Liberando la pintura

Nació en Barcelona un 20 de abril de 1893 y tuvo siempre muy clara su identidad nacional. Pintó desde muy pequeño y, aunque realizó estudios relacionados con el comercio por compromiso paterno, pronto primó en su vida la profesión artística. Con tan sólo dieciocho años llevó a cabo su primera exposición individual en la Galería Dalmau, que exhibió 64 cuadros y dibujos, casualmente el mismo año, 1918, que fundó la Agrupació Courbet.

La generación de Miró estuvo marcada por aquellos ismos

El sendero de Ciurana, 1917

 

 

Padres, el pueblo, 1917

 

 

Ilustración Joan Miró

 

Pájaros en el espacio, 1965

 

Autorretrato Joan MIró

 

del siglo XIX que trataron de liberar a la pintura de su papel de mero imitador de la realidad. Admiró mucho a los impresionistas franceses, entre ellos a Courbet y su carácter revolucionario, por ello Miró y sus amigos del círculo de Sant Lluc fundaron este grupo exclusivo de artistas catalanes que intentaba avanzar en un mundo artístico anclado en el convencionalismo pictórico.

Los primeros trabajos estuvieron marcados por las influencias del impresionismo, fauvismo, el primitivismo, el cubismo y lo naif, en especial, artistas como Van Gogh, Rousseau, Cézanne o Picasso. Aplicó gruesas pinceladas y fuertes contrastes cromáticos a una temática que incluía campesinos, paisajes y naturalezas muertas, para los que buscaba inspiración en sus raíces catalanas, buscando enaltecer la tierra en la que nació.

Estas características las podemos advertir en obras como El sendero de Ciurana o Prades, el pueblo, ambas de 1917, donde, además, el espacio se aplana casi mineralizado por las formas, liberándose del espacio ilusionista.

Son años en los que, también, pasa mucho tiempo en Montroig donde su padre poseía una masía. “La tierra de Montroig (…) era casi una necesidad física” llegó a decir el propio Miró, que siempre estuvo muy vinculado al mundo rural.

Contacto con París

En 1920 visitará por primera vez París, ciudad en la que pasará gran parte de su vida y donde su universo creativo comenzará a transformarse. Es allí donde conoce las obras de De Stijl o el constructivismo ruso, donde entra en contacto con Picasso y hace amistades con figuras de la talla de André Masson, Max Ernst o Pablo Gargallo.

En 1924 se publicó el primer manifiesto surrealista, movimiento relacionado con el arte de Miró. Su temática cambia y deja atrás las imágenes de Montroig  para concentrarse en elementos de carácter más oníricos, influidos por el subconsciente.

Sus trazos se vuelven más elementales y desaparece la vigorosa presencia física de sus paisajes. Los componentes de su pintura se ven simplificados, sintetizados al máximo, hasta convertirse casi en signos, en su búsqueda incesante hacia lo esencial. La noche, los azules, las estrellas, los caracoles, la mujer, son un componente inequívoco del universo mironiano.

Intensidad expresiva

Se dejará cautivar por el arte de Klee o Kandinsky y por la poesía francesa, americana y japonesa, lo que se ve reflejado en sus cuadros, que se tornan más abstractos, desprendiendo un sabor lírico y poético siempre presente en el arte de Miró.  Alberto Giacometti, gran amigo del artista dijo “Miró era para mí la libertad personificada: más fresco, libre y ligero que todo lo que yo había hecho antes”.

Querido por unos, que admiran su intensidad expresiva, o condenado por otros, que lo tildaban de decorador, lo que sí es cierto es que este hombre tan polifacético influyó, de manera decisiva, en todo el arte del siglo XX, desde su Cataluña natal hasta la escuela de Nueva York, sin el cual el arte de Arshile Gorky o Jackson Pollock no hubiera podido ser el mismo.