Como se informa en la web de la UPV/EHU, el faro ha proporcionado desde la antigüedad seguridad al navegante, de guía hacia tierra firme. En la actualidad, a pesar de las nuevas tecnologías, siguen cumpliendo su función, siendo un elevado número de ellos, elementos con gran valor patrimonial. En opinión del profesor Sánchez Beitia, «solo un faro en activo posee un valor como elemento del Patrimonio Industrial. Es indiferente, en principio, si el faro activo emplea tecnología de última generación o conserva tecnología de los siglos XIX o XX. La cuestión clave es que esté en funcionamiento, cumpliendo la función para la que fue erigido. Únicamente desde el uso y su utilidad se puede apreciar y preservar».
El faro está compuesto por lámparas, lentes o espejos, maquinaria de giro o destello y por construcciones, torres y viviendas. Siempre incluye un aljibe y, generalmente, pequeñas construcciones aisladas a modo de almacén. «Es un conjunto que está inmerso en la memoria de su zona de emplazamiento y en la sociedad local, habiendo contribuido al sostenimiento de la economía del lugar. Cumple, por tanto, con todos los conceptos que definen al Patrimonio Industrial. Sin embargo se diferencia, con respecto a otros elementos considerados como Patrimonio Industrial, en que para su descripción es preciso contemplar los componentes tecnológicos, los elementos constructivos y el impacto que han producido en la sociedad, todo ello en funcionamiento y a pleno rendimiento. Los primeros son consecuencia de avances tecnológicos de principios del siglo XIX, vigentes hoy en día. Los segundos son, en ocasiones, verdaderos alardes por su osadía; el solar se encuentra en muchas ocasiones en zonas que incluso hoy en día una edificación en él sería un auténtico reto. Es habitual encontrar faros en ladera a 100 metros sobre el nivel del mar con accesos escarpados».
Capital influencia
Los faros han tenido y tienen una capital influencia sobre el desarrollo económico de España. «En muchas ocasiones se colocaban a petición de diversos colectivos locales bien porque se precisaba señalizar un puerto, lugar de intercambio de mercancías, o bien para señalizar accidentes orográficos que ayudaban a la navegación, favoreciendo la exportación de productos o materias primas, minería fundamentalmente, de la zona. En otras ocasiones eran los países europeos, Francia e Inglaterra esencialmente, quienes reclamaban la instalación de faros para proteger a sus flotas mercantes en las derrotas por las costas españolas. Se dispone de datos económicos que permiten cuantificar el impacto de los puertos y de la navegación en España sobre la economía nacional, a lo largo de los años», explica Santiago Sánchez Beitia, responsable del Máster de Rehabilitación, Restauración y Gestión Integral del Patrimonio Construido y de las Construcciones Existentes de la UPV/EHU y del Programa de Doctorado de Patrimonio Arquitectónico, Civil, Urbanístico y de las Construcciones Existentes.
El primer plan de faros se concibió a mediados del siglo XIX, coincidente con la llegada de la Revolución Industrial, iniciada en el Reino Unido a finales del siglo anterior. «Los avances tecnológicos de esa época facilitan la construcción de una incipiente maquinaria, que rápidamente evoluciona mejorando sus prestaciones. Los faros acogen esta nueva tecnología, propiciando la construcción de un elevado número de ellos. Antes de mediados del XIX, ya se menciona en los tratados de historia la existencia de torreones de señalización de puertos y accidentes orográficos mediante hogueras y lámparas primitivas. Era una necesidad de los navegantes y de las poblaciones costeras que se vio empujada por el despegue económico de la revolución industrial. Nos encontramos, por tanto, con otro ‘valor’ del faro; su contribución al progreso de la economía y en consecuencia al bienestar de la sociedad», continúa Sánchez Beitia.
El farero
Pero un faro necesitaba de un operario para que hiciese funcionar todo el sistema. «Este era parte insustituible del faro. La vinculación con su centro de trabajo era total puesto que vivía en él, soportando los sucesos que acontecían en el lugar. Existe una gran cantidad de bibliografía recordando naufragios, grandes temporales, etc., en la que se hace mención al rol jugado por ellos. Faro y torrero formaban una unidad, impensable uno sin el otro. La automatización de los faros ha derivado en que la profesión está en proceso de extinción. No obstante, queda la memoria de su concurso imprescindible en la historia de los faros y de su evolución hasta nuestros días».
El torrero, farero o técnico de señalizaciones marítimas tenía, entre sus funciones, la obligación de cumplimentar diariamente tres tipos de libros: El Libro de Servicio, el Libro de Comunicaciones y el Libro de Órdenes, donde se reflejaba, de modo manuscrito, las contingencias diarias del servicio, un resumen del contenido de la correspondencia intercambiada con los encargados superiores, las sustituciones o reparaciones efectuadas en el faro e, incluso, un reducido parte meteorológico. Esta documentación escrita constituye un Valor Documental añadido al arquitectónico, tecnológico y social.
El equipo de investigación ha intentado identificar todas estas cuestiones para cada faro, elaborando una ficha para cada uno de los 130 faros con valor patrimonial. «El trabajo ha contado con la ayuda del organismo Puertos del Estado del Ministerio de Fomento. Se ha detectado que su tipología compositiva arquitectónica responde a un número reducido de casos y se tiene constancia de que la tecnología inicial, de mediados del siglo XIX, sigue en activo en un apreciable número de Faros de nuestras costas. El fondo documental generado puede servir de base para elaborar un programa de conservación y restauración de un patrimonio que debe ser preservado», concluye Santiago Sánchez Beitia.
Este catálogo, promovido por el IPCE, se inscribe en el marco del Plan Nacional de Patrimonio Industrial.