Sin duda, Baria representa una de las salas principales de ese “museo arqueológico a cielo abierto” que constituye la provincia de Almería, según la reflexión del ingeniero y arqueólogo belga Luis Siret, quien, con la ayuda de su capataz Pedro Flores, realizó las primeras excavaciones arqueológicas en Villaricos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, dejando su rica documentación depositada como parte de su extraordinario legado en el Museo Arqueológico Nacional (MAN).
Desde entonces, la investigación de Baria y de su necrópolis se ha llevado a cabo de manera intermitente, aunque diversos trabajos, entre los que destacan los de Mª José Almagro, José Luis López Castro y Francisco M. Alcaraz Hernández, han venido a enriquecer los hallazgos de Siret, si bien es todavía mucho lo que queda por esclarecer en sus ruinas ocultas. Los hallazgos arqueológicos más importantes se distribuyen actualmente entre el MAN y el Museo de Almería.
La tramitación de la PNL insta a paralizar, al menos de momento, la construcción de 24 apartamentos turísticos sobre uno de los solares bajo los que se tiene la certeza desde las primeras excavaciones de Siret que están algunos de los restos más importantes de la época fenicia y romana. Al mismo tiempo viene a corregir en cierto modo una larga cadena de despropósitos iniciada hace casi cuarenta años, cuando la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC, 1983) y la posterior delimitación realizada por la Junta de Andalucía (1987) del yacimiento dejó desprotegido estos terrenos a causa de “fallos administrativos”.
En 2003, la Resolución de la Dirección General de Bienes Culturales, por la que se procedía a la inscripción en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz de esta zona como arqueológica, dejaba bastante que desear, ya que posibilitaba nuevas edificaciones, aun cuando el promotor debía «realizar las actividades arqueológicas necesarias para la protección del patrimonio que pudiese existir en el subsuelo». No obstante, a raíz de las actuaciones reivindicativas vecinales, la constitución de Unidos por Baria y sus acciones inmediatas en defensa del patrimonio bariense y de la actuación de emergencia arqueológica realizada, tras un intento de levantar sobre estos terrenos un edificio de varias plantas, la Consejería de Cultura de la Junta declaraba finalmente el terreno como BIC.
Sin embargo, un tiempo después, la empresa constructora recurrió la protección y consiguió, pleito por medio, anular la delimitación arqueológica precedente. En este caso, la Junta defendió la protección con tanta desidia que no presentó alegaciones ante el tribunal que juzgó el caso y, en el planteamiento del recurso de apelación que se hizo ante el Tribunal Supremo, sus técnicos cometieron “graves errores”. Todo ello posibilitó, por insólita que parezca, una sentencia de dicho tribunal en el año 2014 a favor de los propietarios, que avalaba el uso de este suelo con propósitos urbanísticos en el terreno desgajado, aun cuando no excluía completamente su protección.
Ahora, de nuevo, se pretende llevar a cabo la construcción de apartamentos turísticos. Y, otra vez, se ha alzado la voz de Unidos por Baria para evitar lo que supondría una auténtica amputación de la historia y del patrimonio cultural del Levante almeriense, así como para plantear la recuperación y puesta en valor de este espacio arqueológico. Para conseguirlo se necesita algo más: la movilización de la sociedad civil, de los vecinos, pero también de todos los amantes de Villaricos y de la Axarquía almeriense, de todos aquellos que consideran que vivir es no ignorar lo que nos rodea, lo que nos ha precedido y lo que nos continúa. Enterrar en hormigón nuestro pasado es sepultar nuestro futuro.
El turismo de sol y playa, que ha llenado una buena parte de la costa mediterránea de viviendas vacías, no solamente ha demostrado ser insostenible, sino que está agotado. En el caso del Levante almeriense se trata de plantear una estrategia ambiciosa de “turismo cultural y sostenible”, aprovechando no solo las riquezas naturales de su costa, de sus sierras y de sus minas, sino también de sus yacimientos arqueológicos, como es el caso de la antigua Baria. Si la experiencia de las tres últimas décadas demuestra que los beneficios de la declaración del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar a mediados de los años 80 han sido inmensos y que la recuperación de la Geoda de Pulpí en los últimos años ha resultado más que positiva, ahora está más que justificada la creación y puesta en valor de un auténtico parque arqueológico. Por supuesto, esto no tiene por qué conllevar en absoluto el perjuicio de los propietarios, que deben ser justamente compensados.
