Parecía todo inventado en aquel París convaleciente de tres décadas de vanguardias cuando un joven Cartier-Bresson (1908-2004), discípulo de André Lothe y cercano, por tanto, a los círculos surrealistas, decidió abandonar la pintura para dedicarse a la fotografía, especialidad en auge gracias a la actividad de pioneros como Stieglitz, Steichen o Man Ray. Es bien sabido que, en lo que respecta al arte, destacar está al alcance de muy pocos y más, incluso, en el siglo XX, período con la mayor variedad de experiencias artísticas. Pues bien, Cartier-Bresson ideó el fotoperiodismo, fue el mejor con la cámara en las manos y destacó en su tiempo por su particular percepción de la realidad a través del visor. Nadie como él supo plasmar los acontecimientos y rostros más relevantes de su tiempo, razón por la cual recibió de su principal biógrafo, Pierre Assouline, el título que le acompañará desde entonces: El ojo del siglo.
Comenzó su carrera en plena juventud, con tan sólo 23 años, cuando visitó Costa de Marfil y, con una vieja cámara de segunda mano, realizó su primer reportaje –publicado meses más tarde–. Con estas primeras instantáneas, en este primer viaje, comienza un capítulo fundamental de la historia del arte y de la fotografía: el nacimiento del reportaje gráfico, la creación del fotoperiodismo.
El instante decisivo
Obsesionado, desde el comienzo, por captar la imagen perfecta, hizo del “instante decisivo”, traducción literal de Images a la sauvette –título de una selección editorial publicada en 1952 sobre sus primeros veinte años como fotógrafo–, su seña de identidad. Ya no bastaba con estar en el sitio oportuno en el momento adecuado, hasta entonces más que suficiente para cualquier reportero, también era necesario saber contemplar, reflexionar, esperar y apretar el disparador en el momento preciso, cuando se producía el clímax de la escena y, como él mismo afirmó, “alineando la cabeza, el ojo y el corazón”. En realidad, “el instante decisivo” es el concepto que da sentido al reportaje gráfico y, sin duda, la característica esencial de la fotografía documental desde que Cartier-Bresson comenzara a practicarla en sus múltiples viajes. Gracias a esta categoría estética, una imagen puede valer más que mil palabras, razón de ser del fotoperiodismo.
Además, y por si fuera poco, este humanista, amante de la pintura y la literatura, interesado por el surrealismo e in- fluido por la espontaneidad e intuición de la obra de Bretón, desarrolló una técnica fotográfica envidiable, gozando una gran seguridad con la cámara en las manos. Tanto es así que, salvo en dos ocasiones –ambas por causas de fuerza mayor–, nunca recortó sus negativos ni aprovechó el laboratorio para mejorar o retocar las imágenes. Positivó sus fotografías respetando, siempre, los encuadres y características de la toma inicial, otro signo distintivo de su obra impensable e inviable, ciertamente, para muchos fotógrafos del siglo XX.
Magnum, la libertad
“Es una comunidad de pensamiento, una cualidad humana compartida, una curiosidad sobre lo que pasa en el mundo, un respeto por lo que pasa y un deseo de transcribirlo visualmente.” Cartier-Bresson, uno de sus fundadores, definió de esta forma a la célebre agencia Magnum Photos, la primera asociación de fotógrafos profesionales de la historia y el primer paso hacia la autonomía de los reporteros gráficos que, a partir de entonces, se convirtieron en dueños de los derechos de sus imágenes. Esta inteligente maniobra les concedió una notoria libertad a la hora de elegir sus temas. Pasaron de trabajar por encargo a tomar la iniciativa y, de esta manera, Magnum se convirtió durante gran parte del siglo XX en la más importante compañía del mundo dedicada a la fotografía.
Con el carné de Magnum en la cartera, Cartier-Bresson viajó por todo el mundo dando forma a la foto documental. Entre 1948 y 1950 visitó India, Birmania, Pakistán, China e Indonesia. En 1954 se convirtió en el primer reportero occidental que pudo entrar en la Unión Soviética tras la muerte de Stalin. Vivió tres meses en China con motivo del décimo aniversario de la República Popular; posteriormente se trasladó a Cuba y desde allí fue a México, donde permaneció una temporada antes de mudarse a India y Japón. Cuando a principios de los años setenta decidió enfundar la cámara para volver a sus inicios y dedicarse a la pintura, Cartier-Bresson ya formaba parte de la historia contemporánea. Gracias a la fotografía, se había convertido en su principal testigo.
Retratos del siglo XX Capote, Sartre, Camus, Duchamp, Picasso, Lucian Freud, Chagall, Matisse, Luther King, Georges Braque o el Che fueron algunos de los personajes más destacados del siglo xx retratados por El ojo del siglo. Durante las cuatro décadas que dedicó a la fotografía, el género del retrato ocupó un lugar privilegiado en el conjunto de su obra. A todos estos nombres hay que sumar las innumerables fotografías que realizó de personas anónimas, ciudadanos del mundo –como él– que iba encontrando –o buscando– durante sus míticos viajes y que, además de completar una de las colecciones de retratos más impresionantes de la historia, son parte fundamental de la mayoría de sus reportajes. Todos ellos pasaron bajo su reflexiva mirada, esa observación profunda y perfeccionista que caracteriza su estilo, lleno de referencias culturales pero, sobre todo, artísticas y, más concretamente, pictóricas. Fotografió a todos sin distinción, famosos o extraños fueron vistos de la misma manera por Cartier-Bresson para realizar unos retratos que, como escribió Assouline en su biografía, “se sitúan lejos de lo anecdótico y lo más cerca posible de la íntima verdad de la gente”. |
Nueva York. Henri Cartier-Bresson: El Siglo Moderno. MoMA [1].
Del 11 de abril al 28 de junio de 2010.