De mayor peso en esta valoración incurre su naturaleza como pintor, de un carácter ligeramente errático, que le hace pasar del clasicismo más academicista a un espectro visionario muy acorde a la esencia del mejor William Blake. Recordemos que la trayectoria vital y artística de Watts circunscribe la mayor parte del siglo XIX, alcanzando el punto álgido de su trayectoria conceptual entre los vientos del simbolismo tan propio del fin de siècle, pero también demarcando los límites del llamado Aesthetic Movement de Edward Burne-Jones y semejando en ocasiones una figura paternal para el mismo Lord Leighton. Con todo, Watts es una figura solitaria y excepcional dentro de la misma esencia fuera de marco que suponen las raigambres de la pintura inglesa para la historiografía artística contemporánea.
El último heredero
Si lo visualizamos desde ese prisma, Watts es tal vez el último heredero de la auténtica tradición pictórica británica; la demarcada por la naturaleza del outsider, de la indecibilidad visionaria anclada en los sueños y las imaginerías fuera a la vez que dentro de su tiempo. La lista no es demasiado amplia, pero sí impregnada de cierta contundencia al contar con nombres de la relevancia de Turner, que en su etapa final alcanza la abstracción figurativa, bien toda la hermandad prerrafaelita –en su trasgresora insularidad–, o el que podemos considerar elemento seminal, el ya mencionado Blake. Todos ellos resumen cierto espíritu idealista presente en el arte inglés desde comienzos de siglo, un vocabulario artístico contrapuesto a las ideas académicas dominantes que creará una puerta para la introducción de las corrientes simbolistas en Inglaterra.
El cúmulo de influencias dispares que inundan la pintura de Watts estriban entre las construcciones anatómicas propias de la escultura griega y la sombra de Miguel Ángel, el predominio de un empleo del color atado a raigambres herederas de la escuela veneciana y una creciente predisposición conceptual hacia la alegoría y el símbolo. Asimismo, era un moralista en la estela de Ruskin, creyendo firmemente en la función de elevación numinosa inherente a la función pictórica en un vago y abstracto hálito teológico. Por ello, pese a que en sus inicios hubo de ser considerado un paradigma del clasicismo, lo cierto es que poca de su obra puede ser enclavada dentro de un arquetipo temático referencial; en nuestra opinión, resulta bastante claro que no podemos considerarle un pintor clasicista en el sentido completo del término. Cualquier duda al respecto queda disipada a partir de la década de 1860, cuando comienza a moverse en un camino sin retorno hacia el terreno de la alegoría mediante el vehículo propio a la libertad del imaginario. Las figuraciones alegóricas de Watts habitan en un espacio fuera del tiempo, toda vez que de algún modo haciendo presentes connotaciones individuales propias de la era victoriana que le tocó vivir.
La esencia del símbolo
Su propia creación fantástica, enclavada en la esencia del símbolo, transcurre entre una serie de brumosas abstracciones arquetípicas y muchas veces duales, léase el nacimiento y la muerte, riqueza y miseria, la vida y el amor o el clásico maniqueísmo entre las nociones básicas del bien y el mal. «I paint ideas, not things», hubo de escribir, en toda una declaración de intenciones sobre sus principios artísticos. Una versión muy particular del simbolismo, a tenor de cierta concentración en lo que denominaríamos convencionalmente noble, pero no por ello menos garante de contundencia expresiva y evocativa –más bien lo contrario– si efectuamos una comparativa con lo más habitual en la pintura del fin de siècle francés.
La influencia en cuanto a su uso del color de la pintura renacentista veneciana, de la que ya hemos hablado, comunica a sus cuadros cierta atmósfera irreal, donde la figuración se funde con una suerte de expresionismo nebuloso, quizá en la intención de mostrar cómo las imágenes son productos del ensueño o la querencia por el ideal. El significado –la posible parábola– se encuentra revestido de una esencia a la que la técnica favorece otorgándole la fuerza de la más pura ensoñación. Así, podemos decir que Watts es quizá el auténtico heredero de la posición demarcada por William Blake y propia únicamente a la naturaleza de los profetas; pensar en imágenes lo que se presenta de manera espontanea ante el ojo interior y se concretiza plásticamente en el lienzo.