Y, a lo nuestro, es eso lo que puede pasar con la caótica forma de entender la música que todas las mañanas del mundo están conformando. El camino que estamos construyendo tiene por tótems al acceso y a la portabilidad. La facilidad de adquirir, escuchar, comprar y utilizar la música, por un lado, y la capacidad de llevarla consigo, almacenarla y trastear con ella de aparato en aparato. Y es una maravilla. Los iTunes, Google Music, Amazon Cloud, Spotify, etc. han abierto una nueva era. Están revolucionando el mundo de la música haciendo todo fácil, inmediato y barato.
Pero ¿y la calidad? ¿Recordaremos, nosotros, usuarios, lo que es querer oír la música cada vez mejor? ¿Recordaremos nuestras críticas a las grandes discográficas –precios, control de la oferta musical, monopolio de la música– y exigiremos a los nuevos gigantes que nos devuelvan –como mínimo– la calidad perdida del CD? Porque, ¿dónde quedó aquello? Nada de lo que escuchamos hoy tiene ni lejanamente la misma calidad de un vinilo, ni mucho menos de un CD. La evolución y el progreso nos iban llevando por el camino de la excelencia, en el que cada soporte superaba al anterior, en un afán por mejorar la fidelidad al directo, a la realidad acústica del artista y el intérprete en persona.
Hoy escuchamos la música en un reproductor mp3, en el ordenador o en el teléfono móvil, mientras que nuestros padres ahorraban para comprar un amplificador nuevo o unos altavoces mejores. Ellos, nosotros, hace un años, no tenían acceso a tanta música, ni por precio ni por variedad, pero la que tenían la escuchaban infinitamente mejor. O, al menos, se preocupaban por ello.
¿Cómo escuchamos?
Es de suponer que los nuevos dueños de la música nos ofrezcan pronto –de lo contrario espero que sepamos reclamarlo– formatos de calidad, música sin comprimir hasta retorcer. La duda es si en el camino perderemos la sensibilidad por el sonido, por llenarnos de música cuando unos buenos altavoces reproducen como Antonio López pinta, cuando una orquesta no es un pastiche de ruidos, cuando una cuerda rasgada de una guitarra vibra, cuando un violín pellizca, cuando un clarinete acaricia o cuando un bajo inunda el salón.
Algún día abordaremos ese asunto, ¿cómo escuchamos la música? Dentro de poco aparecerán tostadoras con mp3, así que reivindicaremos el gusto por la audiofilia, los hierros, por la calidad, por la alta fidelidad de la grabación, del soporte, del reproductor, del amplificador, de los altavoces. Hasta de los cables. Visto lo visto, será una tarea titánica, ¿nos acompañan en el esfuerzo?
Y, hablando de calidad, reitero nuestro agradecimiento por su participación en el juego de los descubrimientos y nuestra enhorabuena a los ganadores. Los discos de los premiados están en camino. Hasta el próximo concurso practiquen con Mendoza y la Madeja Enmarañada [1] y contribuyan a hacerla aún mejor con una banda sonora que va teniendo muy buena pinta. La última aportación, Contigo, es una canción-monumento. Y ahora nos toca a nosotros recomendar, esperamos que les guste:
Entre cajones
[2]Micah P. Hinson & The Opera Circuit
Micah P. Hinson
Jade Tree Records, 2006
Es un misterio. Quizá lo quiere así, pero lo cierto es que no es un músico de masas. Para algunos, una mezcla entre Tom Waits y Leonard Cohen; para otros, entre Sufjan Stevens y Iron & Wine. Lo cierto es que destila personalidad e inspiración. Este disco parece un libro de relatos: mensajes cortos, condensados, aparentemente inconexos, pero que forman un todo. Cada canción, un estilo, un instrumento, intimismo, contundencia, guitarras acústicas, chelos, violines, guitarras eléctricas… Como siempre, es mejor que lo escuchen, así que no se pierdan Drift Off To Sleep, Jackeyed, You’re Onlye Lonely, Don’t Leave Me Now! y, sobre todo, la imponente She Don’t Own Me. Un disco para disfrutar cuanto más se escucha.
Patty Griffin
ATO Records, 2007
Empezó en el country y hoy es universal. Y eso no es nada fácil, porque la música country suele ser poco considerada por el resto de géneros. Pero Patty Griffin es distinta, y este disco también. Su voz puede ser susurrante y poderosa a la vez, y su capacidad para fusionar estilos hace su música versátil y accesible. Podrán encontrar guiños al gospel, al soul, al blues y al rock; todo fácil y familiar, conducido con una voz como pocas. Si les gusta el country, esta es la forma de evolucionar sin perderse; y si no les gusta, no se preocupen, este disco no es country, pero es el mejor modo de empezar a hacerse amigo de este género. No pueden perderse Heavenly Day –cuando oigan esa voz entenderán por qué recomiendo este disco–, ni Burgundy Shoes, ni Trapeze, ni Crying Over, ni la famosa Up To The Mountain, compuesta por ella para Solomon Burke. Era camarera, y hoy nos sirve un cóctel sin complejos para gente sin complejos. Y que siga.