Pocos términos se usan con más frecuencia en el lenguaje político que el de “participación”. Y quizá ninguno muestra una brecha tan amplia entre el concepto y la realidad. La realidad es que, muchas veces, el puente entre las razones que animan a la gente a participar y las posibilidades reales de hacerlo se hace demasiado largo para echarse a andar y llegar de una orilla a la otra. Pero cuando se cruza el puente se aprecia que, realmente, merece la pena hacer el camino que va de la democracia representativa a la democracia participativa.
La participación es el resultado de una decisión personal de influir en la sociedad mediante la intervención en un proyecto colectivo. Participar significa “tomar parte”, es decir, entrar a formar parte de un grupo, pero también significa “compartir” algo con alguien (acaso, un fin) y “conciliar” nuestras ideas y actitudes con las de otros. Para que la palabra participación adquiera un sentido concreto, más allá de los valores subjetivos de cada cual, debe estar ligada a una circunstancia específica y construirse a partir de un conjunto de voluntades personales.
Ambos criterios están más que presentes en Unidos por Baria, asociación que durante los últimos meses ha permitido crear diversos mecanismos para dirigirse a las distintas instancias de la Administración (local, provincial, autonómico, estatal), formulando planteamientos alternativos y tratando de prevenir actuaciones irreparables. Además ha mostrado su cooperación con dichos organismos para mejorar asuntos comunitarios, resolver problemas, impulsar la cultura, fomentar la convivencia y alertar acerca de las muchas puertas que pueden abrirse si aprovechamos de manera adecuada los recursos propios y los de la Unión Europea.
No recuerdo bien qué filósofo contemporáneo sostenía que la política no es más que el conjunto de razones que tienen los individuos para obedecer o para sublevarse. Pues bien, en el caso que nos ocupa, quizás es el momento de balancearse hacia el lado de la “sublevación”, en el sentido de “promover sentimientos de protesta” de manera pacífica: se trata de levantar cimientos de razón frente al de las “razones” particulares.
La finalidad es corregir defectos, influir en las decisiones de quienes nos representan y asegurar que esas decisiones realmente obedecen a las demandas y a las expectativas de los ciudadanos. Además, como señala Susana Galera, experta en Derecho Administrativo, “en aquellos ámbitos de decisión y gestión de bienes comunes, como son los bienes ambientales o el patrimonio cultural, la legislación privilegia la participación de la sociedad civil, reconociéndole una posición reforzada en los procesos de decisión y ejecución de políticas públicas”. Por tanto es necesario salir al encuentro del futuro con las alforjas llenas de pasado.
Un poco de historia
Los datos aportados por las investigaciones arqueológicas parecen revalorizar algunas de las tradiciones literarias más antiguas y sitúan la presencia fenicia en el sur de la península al menos un milenio antes de Cristo (en un marco histórico cercano al del rey de Tiro Hiram I, aliado del rey Salomón), aunque seguramente existía ya un comercio precolonial previo a la fundación de Gadir. Asimismo corroboran el dominio comercial y cultural de los fenicios en el Mediterráneo en el siglo XII antes de nuestra era, dominio que se intensifica entre los siglos VIII y VI a C. Es en este periodo cuando se produce la llegada con fines verdaderamente colonizadores de los fenicios al litoral de la Axarquía almeriense, si bien durante las centurias anteriores pudo haber existido ya un importante intercambio comercial entre los fenicios y los pueblos autóctonos (situados en la etapa del Bronce final) y los puertos naturales del Levante pudieron servir de posada a los buscadores de metales o de refugio temporal a los audaces marinos en dirección a Tartessos.
Los navegantes-comerciantes procedentes de Tiro y Sidón no solo trajeron consigo el cultivo del olivo y la vid, herramientas fabricadas con hierro, la acuñación de monedas y el torno del alfarero, sino también el alfabeto y la escritura, posibilitando la entrada de nuestro territorio en su etapa plenamente histórica. Afortunadamente, la aparición de la escritura permitió despejar algunas incógnitas y sacar del anonimato a lugares y a personas, aunque tanto las fuentes escritas fenicias como las posteriores cartaginesas se han perdido completamente y solo nos quedan los textos griegos y latinos, la mayoría de ellos salvados por las copias medievales.
