Pues bien, este año, justo al inicio de la temporada, estaba yo echando una mano a un amigo, propietario de un restaurante, ayudándole en la ardua tarea de seleccionar un nuevo cocinero para dirigir sus fogones ante la inminente y consabida emigración del hasta entonces titular, cuando revisando los currículos de varios aspirantes, di con uno que inevitablemente llamó mi atención, ya que el titular aseguraba ser un experto “Cocinero Poeta”.

Extraña especialidad

Naturalmente, tan extraña especialidad y supuesta habilidad hizo que me interesara de inmediato en él y abriera su historial, expectante, por delante de las demás propuestas, suponiendo que me enfrentaba a algún sofisticado representante de las actuales generaciones de profesionales de la cocina que hacen de la carta un mundo en ocasiones mucho más interesante y sofisticado que el propio contenido final de sus posteriores propuestas culinarias.

Estaba seguro: me encontraría con alguna deliciosa “armonía de una suave y dibujada salsa como lecho templado de alguna chuletilla caramelizada a los deliciosos aromas del estragón silvestre…” O, quizá, hubiera rimado unos “crujientes bastoncillos de calabacín salvaje en elegante equilibrio sobre un medallón de rape aromatizado a la reducción de un Pedro Ximénez…”

Pero ¡ay amigo!, mi gozo en un pozo, porque lo que me encontré como maravilloso ejemplo poético y patético de las esperadas habilidades del remitente, fue la siguiente propuesta de menú, así, por las buenas:

Pimientos de Padrón,
Pollo al Chilindrón.

Acelgas con pasas de Corinto,
Guiso de carne al vino tinto.

Pasta a la marinera,
Redondo de ternera.

Pastel de calabaza,
Cerdo asado a la mostaza.

Espárragos en tortilla,
Truchas plancha mantequilla.

Salmorejo cordobés,
Tortilla del payés.

Espinacas a la crema,
Aleta de ternera rellena
.

Como ya habrán adivinado ustedes, mi amigo restaurador sigue buscando cocinero.