That Sea, The Gambler
Gregory Alan Isakov
2009
Gregory Alan Isakov hace más fácil uno de los objetivos de Melofilia: descubrirles artistas poco conocidos y de calidad. Isakov, sudafricano emigrado a Estados Unidos, es uno más de los cantautores agarrados a una guitarra, pero uno que lo hace muy bien. Definido como “fuerte, sutil, un genio lírico”, ha sabido dar el paso de instrumentar su música desde unos inicios en el que sólo vestía su voz con la guitarra. Folk moderno, aire fresco y letras de mérito, eso es lo que encontrarán en Big Black Car, Evelyn, That Moon Song o en If Go, I’m Going. Y si quieren más, siempre podrán subirse a su Spotify y darse una vuelta por su anterior disco, That Sea, The Gambler. Y presuman de descubrimiento con sus amigos.
De sofá y copa de vino
[8]Standards Trio: Reflections
Kurt Rosenwinkel
WOM Music, 2009
Cuando el mejor guitarrista de jazz moderno se enfrasca en homenajear clásicos del jazz como Thelonious Monk o Wayne Shorter, y además lo hace dejando huella y dispuesto a demostrar que es un digno heredero, el resultado sólo puede ser digno de una copa de vino saboreada en pantuflas. Rosenwinkel es el estandarte de una generación de intérpretes y compositores de jazz que surgieron a finales de siglo y que aportan nuevas formas a este género. Este disco es una delicia de melodía e improvisación medida, con guitarra como elemento principal y protagonista que innova sin estridencias. Los casi diez minutos de Reflections, con la que se inaugura el disco, es toda una declaración de intenciones que se mantienen con Ask Me Now, o Ana Maria o las celebérrimas You Go To My Head y You’ve Changed. Relájense y déjense invadir por su música. Música con clase.
El pasado también existe
Kenny Burrell
Blue Note Records, 1967
Y ya que estamos con jazz y con guitarra es de justicia traer a este Hall Of Fame del pasado a unos de los grandes, quizá al más grande. Kenny Burrell es la guitarra en el jazz, junto con Jim Hall. Este disco es uno de los clásicos, de los que no pueden faltar en sus discotecas. Burrell presenta una jazz con rasgos de blues –bluesy jazz– y, con un descomunal Stanley Turrentine al saxo, se despacha un disco con el que hizo historia. Virtuoso, minimalista, sin estridencias, pero delicioso. Eso dicen los que saben, y algo tendrá cuando lo han remasterizado en formato SACD –Super Audio CD–, pero eso no se distingue en mp3, así que habrá que hablar con iTunes y compañía… Reproductor SACD, y un amplificador capaz de mover unos altavoces tirando a duros… Los que puedan disfrutar de escucharlo así no pueden dejar de comprarlo. No se pierdan Midnight Blue, ni el solo de guitarra en Soul Lament, ni Chitlins Con Carne, ni la genial Saturday Night Blues. Este también se merece una copa de vino.
¿Clásicos? ¿Qué clásicos?
Jean Sibelius
Ricardo Mutti – Gidon Kremer
Berliner Philharmoniker
EMI Classics, 1999
Jean Sibelius fue el último gran compositor de sinfonías y, en vida, disfrutó de un gran reconocimiento mundial. Finlandés, nacionalista, hizo de su música un himno a su tierra. De hecho, su segunda sinfonía, también presente en este disco, se consideró una declaración de independencia de Finlandia. Pero hoy quiero recomendarles especialmente su concierto de violín, el único concierto que compuso. Lo mejor del Romanticismo centro-europeo de mitad del siglo XIX aliñado con el espíritu grandioso de la música rusa de finales de siglo. Virtuosismo y sentimiento. Esa materia prima sólo puede mejorar si la cocina la Filarmónica de Berlín con nuestro Príncipe de Asturias de las Artes, Ricardo Mutti, y nada menos que Kremer al violín. El plato lo serviremos frío, la grabación es de 1999 y en AAD (aunque suena mejor que un mp3), pero seguro que quieren repetir. Viva Finlandia.
[12]Todas las mañanas del mundo son un camino sin retorno. La frase se las trae, te la repites y no dejas de pensar en ella. Contiene un mensaje de trascendencia, de esperanza y de melancolía a la vez. Me quedo con que cada mañana nos ofrece un camino nuevo, aunque en el anterior nos hayamos equivocado. Aunque, como interpreto de la ilustración de nuestro Iván Solbes [13], lo difícil es elegir el correcto. Nuestros actos y decisiones tienen trascendencia, no se borran. Pero el camino empieza cada mañana, así que sean generosos con los demás, y con ustedes mismos.
Hasta aquí llega el camino sin retorno de hoy. Cuéntennos cómo escuchan música, dónde lo hacen, si tienen equipo… Hablaremos de todo ello. Esperamos sus sugerencias, comentarios y aportaciones aquí abajo, en el blog, en Facebook y, como siempre, en mi casa, que es la suya: melofilia@hoyesarte.com [14] |