Capítulo 2. 29 de julio de 2010.
«Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.»
(Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Pablo Neruda)
«Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y quiero creer que ella también me quiso». El adolescente Juan Pablo de las Heras, de vuelta en Madrid y ansioso por ver a sus amigos para contarles lo ocurrido aquel verano, sintió por primera vez en su vida la nostalgia y la melancolía de una ausencia. Cada minuto, cada segundo, cada instante la pensaba, la imaginaba, la volvía a besar, le acariciaba el cuello, le cogía la mano… y después abría los ojos. Ya no te quiero querer, pero cuánto te quise. Acababa de leer a Neruda por azar, por aquel título almibarado que se encontró en la librería de sus padres, todavía sin novelas de fantasmas y vampiros que saturarían los escaparates y las mesas de novedades un par de décadas después. Aunque jamás lo confesaría, había llorado en silencio con unos versos que quizás meses antes no habría podido entender. Porque hay libros, y sobre todo versos, que tienen que leerse en el momento apropiado, cuando la vida te ha situado en suerte con un par de verónicas de sensaciones y vivencias personales.
Tomó papel y bolígrafo y plagió algunos versos de Neruda adaptándolos a sus emociones. Fue tan corto el amor y tan larga tu ausencia…. A pesar de que sólo habían pasado cuatro o cinco días desde que Izaskun y su familia desaparecieron, se sentía perdido, sobrepasado por una sensación de añoranza nueva, desconocida hasta entonces. Aquella marcha estaba prevista, sí, Izaskun se iba ese día a Bilbao con sus padres y su hermana, pero lo que no habían planeado era esa despedida tan abrupta, tan inexistente, tan triste, tan dura, tan inexplicable. Esa mirada distante, ese adiós. Ya no te quiero, se dijo de nuevo intentando demostrarse que era dueño de sus sentimientos y se repetía a cámara lenta en su memoria el gesto de aquella niña con cara de ángel y labios de seda. En el mejor de los casos volvería a verla un año después, en Urbanova. Él ya estaba en Madrid y ella en algún lugar de Bilbao, desconocido y seguramente umbrío, húmedo, pequeño y frío como el zulo del secuestrado, como la bodega de un caserón abandonado… Y entre las manos jugueteaba con la tarjeta postal que acababa de recibir. Si no podía esperar ni una hora más sin volver a besarla, ¿cómo podría sobrevivir un año? Se autoconvenció de que sólo había sido un ligue de verano, una chica –la primera– como tantas otras que pasarían por sus labios, una niña de la que se olvidaría en pocos días… Y él era dueño de sus sentimientos; no debía quererla, ya no la quería, pero cuánto la quiso.
Al despertarse el 26 de julio de 2010, Juan Pablo se fue directamente al salón, en calzoncillos, sin lavarse la cara, sin ponerse las zapatillas, sin encender la cafetera. Sabía lo que quería y creía saber dónde encontrarlo. Le costó algo más de lo que pensaba, pero finalmente localizó aquella vieja edición de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. A pesar de los años que habían pasado desde que hojeó aquel libro por última vez, Juan Pablo sabía perfectamente que ahí estaba lo que andaba buscando. Del interior del libro, en la página en la que se podía leer el poema número 18, sacó una tarjeta postal con un matasellos de Bilbao y la fecha todavía impresa: 26-agosto-1985. Y leyó:
Aquí te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.
Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas, estrellas.
0 la cruz negra de un barco.
Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.
Sin remitente. Sin explicación. Una tarjeta postal para Juan Pablo de las Heras, la primera de su vida, como el primer beso. Desde el primer momento, era obvio que se la había mandado Izaskun, pero ¿por qué no daba su dirección para que él pudiera responder? ¿Por qué nunca volvió a escribir? Le dio la vuelta y volvió a ver con asombro, como 25 años atrás, la imagen de El Aquelarre pintado por Francisco de Goya.
