El cierre está motivado por la «situación de déficit recurrente» que padece este museo, al igual que la práctica totalidad de museos de obra artística, «que se ha visto agravada por la crisis económica general, disparando las cifras deficitarias a niveles insostenibles desde la perspectiva de una iniciativa privada».
Chillida-Leku, que este año ha cumplido su décimo aniversario, ha avanzado que la dirección del museo sigue «abierta a un acuerdo que respete las condiciones que considera imprescindibles para asegurar la continuidad» del proyecto «tal y como lo definieron Eduardo Chillida y Pilar Belzunce».
Se seguirán llevando a cabo todas aquellas actividades paralelas que se desempeñan con independencia del cierre al público, como son la conservación del patrimonio artístico o la realización de exposiciones nacionales o internacionales, entre otras.
Chillida-Leku [1] es el primer museo de arte de Guipúzcoa en número de visitantes (810.000 desde su apertura) y figura entre los cuatro primeros del País Vasco.
La consecución de un sueño
Chillida-Leku es la consecución de un sueño durante años anhelado por el autor: Crear un espacio a la medida de su obra donde esta pudiera ser permanentemente expuesta. Este museo monográfico es fiel muestra de su evolución y trayectoria escultórica durante 50 años.
Este museo es un espacio escultórico en sí mismo, una obra más del autor donde se plasma de modo perfecto su visión de la forma, el espacio y el tiempo acumulado. Las preguntas de Chillida se convierten en respuestas en el recorrido del visitante.
El recinto consta de tres áreas definidas. El jardín de 12 hectáreas dominado por hayas, robles y magnolios en el que se encuentran más de 40 esculturas. La zona de servicios, dotada de un auditorio donde poder ver imágenes del artista en su trabajo, una zona de descanso y una tienda. Y, por último, como pieza central del museo, el caserío Zabalaga que alberga las obras de menor formato realizadas en acero corten, alabastro, granito, terracota, yeso, madera o papel.
Historia del lugar
En 1983, Eduardo Chillida y su mujer Pilar Belzunce visitan por primera vez la finca de Zabalaga sorprendidos desde el primer momento por la magnitud del caserío de 1543 que da nombre a la finca. En 1984, los Chillida-Belzunce compran una parte de la finca que incluía el caserío en ruinas. Se trataba de un lugar ideal para albergar sus esculturas durante el proceso último de oxidación del material. Una vez terminado este proceso, las obras salían desde aquí para ser exhibidas y vendidas por el mundo.
Chillida va restaurando el caserío con el arquitecto Joaquín Montero y, mientras tanto, Chillida-Leku se va convirtiendo en un conjunto escultórico, por lo que el escultor pierde el deseo de vender las obras y comienza a coleccionarlas en el lugar. Así se va fraguando la idea de hacer un museo, por lo que continúan adquiriendo terreno progresivamente hasta conformar sus 12 hectáreas actuales.
Gracias a que la financiación de este proyecto salió exclusivamente del patrimonio familiar, Chillida pudo afrontar el trabajo libremente y mostrarlo tal como él lo creó. Todas las esculturas del jardín pueden ser tocadas; no así las que están en el interior del museo.