El 25 de junio de 2009 el planeta entero se paralizó y todas las miradas se dirigieron hacia la ciudad de Los Ángeles. El llanto por la inesperada pérdida de una de las figuras del entretenimiento más influyentes de los últimos 50 años fue unánime.

Cuando el mundo llora una pérdida del modo que lamentó la de Michael Jackson es por algo. Aquel día de verano se fue uno de los últimos genios de la música y el entretenimiento.

Genio multidisciplinar

Con tan sólo seis años comenzó su andadura musical de modo profesional. Se unió a la banda de sus hermanos bajo la exigente mirada y dirección de su padre y desde el principio destacó sobre los demás. Tenía un talento innato para la música y la dedicación absoluta a la que se vio expuesto le marcó inevitablemente para el resto de su vida tanto para bien como para mal.

El niño prodigio y sus cuatro hermanos recorrían la nación para deleite de millones de espectadores cosechando éxitos y convirtiéndose en una banda popular: The Jackson 5. Poseedor de un oído absoluto activo, Michael dio un vuelco a su carrera en solitario cuando dejó la discográfica Motown Records y comenzó a trabajar con el productor Quincy Jones.

De esta alianza salieron los tres mejores discos de Michael: Off the wall, Thriller y Bad. Auténticas joyas sonoras. Su mayor éxito fue Thriller; batió todos los récords en cifras de ventas y en número de singles extraídos de un mismo álbum. Nadie ha superado sus números. Pero los récords se sustentaban en un trabajo muy duro e innovación en distintos campos artísticos.

En el plano musical su fórmula consistía en una mezcla de disco, funk, soul, pop, rock, dance, y R&B. Su voz dulce y casi perfecta acompañaba las melodías suavemente con una percepción del ritmo única. Podía hacer canciones veloces y bailables, se recreaba cómodamente en el medio tempo,  y compuso grandes y preciosas baladas.

Michael Jackson era de aquellos músicos que componen con la voz. Creaba la melodía cantando y era capaz de transmitir a los músicos que interpretasen aquello que tenía en su cabeza.

Por otro lado, reinventó el videoclip musical y lo convirtió en corto cinematográfico. Michael Jackson se implicaba de lleno en todo lo que hacía, y consiguió cambiar el rumbo en la forma de hacer videoclips musicales.  Manipulaba la duración de las canciones para así poder completar una historia audiovisual que se alejaba del concepto clásico del videoclip. El video de Thriller es el mayor ejemplo de ello.

Su otra faceta destacable es la de bailarín y coreógrafo. Michael fue posiblemente el mejor bailarín de la historia. Se movía de un modo prácticamente inhumano. Empezó imitando el baile funky de James Brown; el electric boogaloo y el robot dance. A los diez años ya bailaba como los veteranos. A medida que el baile evolucionaba en las calles y en los barrios más desfavorecidos de Norteamérica, Michael se empapaba de todos esos estilos urbanos y los hacía suyos, los mejoraba y les daba un toque especial. Así creó el moonwalk. Pero también tomó pasos de la danza clásica, del charlestón y el swing, de las danzas y bailes africanos como el Kwaito, o incluso del tango argentino. Innovó y se movió de un modo imposible de asimilar para el resto de los mortales.

Vida llevada al límite

La silueta de Michael Jackson es casi tan reconocible como la foto que Albert Korda le hizo al Che. Sus vestimentas y sus puestas en escena también se convirtieron en sello personal e inimitable del artista. Pocos se atreverían a ponerse unos pantalones pesqueros oscuros con unos calcetines blancos. Pero Michael se atrevió y funcionó. Como lo de usar un solo guante y una chaqueta de lentejuelas brillantes. Todo ello era parte del espectáculo que se montaba bajo el nombre de Michael Jackson.

Al igual que muchos otros genios, Jackson era extravagante. Pero los genios son así: sobresalen en una disciplina mientras carecen de otras habilidades sociales. Algunas de las excentricidades de Michael dañaron su imagen y mermaron su popularidad. La primera de ellas fue su cambio de color. Él lo justificó diciendo que padecía vitiligo, esa enfermedad cutánea en la que la pérdida de melanina provoca manchas blanquecinas en la piel. Pero además se operó varias veces la cara y acabó desfigurando su rostro hasta parecer un muñeco de plastilina.

