Por otra parte, el hecho de que el jazz esté rodeado de cierto halo de culto por esa dificultad antipática que presenta al darle los primeros mordiscos hace que parezca reservado a las elites. Pues bien, a servidor le gusta el jazz, y les aseguro que no pertenezco a ninguna elite. Comencé a interesarme por este estilo por lo más fácil y desde ahí fuimos familiarizándonos con una forma de expresión musical que es casi inabarcable por su complejidad y abundancia de variantes: bebop, post bebop, hard bebop, smooth, gipsy, avant garde, acid, latin, swing, big band, New Orleans, dixieland…
Pero, seguramente, la puerta de entrada más habitual por ancha y generosa es el jazz vocal. Por ser la voz un precioso instrumento, porque una buena letra complementa o mejora muchas melodías regulares y porque está más cercano a otros estilos. Y dentro del jazz vocal, el femenino es aún más seductor por su sensibilidad y capacidad de transmitir emociones, muy superior a la del sexo débil.
Por eso, para animar a los indecisos y para refrescar la memoria de los iniciados, esta entrada será de revisión y homenaje a este género y a estas señoras que tanto han seducido. A lo largo de la historia del jazz, hay divas, grandes cantantes, intérpretes de más o menos calado, personalidad y capacidad de innovar, por lo que es difícil seleccionarlas y agruparlas, pero intentaremos guiarnos por el título que plantea la entrada de hoy: damas de alta alcurnia, señoras de postín y señoritas con posibles.
Damas de alta alcurnia
Por inventar el género, por clásicas, por superventas, por transgresoras, por sobrevivir con espacio propio en el código musical del jazz vocal, hay una serie de artistas que merecen destacarse en este apartado. Dos por encima del resto: Ella Fitzgerald y Billie Holiday. La voz de terciopelo de la primera te acaricia el corazón y la voz rota de la segunda te lo desgarra. Love You Madly, de la Fitzgerald, y I’m A Fool To Want You, de Holiday , botones de muestra de por qué puede ser una buena idea esto de iniciarse en el jazz.
En este mismo estante caben muchas más, referentes hace años o hace días. Dinah Washington, Carmen McRae, Rosemary Clooney, Julie London –por favor, busquen su versión de Cry Me a River–, Astrud Gilberto –les suena ¿The Girl From Ipanema?–, Sheila Jordan… imprescindible Sheila Jordan.
Todas pertenecieron a una época dorada del jazz. Pero también Norah Jones reinventó el papel de la voz cuando llegó en 2002 por la puerta de atrás con su órgano Hammond y su Come Away With Me y cuando siguió conmoviendo con canciones como What Am I To You (vaya pregunta, ¿verdad?). Como empezó a vender como nunca antes se había vendido, mis amigos críticos la acusaron de alejarse del jazz, pero esa otra discusión… Idem con Diana Krall. Con su piano consiguió llenar auditorios reservados a las estrellas del rock y subirse a los Billboard Magazine por derecho propio. Al abandonar los salones de culto dejaron de pertenecer a la elite jazzística, pero yo las pongo en mi estante, aunque algunos me digan que es como mezclar el agua con el aceite.
Señoras de postín
Dícese de aquellas artistas que han brillado y brillan por ser grandes intérpretes, con intachables trayectorias musicales, decenas de discos en la mochila, grabaciones inolvidables, compañeras anheladas por los grandes del jazz, siempre presentes en las tiendas-de-jazz-de-toda-la-vida, invitadas sin falta a los festivales de todo el mundo, incondicionales de Montreaux, pero que, por distintos motivos, no han dado ni dan el salto a la eternidad musical.
Serían legión, y no presumiré de conocer a todas las que lo merecerían, por lo que faltarán tantas como están, pero creo que se harán una idea de la riqueza de esta categoría si les digo que en ella incluyo a estrellas como Dee Dee Bridgewater, a Carol Sloane, de la que es imposible olvidar su disco de versiones de Duke Ellington, a las voces exigentes de Abbey Lincoln o Cassandra Wilson, a Donna Hight –que compartió disco con el español Pedro Iturralde–, a la grandísima Ute Lemper, con su voz alemana y excepcional.
