmente Holan, lo habían merecido. “Como tendréis curiosidad por saber quien de nosotros era el mejor poeta, –escribió Seifert–, os lo revelaré directamente: era Vladimir Holan, el ángel negro”.
La palabra es importante para Holan, pero el concepto es clave porque “la poesía estalla en la unión de los versos”. Su obra pretende, y logra, convertirse en una especie de caja que recoge en silencio toda la música del mundo.
«¿Cómo no ser?», te preguntas y hasta acabas por decirlo
en voz alta…
Pero el árbol y la piedra lo callan,
aunque ambos son hijos de la palabra y por tanto mudos,
ya que la palabra se asusta de ver lo que ha sido de ella…
Pero los nombres aún los tienen. Los nombres: pino,
arce, álamo temblón… y los nombres: feldespato,
basalto, fonolita, amor… Bellos nombres,
sólo que asustados de ver en qué se han convertido.
(En la profundidad de la noche. Dedicado a Jaroslav Seifert)
No sabes de donde viene este camino
que a ningún sitio conduce.
Pero te importa poco, ya que estuvo lleno de hechizos,
mujeres, milagros y ansias de libertad.
Viste como si hubieran dado muerte a un caballo bajo un ángel;
sólo después conociste el sufrimiento humano
y el de Dios que también va en busca de la felicidad,
Dios, ese amante no correspondido.
(Hacia la poesía)
Cinco fechas marcan la existencia de este autor irrepetible: la ocupación nazi de 1938; la Segunda Guerra Mundial, en el 39; la liberación de 1945 y, de manera categórica, el establecimiento de un gobierno comunista en Checoslovaquia en 1948. Ese año, desde la desvergüenza, se le acusa de estar inmerso en un “formalismo decadente”. Su obra deja de publicarse; se prohíben sus libros. Como respuesta, el inicia su definitivo encierro que no depondrá ni cuando se le levante oficialmente su condena al silencio y en 1963, tras la llamada Primavera de Praga, vuelva a ser publicado. Aunque nunca había dejado de estar porque, como alguien apuntó: ¡Cuánta había sido su presencia en la ausencia!
Hay destinos
donde lo que carece de temblor no es sólido.
Hay amores
en los que el mundo no te basta, falta un pasito.
Hay placeres
en los que te castigas por el arte, pues el arte es pecado.
Hay momentos de mutismo
en que la boca de la mujer hace pensar que el pudor es sólo
cuestión de sexo.
Hay cabellos teñidos por un meteoro
donde es el diablo quien hace la raya.
Hay soledades
en las que miras sólo con un ojo y miras sólo sal.
Hay momentos de frío
en los que estrangulas palomas y te calientas con sus alas.
Hay momentos de gravedad
en los que sientes que has caído ya entre los que caen.
Hay silencios
que debes expresarlos tú, ¡precisamente tú!
(Hay)
Ese encierro, argumenta Clara Janés, pronto hizo de Holan un mito porque, siendo su realidad vital, tiene un alto carácter simbólico y, paradójicamente, se constituye en gesto de una libertad inexpugnable.
No es indiferente el lugar donde estamos.
Algunas estrellas se acercan entre sí peligrosamente.
También aquí abajo hay separaciones violentas de amantes
sólo para que el tiempo se acelere
con el latido de su corazón.
Las gentes sencillas son las únicas que no buscan la felicidad…
(No es)
El ser, el conocimiento, el límite y la contradicción entre lo posible y lo imposible, la enfermedad, el sueño y la vigilia, la lucha entre la razón y la imaginación, la muerte y la belleza… temas que gravitan sobre su extensa, compleja y fascinante obra. El universo poético de Holan está cuajado de simbolismos, y su espacio habitual es el de la noche, en cuyo ámbito la realidad es misteriosa y fantasmal.
Si los vivos pasaran por delante de los muertos
sería el final del presente y el futuro de los remordimientos…
Si los vivos pasaran por encima de los muertos,
nosotros, los vivos, volaríamos…
Pero la cosa es así:
remordimientos sí, alas no.
(Que los muertos entierren a los muertos)
Sí, es el alba… Ropa sucia
sobre el cuerpo lavado de una hermosa…
Tocar, ah, sólo tocar,
¡mas de la nada ni tan siquiera el sueño!
También tú, allá abajo, te esfuerzas en vano de alto en alto,
pues quien se ha sumido en la poesía
ya nunca se saldrá.
(Al alba)
Cuando llueve en domingo y tú estás solo,
completamente sólo,
abierto a todo, pero no llega ni un ladrón
y no llama a la puerta ni el borracho ni el enemigo;
cuando llueve en domingo, mientras tú estás abandonado
y no comprendes cómo vivir sin cuerpo
y cómo no vivir puesto que tienes cuerpo;
cuando llueve en domingo y, sólo, no eres más que tú,
¡No esperes ni hablar contigo mismo!
Entonces el ángel es el único que sabe
lo que hay encima de él,
Entonces el diablo es el único que sabe
lo que hay debajo de él.
El libro sostenido, el poema al caer…
(Cuando llueve en domingo)
¿Que después de esta vida tengamos que despertarnos
un día aquí al estruendo terrible de trompetas y clarines?
Perdona, Dios, pero me consuelo pensando
que el principio de nuestra resurrección,
la de todos los difuntos,
la anunciará el simple canto de un gallo…
Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento…
La primera en levantarse será mamá…
La oiremos encender silenciosamente el fuego,
poner silenciosamente el agua sobre el fogón
y coger con sigilo del armario el molinillo de café.
