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El Rey entrega el Premio Cervantes 2009 a José Emilio Pacheco

El Ministerio de Cultura concede el Premio Miguel de Cervantes, dotado con 125.000 euros, a los escritores que contribuyen con obras de notable calidad a enriquecer el legado literario hispánico. Se otorgó por primera vez en 1976 a Jorge Guillén y, con el de este año, han sido 34 los autores galardonados. En 1979 el Premio recayó ex aequo en Jorge Luis Borges y Gerardo Diego. Desde entonces, la orden de convocatoria contempla que el Premio no puede ser dividido, ni declarado desierto, ni concedido a título póstumo.


El jurado que otorgó el Premio a José Emilio Pacheco el pasado 30 de noviembre estuvo presidido por José Antonio Pascual, representante de la Real Academia Española y formado por: Jaime Labastida, representante de la Academia Mexicana de la Lengua; Luis García Montero, propuesto por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas; María Agueda Méndez, por la Unión de Universidades de América Latina; Soledad Puértolas, por la directora del Instituto Cervantes; Almudena Grandes, por la ministra de Cultura; Pedro García Cuartango, por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España; Ana Villarreal, por la Federación Latinoamericana de Periodistas; David Gíes, por la Asociación Internacional de Hispanistas; y Juan Gelman, autor galardonado en la edición 2007. Como secretario ha ejercido Rogelio Blanco, director general del Libro, Archivos y Bibliotecas y, como secretaria de actas, Mónica Fernández, subdirectora general de Promoción del  Libro, la Lectura y las Letras Españolas.

Vasto acervo cultural

Nacido en México en 1939, poeta, ensayista y narrador y miembro de la generación de los cincuenta, José Emilio Pacheco cuenta con un vasto acervo cultural y literario. Una inmensa formación, empero, que no redunda en la expresión barroca ni en la pomposidad verbal, sino en la sencillez de la palabra llana y en un mensaje estremecedoramente humano.

Sus inicios son buena prueba de su rigor y humildad. Al contrario de lo que suele ser habitual, no ensayó la lírica primero para luego trabajar la prosa, sino que sus escritos inaugurales fueron cuentos y otras narraciones, aun cuando asegura que la poesía formó parte de su vida casi desde que nació. Toda su obra es fruto de una inmensa erudición y de una incansable inquietud por los avatares de su tiempo, de lecturas de los clásicos y de los diarios mexicanos.

“Si hubiera podido no escribiría”, afirmó Pacheco en una oportunidad. Pero ha escrito, y mucho, y con una exigencia tal, que en ocasiones ha revisado años después de publicados sus libros anteriores, y mientras tanto ha seguido ofreciendo nuevos textos, en verso o en prosa, siempre lúcidos y de gran cuidado formal.

Los elementos de la noche, de 1963, es su primer título publicado, y en él ya se esbozan los que serán sus dos grandes temas literarios: la dolorosa fugacidad del tiempo y el sufrimiento terrenal. Más tarde, en 1966, en una época convulsa para toda América Latina, Pacheco manifestará su compromiso político y social en su libro En reposo del fuego, en el que muestra que no renuncia a la acción ni a la condena.

Amplia obra

Sin embargo, tan amplia es su obra y tan variadas sus inquietudes, que también dedicó libros enteros a temas menos terrenales, como Irás y no volverás, de 1973, en el que prosigue la línea emprendida en No me preguntes cómo pasa el tiempo, y en el que ya desde el título se anuncia una larga reflexión lírica sobre la muerte.

Otros libros posteriores serán Islas a la deriva, de 1976, o Desde entonces, de 1979, en el que el autor realiza una revisión crítica de su obra y de las ilusiones del pasado. Su pesimismo aumentó en los años siguientes, no sólo por el desencanto de la edad, sino por otros hechos atroces que le tocó vivir, como el terremoto de ciudad de México, de 1985, y que influyó en Ciudad de la memoria, de 1989, o en El silencio de la luna, de 1990, que fue reconocido con el Premio Asunción Silva al mejor libro publicado entre 1990 y 1995, y en el que aparece una visión desalentada frente al poder y la destrucción salvaje.

Si la voz poética de Pacheco es una de las brillantes de su generación, no menos importante es su obra narrativa, que incluye libros como Morirás lejos, de 1967, o la genial novela corta Las batallas en el desierto, de 1981, un libro magistral en su brevedad, intenso y emotivo, que evoca su infancia mexicana y muestra la niñez como una etapa de descubrimiento y heroicidad, pero en el que se encuentran ya las resonancias del desastre y las miserias del futuro mundo adulto.

Su obra, tan amplia y excelente, tan alabada por la crítica como por sus muchos miles de lectores, ha sido reconocida con los más distinguidos galardones de las letras mexicanas y españolas: el Premio Xavier Villaurrutia, en 1973; el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en 2001; el Premio Internacional Alfonso Reyes, en 2004 y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2009, entre otros.

 

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