Muy al contrario, estos centros se han reciclado y adaptado al gusto contemporáneo, en la mayoría de los casos haciendo uso de los últimos sistemas de comunicación al público, al que han conseguido atraer de un modo verdaderamente interactivo, reconvirtiéndose en centros vivos donde tienen cabida tiendas, visitas nocturnas, actos culturales, eventos de empresas y como no, una más que interesante oferta gastronómica.
Museos como el Guggenheim de Bilbao – por cierto recientemente reconocido como el edificio más notorio de los últimos treinta años – el Getty de Los Ángeles y otras instituciones como la Ópera de Sydney parecen estar más valorados por el gran público gracias a su continente más que a su contenido, lo cual en principio no deja de ser un excelente primer paso de acercamiento al arte para un buen número ciudadanos, que en muchas ocasiones se produce… gracias al estómago.
Sin la pretensión de reseñar todos los museos que disponen de un restaurante destacado y solo por dar algunas referencias, en el Guggenheim, por ejemplo, la alta cocina de vanguardia desembarcó entre sus bellas estructuras de titanio en el año 2000, con la incorporación de Martín Berasategui a su restaurante, actualmente bajo la dirección de Josean Martínez Alija. La llamativa y sinuosa barra de este establecimiento seduce ya de entrada por sus espectaculares pintxos, que permiten disfrutar de una estupenda comida informal. Y más al fondo los salones, donde se pueden degustar varios menús del día a precios asequibles, o bien disfrutar de la magnífica carta de Martínez Alija, naturalmente a un precio algo superior.
Continuando en el País Vasco – donde por cierto sus museos parecen hacer honor a la reconocida calidad gastronómica de la región – el Bellas Artes de Bilbao ofrece la posibilidad de probar las últimas creaciones del chef Aitor Basabe por unos 80 euros y el Artium de Vitoria la de hacer una visita guiada a través de sus galerías con cena incluida por 45 euros.
En Madrid se puede disfrutar del paisaje al aire libre en dos de sus principales museos: en la recién estrenada terraza del Museo del Prado o en la quinta planta del Palacio de Villahermosa que alberga al Thyssen. Todo un honor, el saber que se está comiendo junto a las mejores obras de los grandes maestros.
Otras instituciones permiten que sus visitantes se deleiten en escenarios históricos, como es el caso del Museo Nacional de Arte de Cataluña en el que por alrededor de 30 euros se puede comer en el Salón del Trono, nombre debido a que fue el propio rey Alfonso XIII quien lo inauguró con motivo de la Exposición Internacional de 1929.
El Ars Natura de Cuenca, ofrece, por 60 euros, la degustación de la carta del galardonado chef con una estrella Michelín Manuel de la Osa.
Y es que, ahora que la gastronomía española se ha convertido en un factor de atracción turística indiscutible, el arte contemporáneo y los museos parecen conectar perfectamente en una relación interesante para todos: los visitantes disfrutan de una variada oferta cultural a la vez que lo hacen también de una magnífica cocina en un marco incomparable y los museos consiguen llegar a ser más rentables, añadiendo unos preciosos ingresos a las cada vez más escasas subvenciones oficiales. Buen provecho a todos.