Estaremos de nuevo en casa.
(Resurrección)
Sus personajes, siempre amenazados, parecen quebrarse y sucumbir ante el peso de la realidad.
Entramos en la cabina y estábamos allí solos los dos.
Nos miramos sin hacer otra cosa.
Dos vidas, un instante, la plenitud, la felicidad…
En el quinto piso ella bajó y yo, que continuaba,
comprendí que nunca más la vería,
que era un encuentro de una vez para siempre
y que aunque la hubiera seguido lo habría hecho como un muerto,
y que si ella se hubiera vuelto hacia mí
sólo hubiera podido hacerlo desde el otro mundo.
(Encuentro en el ascensor)
Y los giros. Los elementos de sorpresa comunes en el remate de muchos de sus poemas.
Estaba solo, completamente solo,
incluso el sueño nocturno me había abandonado…
De pronto me pareció oír no unas palabras sino unos sonidos,
unos sonidos siempre en tres suspiros
Como viento y harina…
«¿Qué puede ser eso? ¡No hay tiempo que perder!»,
mascullé, y enderezándome el cabello con un trago de vino
me puse en pie y, desnudo, palpé en la oscuridad
y un momento después la negra fiebre de mi mano
abría el armario… En su interior las polillas agitaban los trajes…
Soy más mortal que mi cuerpo…
(Noche de insomnio)
La buscó con tesón a lo largo de toda su existencia. Hundió en ella las manos y ella, la poesía, se sintió reconfortada. Él, Valdimir Holan, el ángel negro; no. Lo manifiesta obstinadamente a lo largo de toda su obra: busca la perfección escarbando una y otra vez en la enigmática gruta de las palabras. “La poesía es el misterio pero debería ser la precisión”, lamentó. Acaso por utópica, la perfección no la logró, pero desde el refugio-guarida de su isla del Moldava, en la negra noche de Praga, este solitario fue tejiendo los poemas de un ángel. A ratos desconcertado, resignado a ratos, grande siempre:
Al poeta no se le puede excusar nada, ni siquiera su muerte.
Y sin embargo de su peligroso ser
quedan aquí siempre, en cierto modo, de más,
algunos signos. Y en ellos, es verdad,
no la perfección, aunque fuera el paraíso,
sino la veracidad, aunque tuviera que ser el infierno.
(Avanzando)
El ángel negro
Vladimir Holan nació en Praga el 16 de septiembre de 1905. A los seis años se trasladó con su familia a Podolí, una pequeña aldea de la Bohemia central. Regresó a Praga en 1919, en donde cursó estudios de secundaria y aprendió latín. Trabajó en una compañía de seguros durante siete años y en 1933 se casa y se incorpora a la redacción de la revista Zivot, desde donde pasó, en 1939, a la publicación sobre teatro Program D40, que abandonaría en 1940 para dedicarse de lleno a la literatura. Sólo realizó dos viajes en su vida. Uno a Italia en 1929, en donde visitó la Toscana, y otro a París, en 1937. En 1926 publicó su primer libro, Abanico en delirio. Tres años más tarde aparecen El triunfo de la muerte y Soplo, con un estilo de poesía hermética próximo al del simbolista francés Mallarmé. En 1932 publicó su primer libro en prosa, Kolury. Siguió escribiendo y dando a la imprenta libros en prosa, como Torso y nueva poesía, de un estilo vanguardista, tal es Piedra, vienes (1937). Un año más tarde, con la amenaza de Hitler, Holan comenzó a escribir una poesía más comprometida, cercana y social, y en esta línea publicó Septiembre. Interesado por la poesía española, contó con la colaboración del hispanista Václav Černý para traducir la Fábula de Polifemo y Galatea de Góngora. En estos años verían también la luz Canto de los tres reyes y Sueño (ambos de 1939), Trueno y Primer testamento (que datan de 1940) y su prosa Lemuria. Entre 1941 y 1943 continuó con su prolífica obra: Coro, Terezka Planetová, y una recopilación de poesía tradicional checa en colaboración con František Halas titulada Amor y muerte. Paralelamente fue redactando un diario que comprende los años de la ocupación nazi al que tituló Trapos, huesos, piel. En 1947, una vez liberada Checoslovaquia por el Ejército soviético, surgieron Soldados del Ejército Rojo y A ti. Un año más tarde, se trasladó a vivir a la isla-barrio praguense de Kampa, donde se encerró para el resto de su vida. Enclaustrado en Kampa, y ya convertido en un mito, comenzó a escribir sus obras más importantes, que se inician con Una noche con Hamlet. Poco después emprende la escritura de Dolor e Historias y posteriormente Toscana. En los años 60 vieron la luz Bajaja, Triálogo, Avanzando, Dolor, En el último trance, Un gallo para Esculapio y la compilación de sus traducciones poéticas bajo el título En camino. Ya en 1973 publica Noche con Ofelia. Un año antes de morir vio impresa la antología El árbol se quita la cabeza. Vladimir Holan falleció en su casita de Kampa el 31 de marzo de 1980. En 1981 se publicó Abismo de abismo, su último libro. Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores acaba de publicar con el titulo La gruta de las palabras una muy amplia selección de la obra de Holan, traducida y prologada por la poetisa española Clara Janés, que fue durante años asidua visitante del escritor en su refugio de Praga. |