Baria es, sin duda, el centro de atención de la Axarquía almeriense durante el primer milenio antes de Cristo: primero con los fenicios y griegos y, luego, con los cartagineses y romanos. Como en el resto del Mediterráneo occidental, la acción de dichos pueblos produjo un impacto considerable y una serie de procesos de aculturación de los grupos indígenas.
Fundada hacia la segunda mitad del siglo VII a C sobre el asentamiento de alguna colonia anterior o mediante un proceso de concentración de núcleos coloniales situados sobre estratos poblacionales aborígenes, la nueva ciudad cumplía con los requisitos que los fenicios elegían para sus enclaves: situación estratégica junto al mar (promontorios o mesetas poco elevadas junto a los estuarios o desembocaduras de los ríos), con buen fondeadero para el atraque de sus barcos sin tener necesidad de vararlos en tierra, cercanía a zonas de cultivo y pastoreo para asegurar el suministro de cereales, legumbres, frutas y carne, disponibilidad de fuentes de agua, proximidad a las minas de las que extraer los metales buscados, principalmente hierro, cobre y plata (Sierra Almagrera), emplazamiento seguro, fácil de defender, y acceso a buenas vías de comunicación costeras y hacia el interior. Aparte de la ciudad principal, que vendría a ocupar unas tres hectáreas de extensión junto a la desembocadura del río Almanzora, el territorio bariense estuvo formado por otra serie de asentamientos en la línea costera entre Sierra Almagrera y Sierra Cabrera.
Por los hallazgos encontrados hasta ahora (cerámicas, tesorillos de monedas, bajorrelieves…), en Baria parece que los nativos íberos y los forasteros vivían juntos, aunque no revueltos, al menos en un principio. Lo habitual era encontrar a las tribus indígenas habitando el interior del territorio, mientras que las comunidades fenicias ocupaban la franja del litoral. No obstante, la instalación permanente de población venida de fuera conllevó importantes cambios, como fueron la explotación minero-metalúrgica sistemática del hierro, el plomo y la plata (obtenida directamente o a partir del plomo argentífero); el mejor aprovechamiento de los recursos agrícolas de las cuencas fluviales de la denominada Tierra de Vera o cuenca baja del Almanzora, ese espacio natural que los hermanos Siret tenían por “una región privilegiada en todos los sentidos”; el impulso de la pesca, con la introducción de anzuelos metálicos, el empleo de la técnica de la almadraba para la captura de atunes y el desarrollo de una industria de salazones que se mantuvo por largo tiempo y cuyo producto más valioso era el garum (una especie de salsa de fuerte sabor elaborada con vísceras y desperdicios de pescado macerados y fermentados en pequeñas chancas con salmuera, que también servía para preparar ungüentos cosméticos y medicamentos); la elaboración del púrpura, un tinte muy apreciado para el teñido de tejidos, obtenido a partir de las glándulas branquiales de las cañadillas, molusco con aspecto de caracola del género Murex; el establecimiento de talleres artesanos para trabajar el marfil traído de otras tierras, y la activación de la alfarería con importantes novedades técnicas para producir no solo piezas cerámicas decorativas, sino también vasijas domésticas y grandes ánforas y otros recipientes en los que transportar los productos elaborados. Todo ello dio lugar a una reestructuración de la población autóctona y, con el tiempo, se llegaron a producir matrimonios mixtos, dando lugar a una mayor hibridación cultural.
Junto con su cultura, los fenicios trajeron también sus divinidades. Está documentado el culto a Melkart, dios protector de los navegantes y exploradores, precursor del héroe griego Heracles (Hércules para los romanos), y a Ashtart (Astarté), asimilación fenicia de la diosa mesopotámica Ishtar y arquetipo mítico similar a la egipcia Isis, según el gran mitólogo norteamericano Joseph Campbell, que representaba el culto a la madre naturaleza, a la vida y a la fertilidad, así como la exaltación del amor y de los placeres carnales. Distintas fuentes literarias, la iconografía mostrada por monedas acuñadas en la ciudad y los hallazgos arqueológicos, entre ellos distintos útiles para los rituales sagrados y la inscripción funeraria gerashtart (“un devoto o seguidor de Astarté”) ponen de manifiesto que los barienses rindieron culto a la diosa Astarté en un templo construido en la zona alta de la ciudad, que se podía ver desde lejos.