Y de nuevo leyó aquel poema de Neruda que ella le había enviado; y después abrió el libro y lo leyó completo. ¿Por qué habría escogido ese fragmento? ¿Por qué decía quererle de aquella manera y nunca más volvió a dar señales de vida? ¿Por qué 25 años después él se daría cuenta de que en realidad nunca la había olvidado?¿Por qué Julieta en 10 años de matrimonio había sido incapaz de provocarle una sola noche de insomnio como la del verano del 85? ¿Puede haber un amor tan fuerte que con un beso enamore para toda la vida?
Ese beso… esa noche… ese verano… Recordó también la muerte de aquel pobre chaval y las palabras del viejo jardinero de Urbanova, al que oyó hablar por primera vez sobre la bruja Medea. Después, durante muchos meses, Juan Pablo se dedicó a investigar sobre el personaje mitológico. Cuando empezó el curso, fue a la biblioteca del colegio y descubrió que Medea era una hechicera de la mitología griega que elaboraba pócimas mágicas y provocaba encantamientos; fue atravesada por una de las flechas de Eros para que se enamorara de Jasón, y así sucedió. El enamoramiento fue tan profundo que, por amor a Jasón, Medea llegó a traicionar a su padre; también su hermanastro murió por esa relación; desangró al gigante Talos; conspiró para que el rey Pelias fuera asesinado por sus propias hijas; con un manto mágico hizo que Glauca pereciera abrasada por las llamas. Todo ello por un amor desproporcionado a Jasón que terminó trágicamente: él la abandonó y Medea vagó por distintos reinos, fue desposada varias veces y perseguida siempre, fue acusada de innumerables crímenes y de brujería, y moró durante toda la eternidad, porque se convirtió en inmortal.
Una historia terrible… La leyenda decía que Medea descansaría eternamente en los Campos Elíseos y sólo saldría de allí para cuidar y vengar a las hijas de las hijas de sus hijas. Cada vez que un hombre hiciera sufrir a una mujer de su estirpe, Medea saldría de su refugio para matarle.
El 25 de julio de 2010, en una terraza de la plaza de la Paja de Madrid se había acordado de Izaskun y del aquel chiringuito de playa llamado “El campo de las brujas”, único testigo de un beso que todavía le estremecía, 25 años después. Y la mañana siguiente, en el salón de su apartamento de divorciado, con la postal de agosto de 1985 entre las manos y los Veinte poemas de amor y una canción desesperada sobre el sofá, se fijó en el lienzo de Goya que ilustraba la tarjeta postal: El Aquelarre. Se levantó súbitamente y se acercó al portátil que estaba sobre la mesa, eternamente encendido, con el buzón de correo como fondo de escritorio. Antes de buscar en Google alguna referencia sobre El Aquelarre vio en la pantalla el último mensaje que había recibido: el boletín diario de hoyesarte.com. La noticia del día era el anuncio de una exposición de Leonardo Da Vinci en la National Gallery de Londres; se olvidó de Goya durante un instante y rápidamente clicó en la imagen de La virgen de las rocas para leer la información completa y cuando ésta se abrió realizó una fulminante lectura diagonal buscando los títulos de las obras de la exposición de Leonardo; y quería encontrar una muy concreta: Cabeza de mujer, un precioso dibujo para el que parecía haber utilizado a Izaskun como modelo.
No. Cabeza de mujer no estaba allí, pero… Podía haber visto cualquier mensaje de correo electrónico, podía no haber echado un vistazo en el ordenador, podía haberlo hecho cualquier otro día, en otro momento… pero precisamente cuando se decide a buscar a Izaskun se le aparece Leonardo Da Vinci en el camino, como trece años atrás, cuando, en su noche de bodas, una reproducción de aquel dibujo dominaba el dormitorio, apenas 30 o 40 centímetros por encima del cabecero de la cama de su habitación de hotel de cinco estrellas.