Mención especial merecen los dos episodios de acusación de pedofilia. El primer caso se aclaró años después, cuando el niño, ya adulto, dijo que todo había sido un montaje de su padre para sacarle dinero al cantante. Pero el daño ya estaba hecho. El segundo caso llegó a los tribunales y Michael quedó absuelto. Su nombre quedó manchado para siempre. Lo cierto es que Michael Jackson parecía una persona incapaz de hacer daño a nadie, y mucho menos de abusar sexualmente de un niño.

Todas estas situaciones influyeron negativamente en la vida de Michael y consecuentemente en su producción artística. La calidad y brillantez de su música siguió una línea descendente desde mediados de los 90, y tan solo hubo algunos destellos de aquel talento abrumador de las primeras décadas.

Inocencia robada

Pero todas esas excentricidades tienen una explicación lógica. Michael no tuvo infancia, trabajó duro desde niño. No tuvo tiempo para jugar con otros niños, ni para disfrutar de la inocencia, y quiso recuperar esos momentos no vividos ya como adulto. De pequeño trabajó para convertirse en el genio que todos adoraban, y cuando se hizo mayor quiso vivir siempre como el niño que no fue. El popular síndrome de Peter Pan.

De algún modo, todos esos trastornos y ese modo de vivir se apoderaron de su personalidad. Hicieron que con el tiempo la admiración hacia su persona y a sus habilidades artísticas se convirtiese en histeria o en envidia, dependiendo de si se trataba de fans o detractores.

Michael Jackson no confiaba en las personas adultas. Parecía no tener la suficiente madurez emocional como para tratar con ellos. Además, en su larga experiencia como artista se había encontrado con tiburones del negocio discográfico que intentaron aprovecharse de él y eso aumentó su desconfianza.

Todas esas aparentes debilidades anímicas y esa personalidad poco frecuente fueron carne de cañón para la prensa internacional y atacaron a Michael alejándole más aún de la realidad y de la vida terrenal.

Sin embargo Michael también supo escribir canciones con mensaje y expresar sus opinión sobre cuestiones de actualidad u otros conflictos. Ahí quedaron Leave me alone, Earth song, Heal the world, Black or white o la revolucionaria y explosiva They don’t care about us y su correspondiente vídeo censurado por los poderes fácticos, quienes sabían del poder influyente de Michael.

La muerte como redención

Dicen que su gran temor era morir joven como Elvis. Finalmente acabó como él temía. La vida y obra de Michael Jackson cumplieron todos los requisitos para catalogar al artista como genio.

Un genio incomprendido que no comprendía el mundo. Pero el mundo adoraba su faceta artística y eso le valió para coronarse como el Rey del Pop. Sus últimos años fueron inciertos, pero se adivinan infelices y con el sufrimiento como una constante en su vida. Un sufrimiento provocado por la idea de que decepcionaba a sus seguidores y por no entender cómo el ser humano era capaz de destruirse a sí mismo y destruir el planeta a su vez.

Los últimos años de Michael Jackson son tristes a los ojos de la humanidad. Porque vemos a un ser atrevidamente frágil, completamente roto.

Le convencieron para volver y dar cincuenta conciertos en Londres, pero no llegó. El documental This is it, donde se ve a Michael durante los ensayos para los conciertos de Londres, muestran a una persona humana divertida, cuyos principios de paz, amor y respeto son los que le guían en sus actos. Se le ve en buena forma física y su voz suena bien, ante todo es un gran profesional. Pero cuando no está encima del escenario parece que se va a romper de un momento a otro. Y así ocurrió.

El 25 de junio de 2009 murió Michael Jackson, un genio. Y así pasará a la historia: como un músico excepcional que rompió barreras sonoras y batió récords de ventas y cuya música es inmortal, pero también como el mejor bailarín de la historia. Un ser atormentado y preso de su talento innato, condenado a vivir en una sociedad caníbal. El Mozart del siglo XX.