Tras la toma de Tiro por el rey babilónico Nabucodonosor II en el año 573 a. C., la ciudad-estado de Cartago, que había sido construida siglos atrás en la actual costa tunecina, tomó el relevo en el poder hegemónico dejado por los tirios y consiguió conformar en torno a ella el Estado púnico. Aunque también cayó bajo la influencia cartaginesa, lo cierto es que Baria mantuvo su autonomía como ciudad-estado, siguió desarrollando una importante actividad mercantil, continuando su intenso comercio con otros pueblos del Mediterráneo, por una parte, y con los pueblos íberos, por otra, por lo que se propició un notable crecimiento tanto en lo que se refiere al territorio bajo su dominio como al perímetro urbano de la ciudad que, en la época de su apogeo económico y social (s. IV a C), había duplicado su extensión inicial, con el consiguiente incremento de la población. Como resultado de este crecimiento tuvo lugar una reestructuración del urbanismo de la ciudad, que quedó reflejada en la construcción de muros de gran envergadura en diferentes zonas de la misma.
Entre la etapa fenicia (s. VII-VI a. C.) y la plenamente cartaginesa (s. V-III a C) hay historiadores que reconocen un intervalo de presencia griega en el territorio de Baria. La acción fundamental probablemente se debió a los mismos grupos procedentes de Focea que habían fundado la ciudad de Massalia (Marsella), una de sus principales bases en el Mediterráneo, y mantenían contacto desde tiempo atrás con otras ciudades del Mare Nostrum. Según cuenta Herodoto, los foceos habrían sido los primeros griegos en llevar a cabo navegaciones lejanas, llegando hasta Iberia y Tartessos, y las hicieron a bordo de pentecónteros.
No obstante, parece que en el Levante almeriense los griegos ejercieron, más que una acción colonizadora, un papel de activos comerciantes, cuando no de intermediarios, entre los centros coloniales fenicios y las ciudades de la Magna Grecia, lo que no fue óbice para que hicieran sentir su cultura. En 1860, más de dos milenios después de la llegada de la musa, se encontró en Baria el pedestal de mármol con la inscripción: CLÍO CANTA A LA HISTORIA. La estela se guarda actualmente en el Museo Arqueológico Nacional. No solamente Astarté, parece que también la hija de Zeus y Mnemosine también llegó para quedarse en estas tierras.
La presencia cartaginesa trajo consigo una mayor pujanza de Baria en el papel que había venido desempeñando históricamente, si bien durante el gobierno de los bárcidas (Amílcar Barca, Asdrúbal –yerno–, Aníbal y Asdrúbal –hijo–), en la segunda mitad del siglo III a C, su papel estuvo más en función de los ideales expansionistas impuestos por Amílcar Barca, quien seguramente la utilizó como base para la ocupación de otras plazas del sureste peninsular y pudo disponer de la plata extraída de Sierra Almagrera para pagar la soldada de los mercenarios del ejército cartaginés. Cuando en el año 209 a. C., en el transcurso de la Segunda Guerra Púnica, Publio Cornelio Escipión conquistó Qart Hadasht, la “ciudad nueva” (Cartago Nova o Cartagena), Baria pasó a ser uno de los principales objetivos bélicos del ejército romano en su estrategia de hacerse con los principales centros mineros que abastecían a Cartago; además, la posición de Baria en la cabecera del río Almanzora y como vía de comunicación al interior de la Bastetania hacían de ella un foco de atracción y un objetivo militar adicional. A diferencia de otras ciudades púnicas occidentales, Baria tuvo que ser sometida al poder de Roma por la vía de las armas: fue tomada al asalto por el ejército de Publio Cornelio Escipión después de tres días de un durísimo asedio, a finales del año 209 a. C.
