Una industria cultural definida por la precariedad. Un sector, ahora paralizado, compuesto por un amasijo de 122.673 empresas, de las que sólo el 0,6% cuenta con una plantilla de más de 50 empleados, mientras que el resto trabaja con autónomos y equipos de no más de dos o tres profesionales.
A pesar de las condiciones en las que trabajan muchos de sus protagonistas, estas pequeñas empresas logran superar muchísimas barreras, desempeñando un sinfín de actividades culturales muy necesarias para nuestra sociedad.
Pero la pandemia, y el pesimismo reinante, no impiden que, como explica Jazmín Beirak, portavoz de Cultura de Más Madrid, “la cultura se esté poniendo las pilas y haciendo de la necesidad virtud”.
Porque, ¿no es la cultura una superviviente nata que escapa por las rendijas, como puede, buscando la luz? Sí, ha desaparecido de sus espacios más habituales -los patios de butacas, las galerías o las salas de conciertos-, pero solo para entrar, mientras le quede aliento, en los hogares, convirtiéndose en un bálsamo para superar un estado de aletargado confinamiento.
La cultura se dibuja de este modo y en este nuevo escenario como una herramienta esencial para mantener unidas a las personas, para reafirmar el sentimiento de pertenencia a una comunidad, para subrayar valores y mantener despierto el apetito para cuando el telón pueda volver a abrirse. Pero para conseguirlo necesita ahora el apoyo más que nunca de las Administraciones públicas porque, de lo contrario, existe el riesgo muy real de que no quede nadie para subir ese telón o, incluso, que ya no haya cortinaje que levantar.
David Márquez de la Leona, politólogo y gestor cultural, aboga por la reacción de la gente del mundo de la cultura ante esta hibernación social en plena primavera, asumiendo que “la cultura puede convertirse en parte de la solución”.
Eso es entender también el deber y el valor de la cultura, y reaccionar ante esa gran responsabilidad. Las opciones de ‘ocio sin moverse del sofá’ configuran un creciente perfil digital, algo en lo que ya se ha estado trabajando en los últimos años, y la crisis ha actuado sólo como un catalizador para generar formatos de mejor calidad, impulsar internet y y las redes sociales.
Mientras algunos observan el fenómeno digital como una especie de profanación, otros entienden que la cultura no cierra y que este ‘periodo especial’ no transformará radicalmente la forma de disfrutar de ella: “No hay nada que pueda superar la cercanía y la experiencia del directo”, recuerda el cofundador de la plataforma musical Wegow, José María de Ozamiz.
Otros entienden esta crisis como una oportunidad que empuja a hacer uso de los recursos disponibles, abriendo la cultura y entendiendo su capacidad unificadora, regeneradora y transformadora.
En este sentido, los mensajes enviados desde la gestión cultural no pueden limitarse al pesimismo o, incluso, el catastrofismo, sino que, ante la incertidumbre, deben poner en valor ente la sociedad y los poderes públicos la cultura como fuente inagotable de riqueza económica y social, innovación, creatividad, patrimonio y cohesión, y que, por todo ello, y por su especial vulnerabilidad, debe ser protegida.
Que no se nos olvide, la cultura es la primera sufridora, pero también la protagonista indiscutible para enfrentar el reto de la recuperación.