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Bacon, su obra y su relación con el sadomasoquismo

Según se narra en un artículo del diario británico The Guardian, titulado  “Sado-masoquismo y betún de zapatos robado: una revisión del legado de Bacon”, el historiador del arte John Richardson –cuya obra de varios volúmenes sobre la vida de Picasso ha sido considerada como la mejor biografía de un artista jamás escrita– y que conocía a Bacon desde la década de los 40, sostiene que lo mejor de su arte deriva precisamente de sus más que intensas relaciones sexuales sadomasoquistas, unas prácticas que, en opinión del historiador, condujeron directamente a la muerte al menos a uno de sus amantes.

La difícil relación con Peter Lacy

Según esta opinión, parece ser que fue la temprana paliza que recibió de su padre el motivo al que Bacon atribuye su afición por el sadomasoquismo, unos deseos que posteriormente cumplió, ya de adulto, con su amante Peter Lacy.

Richardson describe sin ningún pudor la agresión más grave realizada por Peter Lacy contra el artista: "En un estado de demencia alcohólica, Lacy arrojó a Bacon a través de una ventana de cristal. Su rostro resultó tan dañado que su ojo derecho tuvo que ser recolocado y cosido. Pero el resultado fue que Bacon amaba más que nunca a Lacy. Durante semanas no pudo perdonar a su colega y amigo Lucian Freud sus reproches hacia su torturador. Afortunadamente, Lacy se trasladó a Tánger".

En un reciente número del New York Review of Books, Richardson define a Pete Lacy como "un hombre apuesto, de unos 30 años, propietario de una casa infame en el valle del Támesis, donde Francis pasaba gran parte de su tiempo, a menudo –según Richardson– en la esclavitud".

Richardson agrega: "Lamentablemente, la bebida desató en Lacy una vena diabólica, sádica, que rayaba en la psicopatía. Además de hacerse perdonar por Bacon, éste le pintaba continuamente en sus cuadros. Sin embargo, hay que decir a su favor que inspiró alguna de las obras más memorables de su amante, como la serie Man in Blue, en la que aparece un amenazador Peter Lacy vestido de negro destacando contra unas cortinas verticales azules".

Su amante más conocido e inmortalizado

Pero el más conocido de los amantes de Bacon es quizá George Dyer, en parte porque Bacon le inmortalizó en sus pinturas, y también porque Dyer se suicidó en 1971 en un lavabo de una habitación de hotel en vísperas de la retrospectiva del artista en el Grand Palais de París.

John Richardson describe también su punto de vista sobre la relación entre los deseos de Bacon y su producción artística. "Bacon era capaz de llevar a George a un estado de colapso psíquico y a continuación, en las primeras horas de la mañana –su tiempo favorito para el trabajo– podía exorcizar su culpa, su rabia y su remordimiento con unas imágenes de Dyer que tenían por objeto, según decía él, explorar su sistema nervioso". Richardson sostiene que estas son algunas de las mejores obras de Bacon.

En esta misma línea, cuenta la noche que pasó en Nueva York con esta pareja, en 1968. Después de un almuerzo durante el que Bacon estuvo llamando a Jackson Pollock un "antiguo encaje de fabricante" se fueron de juerga. Después de una discusión, Dyer le dejó y a primeras horas de la madrugada Richardson recibió una llamada de Bacon diciéndole que había encontrado a su amante desmayado en el suelo de su habitación, en el hotel Algonquin, “inconsciente por haberse tomado un puñado de pastillas para dormir mezcladas con una botella de whisky". Según Richardson: "la relación entre ambos empeoró y, finalmente, después de un intento fallido de quitarse la vida en Grecia, Dyer se suicidó en París".

La decadencia

Richardson afirma que la obra artística de Bacon cayó rápidamente en declive cuando, después de la muerte de Dyer, comenzó una nueva relación con John Edwards, quien "aparentemente estaba libre de connotaciones sado-masoquistas. Esto podría explicar por qué la obra de Bacon perdió su gancho y dejó de emocionar. Las pinturas inspiradas por Edwards, así como por un piloto de Fórmula 1 y por un famoso jugador de cricket que el artista imaginaba, como parte de su fetichismo, revelan que en la vejez Bacon logró desterrar sus demonios y suavizó sus formas".

El historiador John Richardson es uno de los inusuales críticos que tratan con severidad a Bacon, que fue objeto de una retrospectiva de la Tate el pasado año y es venerado por un gran número de artistas contemporáneos, como Damien Hirst. El problema, dice Richardson, es que Bacon no podía dibujar. "Pintura tras pintura se veía afectado por su incapacidad para articular una figura o su espacio".

Más críticas

También el crítico de arte David Sylvester –que ayudó a cimentar la reputación de Bacon– habla sobre este tema, en lo que el llama un “fallo fatal" del pintor y argumenta: "Sus célebres variantes sobre el retrato de Velázquez del Papa Inocencio X son o bien obras magníficas o desastres casi totales. En la primera de estas famosas series de 10 años, Bacon representa al Papa gritando. Y es muy bueno pintando gritos, pero no tiene ninguna esperanza en poder pintar las manos, por lo que las amputa, las oculta o, dicho de otra manera, las elude".

Richardson describe su primera visita al estudio del pintor en la década de los 40: "Bacon me sorprendió por lo divertido que era. Todo lo que había en su gran estudio era una exageración: martinis servidos en vasos grandes de Waterford, un liguero de mujer pintado de plata tirado debajo de un sofá… La teatralidad y lo destartalado que impregnaba el estudio también se extendía a los tres escrotos humanoides que nos gritaban desde la base de una crucifixión, un cuadro que estaba entonces pintando el que pasando el tiempo llegaría a ser el famoso artista".