Las raras botellas fueron subastadas y compradas por un millonario, William Koch, propietario de la sociedad Oxbow Corp. y de una bodega personal con más de 35.000 botellas, quien religiosamente pagó por ellas una cantidad cifrada en “cientos de miles de dólares”, según fuentes cercanas.

Parece ser que el tal William Koch, tras un minucioso examen de la mercancía comprada, descubrió que las iniciales TH.J -supuestamente correspondientes a las del presidente de EE.UU.- que figuraban en la etiqueta del mencionado vino habían sido impresas por una máquina eléctrica, lo que evidentemente le pareció algo extraño y demasiado avanzado para 1787.

Avance tecnológico

Reclamada la casa de subastas por tan extraño hecho, aunque no logró una explicación razonable respecto al milagroso “avance tecnológico”, lo que sí parece que recibió fueron garantías de que no todo el lote se encontraba en la misma supuestamente fraudulenta situación y que, por tanto, algunas botellas del mismo lote eran auténticas.

Lógicamente, la apurada y escasa explicación no sólo no dejó satisfecho al millonario, quien denunció el caso, sino que intranquilizó a cientos de coleccionistas de vinos históricos de todo el mundo, quienes debieron pensar aquello de que “cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”. El asunto es que, debido a sus circunstancias especiales, el caso acabó en manos del FBI.

Lo que, sin duda, da lugar a lugar a un par de reflexiones interesantes: ¿un vino viejo es una obra de arte por sí mismo, tanto como para que interese a una brigada especial del FBI?  ¿No es el vino sino su procedencia, su anterior pertenencia a las bodegas de un personaje ilustre, la que le otorga ese valor? O bien, sencillamente, ¿el delito es haber falsificado la fecha atribuida a un objeto, con independencia de su valor intrínseco o histórico?

dboskawen@gmail.com