Así que la Saatchi Gallery cambiará su nombre por el de Museo de Arte Contemporáneo de Londres. De este modo, la Saatchi Gallery se equiparará ahora a museos de arte contemporáneo de ciudades como Sídney, Los Ángeles, Nueva York y otras más grandes o más pequeñas. Qué arrogancia, pensé, cuando me enteré de la noticia. Bueno, pensándolo bien, la verdad es que este comentario parece un poco grosero. Es un regalo muy generoso y el propio edificio es un gran espacio diseñado para el arte, muy popular y que atrae a un público muy amplio. En realidad es la colección la que probablemente sea lo más problemático.
Invariablemente incoherentes
Las exposiciones de la Saatchi Gallery son invariablemente incoherentes: los trabajos que muestra pueden ser espectaculares, pero, en conjunto, la mayoría son malos o mediocres. Ni siquiera sabemos que obras posee verdaderamente Saatchi en la actualidad, ni lo que está donando a la nación.
Una serie de obras muy variables en cuanto a calidad, incluidas las mejores que Saatchi exponía en sus inicios. Por ejemplo, no hay ningún artista de cine y vídeo, y muy poca buena fotografía. ¿Cómo se puede hoy en día tener un museo de arte contemporáneo que hace caso omiso de estos medios?
Con todo su dinero y entusiasmo, Saatchi nunca ha comprado de manera sistemática o correcta. A diferencia de otras colecciones de arte contemporáneo que han sido reconocidas a nivel internacional, como la de los belgas Anton y Herbert Annick o la del legendario galerista alemán Konrad Fischer –colecciones que tardaron décadas en construirse– la recopilación Saatchi nunca ha tenido ningún foco específico. Los llamados Young Brits (Jóvenes británicos) han ido y han venido, al igual que otros artistas de los EE.UU., Alemania, India, China y Oriente Medio.
¿Qué fue del “Nuevo Realismo Neurótico”, un movimiento inventado que nunca llegó a ninguna parte? Las piscinas de aceite de Richard Wilson, las camas de Tracey Emin y los sexuados maniquíes de Jake y Dinos Chapman nunca parecieron tener mucha relación, excepto que eran obras hechas por artistas británicos que vivían en Londres y que se conocían mutuamente.
Si ponemos todas estas obras junto con algunas otras del resto de artistas de este supuesto movimiento, únicamente obtendremos una serie de exposiciones de pesadilla, engañosas, que tergiversan la trayectoria del arte contemporáneo.
La esperanza de que la colección vaya a evolucionar en el futuro debe ser juzgada por otras cuestiones como ¿quién será su comisario? ¿Qué se comprará o se venderá? Y, por encima de todo, ¿qué significa "continuar con la misma política que se estableció cuando la galería se inició hace 25 años", según dice el comunicado de prensa?
La verdad es que nunca hubo tal política. Al final, lo único que hay es Charles Saatchi, su entusiasmo y, ahora, su generosidad.