El período que transcurre entre la Guerra Franco-Prusiana y la Primera Guerra Mundial se caracteriza por un crecimiento económico sostenido y una significativa agitación política que produjo grandes cambios sociales. El retrato, con una notable demanda comercial, es el género pictórico más representativo de la época. Ilustra el nuevo individualismo del hombre moderno y su interés por la imagen que proyecta en su entorno social.
Desde el punto de vista de la historia del arte es un género que permite explicar los cambios que se producen tanto en las convenciones estilísticas como en las relaciones entre el artista y su público o mercado. Estos cambios dieron lugar a la figura del artista moderno.
Concretamente, en esta muestra están representadas tres generaciones de pintores: la de los precursores, nacidos en la década de 1830 a 1840, como Giovanni Boldini; la generación intermedia –la más ampliamente representada–, constituida por artistas nacidos en la década de 1850 a 1860, entre los cuales encontramos a Sargent, Sorolla, Zorn, Corinth, Munch, Repin, Serov, Vrubel y Toulouse-Lautrec; y la de los artistas nacidos entre 1870 y 1880, como Vuillard, Kokoschka, Schiele y Kirchner.
A través de estas tres generaciones, la exposición aborda distintos aspectos del retrato para reflejar el tránsito desde un estado de ánimo inicial, triunfal y confiado, propio de los primeros años, hasta la aguda inquietud crítica de los retratos expresionistas de los años finales, que cierran el recorrido de la muestra.
76 obras
Articulada en nueve ámbitos: ‘Autorretratos’, ‘El Retrato de sociedad’, ‘Temperamento y carácter’, ‘Retratos de grupo’, ‘Ambientes y conversaciones’, ‘Retratos en plein air‘, ‘Toulouse-Lautrec’, ‘El retrato como símbolo’ y ‘La crisis’, la exposición propone una mirada sobre los complejos movimientos pictóricos de la Belle Époque a través de 76 obras realizadas por, aproximadamente, 40 artistas, procedentes de 30 museos y colecciones particulares de 12 países de Europa y Estados Unidos.
Entre otras muchas, se exhiben obras de Anders Zorn, Édouard Manet, Ramon Casas, Edvard Munch, Pierre Bonnard, Édouard Vuillard, Hermen Anglada Camarasa, Max Oppenheimer, Oskar Kokoschka, Egon Schiele, Max Pechstein y Ernst L. Kirchner, que forman, junto a Giovanni Boldini, John Singer Sargent, Joaquim Sorolla, Valentín A. Serov y Henri de Toulouse-Lautrec, la galaxia del retrato europeo.
Retratos de la Belle Époque, coorganizada entre el Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana y la Obra Social ”la Caixa”, y comisariada por Tomàs Llorens y Boye Llorens, se podrá visitar en CaixaForum Barcelona hasta el 9 de octubre, tras haberse expuesto en el Centro del Carmen de Valencia. Barcelona será el último lugar donde se podrá ver la muestra.
Nueve secciones, tres generaciones de pintores
1. Autorretratos. El autorretrato testimonia la importancia de la conciencia subjetiva –raíz del artista moderno– y la voluntad de reafirmar la propia imagen frente al mundo circundante. 2. Retratos de sociedad. La principal fuente de encargos para los pintores era el llamado retrato de sociedad. Estos cuadros, que formalmente se apoyan en el precedente de los “retratos de aparato” de los siglos XVII y XVIII, tenían la finalidad de representar la posición social de los retratados. 3. Temperamento y carácter. Un rasgo característico de la época es el empeño en penetrar en lo esencial de la personalidad del retratado, en mostrar un retrato que reflejara ciertos aspectos de su carácter, como la confianza, la jovialidad, la mundanidad, la sensibilidad o la respetabilidad. 4. Retratos de grupo. Al amparo del naturalismo dominante de la época, pintores y retratados tratan de emular en ocasiones el paradigma del retrato de grupo del siglo XVII, cultivado por pintores como Velázquez o Rembrandt. 5. Ambientes y conversaciones. Como sucede en la literatura, al profundizar en el carácter o personalidad del retratado, la pura descripción física resulta insuficiente. El contexto, la atmósfera del momento en que se pinta aporta una lectura más profunda, que da sentido al retrato y permite vislumbrar el espíritu mismo del retratado. 6. Toulouse-Lautrec centró su interés en captar pictóricamente los gestos y expresiones de los personajes de su tiempo en las noches parisinas que retrataba con afán testimonial, a la manera de la novela naturalista. 7. Retratos al aire libre. Además de reflejar los nuevos estilos de vida, el retrato al aire libre concilia el género con una de las exigencias fundamentales del naturalismo: el apunte del natural que pone en valor la espontaneidad y la inmediatez en la representación del instante en el que se capta al sujeto. 8. El retrato como símbolo. El interés por penetrar en la psicología del retratado o por trazar una evocación atmosférica del sujeto encuentra su prolongación natural en el simbolismo. Frente al positivismo de la representación naturalista, la espiritualidad, la fantasía y el onirismo ofrecían nuevas fórmulas para reflejar en el retrato las inquietudes del espíritu humano. 9. La crisis. En los años previos a la guerra, la amargura y el desánimo, unidos a una visión trágica de la vida, derivaron hacia temáticas de miseria y soledad. En su reacción contra el decadente espíritu positivo, el expresionismo plantea la distorsión emocional –incluso irracional– de la realidad para reivindicar la libertad subjetiva del artista. |
Barcelona. Retratos de la Belle Époque. CaixaForum.
Del 20 de julio al 9 de octubre de 2011.
Comisario: Tomás Llorens y Boye Llorens.