Poco después de la conquista de Cartago Nova, Escipión separó la zona que había ocupado de la que planificaba ocupar, dividiendo Hispania (nombre utilizado por los romanos desde el siglo II a C) en dos provincias: la Citerior, la más cercana a Roma, ya conquistada, y la Ulterior, la más alejada y todavía por conquistar. En medio de las dos quedaba el territorio almeriense, que sufriría en las siguientes centurias un periódico trasiego de fronteras, agravado por las confusiones de algunos geógrafos e historiadores. En un principio parece que el último tramo del río Almanzora, denominado Surbus (“río soberbio”), habría servido de frontera, aunque algunos investigadores corren el lindero entre las dos provincias romanas más hacia el Levante. En el año 27 a C, con Augusto como emperador, se dividió la Hispania Ulterior en dos partes: la Bética y la Lusitania; la primera quedó adscrita al senado y la segunda, junto con la Tarraconense (denominación que se dio a la antigua Citerior), al emperador. La linde entre la Tarraconense y la Bética en el sureste peninsular quedó como estaba entre la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior, pero algunos años más tarde Augusto mandó corregir la frontera y desplazarla hasta la zona costera entre Urci y Murgis. Esto explica que, a mediados del siglo XVIII, un campesino encontrara en las tierras de labranza situadas junto a la desembocadura del río Almanzora una lápida de mármol blanco con la descripción: BAETICA FINIS (“Hasta aquí la Bética”), mientras que Plinio el Viejo habla del “mojón murgitano” como el “fin de la Bética”.
Bajo el dominio de Roma se intensificó la explotación del territorio de Baria, hasta el punto de aprovecharse de manera completa los recursos naturales, lo que permitió un considerable aumento de la población. Por eso, no es de extrañar que, a partir del año 70 d C, Baria alcanzara la condición jurídica y administrativa de “municipio romano”, es decir, de verdadera ciudad o república, y que fuera objeto de comentarios por parte de los más importantes geógrafos e historiadores grecorromanos.
La Baria romana fue una ciudad cosmopolita en la que convivieron gentes de variado origen étnico (itálico, griego, fenicio, ibérico) y diferentes estratos sociales (desde los ciudadanos romanos de pleno derecho a los esclavos, pasando por libertos de distinto grado de riqueza). Del espíritu de convivencia existente desde un principio dan muestra los bajorrelieves del “domador de caballos”, que supuestamente representan a Epona, la diosa celta de los caballos y de la abundancia o la prosperidad, que se convirtió en la deidad preferida de la caballería del ejército romano.
Existe constancia del protagonismo de diversos personajes tanto del ámbito político y sociocultural como económico. De la estrecha relación con Roma da prueba el homenaje que Baria tributó al emperador Marco Julio Filipo en el año 245, del que quedó constancia en la inscripción del sillar de arcilla (seguramente destinado a dar soporte a una escultura del propio Filipo el Árabe) encontrado en 1875, en la que se menciona la “República Bariensium”. La condición de cives solo la ostentaban muy pocas ciudades en el territorio almeriense. Otra de las joyas arqueológicas de la etapa romana lo constituye el estuco donde se representa el nacimiento de Baco, encontrado en una de las últimas excavaciones realizadas.
Durante el periodo romano se continuaron e incluso se ampliaron las actividades de explotación de los recursos marinos emprendidas por los fenicios: pesca, elaboración de sal, fabricación de salazones y elaboración del garum. Algunos de estos productos, junto con otros procedentes de la minería, eran exportados desde Baria y otras factorías del litoral almeriense a diversos lugares del Imperio. Así lo atestiguan los hallazgos de las numerosas embarcaciones romanas hundidas cerca de la costa, entre las que se encuentra una que iba cargada con ánforas de garum, en alguna de las cuales se puede leer: Garum excelens. Sumum, tal y como la había etiquetado el exportador. El garum, cuyas virtudes terapéuticas –al margen de su valor dietético– serían alabadas por Galeno, el más famoso de los médicos romanos, se había convertido en un importante y productivo negocio.
Distintos documentos muestran que la intensidad de la actividad pesquera y la explotación minera se mantuvieron en Baria durante la tercera y la cuarta centuria de nuestra era y que el dinamismo comercial bien pudo alargarse hasta época bizantina. La zona más industrial se situó en la parte baja, junto a la playa, y la población, que se fue desplazando hacia la desembocadura del Almanzora y abandonando los primeros emplazamientos púnicos, acabaría por congregarse en torno al cerro de Montroy, por cuyas calles comenzó a propagarse el cristianismo, como muestran distintos hallazgos paleocristianos y el hecho de que, al concilio de Elvira (principios del siglo IV), el primero que se desarrolló en la Bética, asistiera como delegado Emérito de Baria. Uno de los restos más significativos del periodo romano de es el impresionante estuco del nacimiento de Baco, hallado durante una de las últimas excavaciones.
Finalmente, Baria sería una de las últimas poblaciones tardorromanas en caer en manos de los visigodos, habiéndose encontrado en el cerro de Montroy restos bizantinos y visigodos, además de los dejados por el mundo romano.