A veces le daba por sospechar que al haber pensado en Izaskun mientras hacía el amor con Julieta, que al haber imaginado sus labios cuando besaba a su mujer, ya había empezado a matar aquel matrimonio. Y de nuevo, cuando se había propuesto recomponer ese proyecto de pareja, cuando volvía de hablar con el consejero matrimonial y se disponía a pedir el postre en el lujoso restaurante asturiano de la calle Jorge Juan, se le apareció otra vez la cabeza de mujer sin nombre que Leonardo dibujó en el siglo XV y que para él siempre fue Izaskun. Esa vez no fue un cuadro en la pared, sino el libro que Julieta le regaló para celebrar que harían las paces.
Mientras él buscaba en la carta algo con chocolate para celebrar que lo iban a intentar, ella cogió el enorme paquete envuelto en papel de regalo y se lo dio. Pesaba mucho, era un paquete gigantesco que escondía un imponente libro con preciosas y cuidadas ilustraciones de las obras de Leonardo. Eso que algunos llaman azar quiso que abriera el libro por una de las páginas que mostraba el detalle de los labios del dibujo de una cabeza de mujer despeinada… y le cambió la cara, le restó ánimo, le robó el cariño que le quedaba para Julieta. Minutos después discutían otra vez. Y al final en ese restaurante, pese al objetivo inicial, acordaron que Juan Pablo dejaría la casa y que los abogados se pondrían fácilmente de acuerdo en los términos de la separación amistosa.
Decidió que estaba completamente perturbado por los recuerdos del pasado. No era tan extraño que Leonardo Da Vinci fuera noticia, no era tan extraño que se topara con él. No había nada de raro y, en cualquier caso, no podía echarle la culpa de que su matrimonio no funcionara. Así que abrió el explorador de Internet y buscó El Aquelarre; encontró diferentes obras de Goya con el mismo título pero enseguida localizó el que buscaba, también llamado El gran cabrón; estaba, cómo no, en el Museo del Prado. Buceó por la página web del museo para ver si se podía consultar su colección on line. Llegó hasta El Aquelarre y lo observó unos segundos en la pantalla; le traía recuerdos de muchos años atrás. Y se acordó de lo que se había propuesto el día anterior: encontraría a Izaskun, daría con ella estuviera donde estuviera, pero todavía no sabía cómo hacerlo. Sin saber por qué, después de vestirse y tomar un café rápido, se acercó hasta el Museo del Prado, pero era lunes; estaba cerrado. Se fue a la oficina sin dejar de pensar en Izaskun, en el beso, en “El campo de las brujas”, en la hechicera Medea, en Leonardo, en Goya, en Neruda… y así pasó el día.
El día siguiente no pudo escaparse al Prado; iría el miércoles.
A las 9:45 del 28 de julio de 2010 se encontraba en el Paseo del Prado, junto a la estatua de Velázquez. Entró sin un propósito definido, sin una ruta planeada y fue admirando los cuadros al azar. Al salir, apenas 35 minutos después, estaba tan aturdido que se sentó sobre un banco de piedra de los jardines que rodeaban el museo. Lo que acaba de ver le había dejado turbado, confundido, mareado como un boxeador a punto de caer al ring, como un borracho que intenta dormir y todo le da vueltas, como un esquizofrénico intentando no hacer caso a las voces. Tras la decisión de buscar a Izaskun, el cuadro que acababa de ver en la pared del Museo del Prado se convertiría, en pocos días, en más dinamita para volar los cimientos de su vida.
Y aunque en esos momentos no era consciente de cómo acabaría todo, Juan Pablo creía tener claro que el destino se había tomado 25 años de descanso para unirle a la mujer de su vida; lo que había visto no podía ser una casualidad: Neruda, Leonardo, El Aquelarre y ahora esto… todo en la misma semana, como si de repente el mundo se hubiera puesto a girar de nuevo, tras 25 años parado, y aceleradamente quisiera llevarle hasta ella, como si el futuro no pudiera permitirse perder más tiempo.
El tercer capítulo será publicado el próximo lunes, 2 de agosto de 2010.
Opción A.
Esopo (Velázquez, 1638).
Opción B.
Artemisa (Rembrandt, 1634).
Opción C.
El jardín de las delicias (El Bosco, s. XVI)