Muchas plantas viven una existencia subterránea en forma de tubérculos y semillas, esperando la llegada de unas esporádicas lluvias que las saquen de su letargo. En estos períodos, el milagro ocurre, y durante unas pocas semanas el desierto se cubre de praderas de diferentes colores. Estas plantas desarrollan un corto ciclo vegetativo, dejando semillas que pueden permanecer años sin germinar.
La vida en estos parajes tiene un carácter caprichoso y oportunista, dependiente siempre de una hidrología casi siempre anárquica. La aridez produce endemismos vegetales y animales adaptados a unas condiciones de vida tan difíciles. Las plantas suelen desarrollar hojas suculentas para almacenar agua y evitar la evaporación y algunas son capaces de amputar sus hojas para conservar la suficiente humedad en el tronco.
La sombra de un árbol en un desierto se convierte en un gran tesoro, una arquitectura de placer, un paraíso de negra frescura en medio de un infierno abrasador. Paulo Coelho dice que tal vez Dios haya creado el desierto para que el hombre pueda sonreír con las palmeras.
Las formas asombrosas del paisaje crean una belleza pura y serena. La ilimitadas extensiones de guijarros y grava contrastan con hileras de dunas de arena, macizos escarpados y blancas superficies de lagos secos.
La acción lenta y constante del viento y el sol durante millones de años ha modelando este universo petreo y erosionado. Dependiendo de la velocidad y dirección del viento, los granos de arena se agrupan formando dunas de diferentes formas y tamaños. Son como un mar sin agua, con olas de movimiento inapreciable y rizos de arena, que de forma sigilosa modelan un paisaje cambiante.
Los rayos del sol arrancan un brillo intenso a la arena formando un fondo deslumbrante que transforma las superficies en espejismos de agua y deforma las siluetas, al rilar con las ráfagas de calor, creando figuras espectrales que proporcionan a estos lugares un carácter onírico y surrealista.
Los pocos seres humanos capaces de vivir en estos lugares tienen una vida nómada obligada por la escasez de recursos, siempre confiando en que la suerte (Inshallah) esté de su parte para llegar a su destino.
Quizá el hechizo que ejerce el desierto sobre el ser humano es provocar en nuestro interior un sentimiento de fragilidad ante la grandeza del viento, la aridez, el silencio y la distancia.