Me viene a la memoria este recuerdo de hace veintitantos años porque un par de personas me han dicho que hace poco estuvieron en un concierto de los Burning en Madrid (sí, en febrero de 2012, casi 40 años después de la creación del grupo) y se acordaron de mí. Y muchos otros -amigos, en su mayoría- me han pedido que vuelva a escribir. Confieso que me he sobrecogido de pura petulancia y ahora no sé cómo levantarme de la silla y enfrentarme a mi ego, que padece de obesidad mórbida, para escupirle en la cara que no puedo escribir, no me sale; no sé.
He dejado pasar los últimos meses tratando de engañarme, adornando con excusas la convicción de que el cénit de mi carrera literaria ya pasó, cuando hice de negro, hace cinco o seis años, para un escritor consagrado que debía ganar un premio literario de esos que se entregan junto a un cheque con cinco ceros. El tipo decidió que no le apetecía escribir la basura que le pedían y que bastante haría con firmarla, así que su agente me pidió a mí el bodrio y el editor se encargó de estropear todavía más mi manuscrito antes de premiarlo y publicarlo.
A mí me pagaron lo suficiente como para enterrar mi mala conciencia con algunos gintonics durante mucho tiempo y seguí en la consulta del centro de salud ejerciendo de médico hasta que mi amigo Mendoza me sacó de allí. Por cierto, recuerdo que el día que el jurado deliberaba (me desmembro de la risa) y anunciaba el fallo del premio, conocí a una interesante chica mientras me emborrachaba en La Ruleta, ese garito de la calle Velázquez en el que tratan con tanto mimo a la ginebra. Lástima que por entonces yo todavía no sabía que la mujer que amaba estaba amando a su vez a un guardia civil. Aprovecho para desearles a ambos una infección de herpes zoster del tamaño del tricornio (desde el cariño).
Total, que me encuentro ahora con un gintonic en la mano, agitando levemente el vaso, escuchando el suave tintineo de los hielos, admirando la delicada propulsión de las burbujas… y luchando contra la falta de inspiración; tratando de corresponder a las más que amables peticiones de regreso a las páginas de hoyesarte.
Sirva este largo preámbulo para pedir ayuda a todo aquel que haya llegado hasta aquí. Necesito ayuda, sí. Quizás puedan sugerirme un título, un personaje, un nombre, un lugar, un estilo, una trama, un final, un tema, una palabra, una canción, una fotografía… Mi amigo Ernesto Mendoza me propone que escriba poesía pornográfica, porque un día leyó con entusiasmo unos sonetos que escribí durante la época de la Universidad, reunidos bajo el delicado y elegante título de “Me la pone gorda” (ruego me disculpen, pero no quiero ocultarles nada, que hay confianza).
Por otro lado, una amiga me pide que cuente más aventuras de Ernesto Mendoza como “La enrevesada historia del amante eunuco”, “El caso de los cuatro policías secuestrados” o “La colección de plumas del mariscal Gardel”. Una lectora muy cariñosa me ha enviado unas fotos suyas en bikini (no aporta nada en esta historia pero me apetecía presumir) y me ha rogado insistentemente que vuelva a escribir “cosas de amor” (sic) como el “Relato de verano: El campo de las brujas”. Un agente literario harto de todo me ha sugerido que publique por entregas la versión original de aquella novela que, firmada por otro, quizás ustedes tengan en sus anaqueles, si son amantes de los best-sellers que ganan premios a dedo y agotan más de 40 ediciones aunque pocos sean capaces de leerlos enteros. El editor de hoyesarte me dice que escriba lo que me salga de los… (bueno, aunque hay confianza creo que me entienden sin necesidad de ser más explícito).
Pero me siento frente a mi nuevo ipad2 y no sale nada, y además me doy cuenta de que por muy pijo que sea este cacharro es terriblemente incómodo para trabajar. Ayúdenme; si quieren vamos a medias luego en el reparto del ego, pero denme algo, una pista, un reto, alguien a quien plagiar, otro al que insultar, una pancarta de la primavera valenciana, unas primarias socialistas, una reforma laboral, un disidente chino, un vecino cotilla, un diálogo genial, una herejía, un beso…
Y si en realidad no quieren que les moleste más, para adelgazar mi ego sólo tienen que ignorar todo esto y dejar vacía la parte de comentarios de aquí abajo y mi buzón de correo electrónico. Como alternativa, para que no se acomoden en la pereza y el silencio, les animo a comenzar una campaña para que vuelva mi vecino de la puerta de al lado y podamos leer y escuchar más Melofilia, que tan buena música nos descubre y tan bien se lee. Como me dijo aquel gitano en el Metro cuando me pidió un poco de dinero y yo le respondí que no tenía nada: “Mírate a ver, chico, que seguro que llevas algo”. No pretendo quedarme con sus relojes, carteras y cadenas de oro con medallas de recuerdo del bautismo, como me pasó a mí, pero mírense a ver, que seguro que este rincón de Lucano o Melofilia pueden renacer con su ayuda, con su cariño.
No me sean como Johnny Cifuentes; no me canten aquello de “no me lo cuentes, nena, pasa de mí”.
Escritor de ustedes. Para ustedes. Con ustedes.
Lucano