Igualmente seductoras, habilidosas, engatusadoras, sensuales y perfectas guías turísticas de este recorrido vocal son Stacey Kent –Isn’t It A Pity, de su disco Dreamsville, recomendación de la casa–, la impresionante Ann Hampton Callaway –si quieren oír una voz que no se distingue de una trompeta no se pierdan The I’m-Too-White-To-Sing-The-Blues Blues, descomunal exhibición vocal–, Diane Reeves, la Monheit, Jane Monheit (cada-día-vende-más-y-mejor-Monheit), Norma Winstone, Patricia Barber –su colección de Cole Porter no les puede faltar–, Lizz Wright, ese portento, y, cómo no, la recién ascendida y con merecidas expectativas Madeleine Peyroux.
Señoritas con posibles
Espero que me hayan entendido bien. Con posibles, con capacidad, con potencial, pero con mucho por hacer aún. Son jóvenes –aunque no todas– artistas que sobresalen de entre lo que parece una moda de llamar jazz a cualquier cosa, en la que se corre el riesgo de confundir cantar despacio y bajito con cantar bien. Es difícil escarbar en esa nube de apuestas discográficas, pero algunas de las que se van haciendo hueco en esta lista de posibles merecen nuestra atención y seguro que acaban subiendo en nuestro ranking.
Uno de los últimos descubrimientos viene de Italia, Roberta Gambarini. Llega de la nada para convertirse, merecidamente, en finalista de los Grammy de jazz. Promete acompañarnos mucho tiempo. Lisa Ekdahl, ya reseñada en Melofilia, que con su dualidad jazz-pop, inglés-sueco se hace difícil de clasificar pero también de olvidar, caso parecido a la holandesa Silje Nergaard. Melody Gardot, que con sólo dos discos –aunque el primero mejor que el segundo– amenaza a las del estante anterior. Voces preciosas son las de Sophie Milman y Holly Colle –su versión de Trust In Me es un buen ejemplo–, no muy conocidas en España pero imprescindibles.
Pero muchas más. Laïka Fatien –muy buena, muy buena– e Inga Swearingen son representantes del estilo menos comercial de esto de hacer jazz con la voz, pero una delicia. Y Melva Houston –Everything But You, Mr. Magic, joyas de esta voz de cacao–, y Nicole Henry –que crece tan rápido que ha grabado un disco con The Eddie Higgins Trio– y la fuerza de Lavay Smith y su estilo swing y boogie boogie, y Connie Evingson, con su disco Gipsy In My Spul, homenaje a Django Reinhardt más que recomendable.
Y Sara Gazarek, Térez Montcalm, Erin Bode, Eden Atwood, la más reciente Gretchen Parlato, Nnenna Freelon, Jessica Molaskey, Johanna Grussner, Chermaine Clamor…
Todas ellas son embajadoras de este amplio mundo del jazz vocal. Les animo a que se acerquen a ellas. Descubrirán que el jazz también puede ser fácil, que no hay que entenderlo sino, como ocurre con el resto de la música, sólo sentirlo. Y cuéntenme. Cuéntenme qué les parecen, sus experiencias con el jazz, con el jazz vocal. Sugieran canciones, álbumes y artistas de female vocal jazz, de las divas y de las nuevas.
Las recomendaciones musicales –más–, en breve. Permanezcan atentos a la pantalla…
Hoy nos acompaña de nuevo Iván Solbes [1] en la ilustración. ¿Se han fijado bien? Es su interpretación de una canción de jazz. Cuatro músicos en un extremo y el oyente, usted, al otro extremo. En medio, filigranas, sentimientos, melodías. Que la disfruten. Si se dan una vuelta por su diario en Facebook descubrirán un montón de joyas como ésta.
Buzón de sugerencias La semana pasada descubrimos los primeros discos de algunos de ustedes, queridos melófilos. Primera conclusión: son jóvenes. Estoy seguro de que tienen alguna opinión sobre el jazz y las damas, señoras y señoritas de arriba. Sí, también hay señores. Otro día. Entre tanto, como siempre, aquí abajo o en mi casa, que es la suya: melofilia@hotmail.com [2] |