En total, treinta y cinco pinturas procedentes de los fondos del Museo del Prado y diversas instituciones nacionales e internacionales, junto con veintisiete piezas de la Real Armería de Madrid, a las que se unen esculturas del taller de los Leoni y un tapiz procedente de Patrimonio Nacional.
Exposición inédita
Se trata de una exposición inédita con una cuidada selección de piezas de armadura, que cuenta con ejemplares de los más importantes forjadores del Renacimiento, como los hermanos Negroli, la familia Helmschmid o Wolfgang Grosschedel, cuyos trabajos tuvieron especial relevancia a la hora de determinar el peso simbólico del retrato de corte entre los siglos XVI y XVIII.
Como piezas destacadas encontramos la armadura ecuestre del emperador Carlos V en Mühlberg, que puede verse junto al homónimo cuadro de su pintor Tiziano (Carlos V, a caballo en Mühlberg, 1548), o la armadura conocida como La labor de las flores que lucía Don Juan Francisco Pimentel, X Conde de Benavente, en el famoso retrato que le hiciera Velázquez en 1648.
La imagen del rey
El género del retrato, posible por esa nueva figura del príncipe-artista, experimenta a lo largo del Renacimiento hispano una serie de cambios importantes que tienen su origen en los ámbitos de corte. A la versatilidad que se le exige como humanista, se le suma el reto de plantear una alternativa al patetismo y dramatismo tan enraizado en la cultura española, esto es, una alternativa ideal (clasicismo) frente a la hiriente desmesura del mundo goticista (medieval).
Si bien no hubo un programa de aparato exhaustivo durante los primeros años del emperador en España, sí existió una ardua labor de depuración de formas, de definición de modelos y de concreción de atributos o símbolos de poder (armaduras, gabinetes, caballos, etc). No obstante, será Felipe II quien acabe por laurear esa labor, pues será en la segunda mitad del siglo XVI cuando pueda hablarse de una culminación en lo que a imagen del rey se refiere.
El artista como forjador de la imagen del Estado
Felipe II, sin duda, es quien coloca a los artistas no ya como miembros de corte, sino como factores esenciales a la hora de crear una imagen del Estado. Sin duda, sólo ellos, podían legitimar una continuidad dinástica, pues sólo ellos serían los únicos capacitados para configurar una noción tan inabarcable y subjetiva como el poder.
Por otro lado, la necesidad de explicar y controlar tan altisonantes conceptos acabará dando un poco de razón a esas cada vez más presentes leyes autónomas del arte, que acabarán por ser el único atributo de poder visible en los cuadros.
Ya con Felipe IV, el arte de corte vive su canto de cisne (por lo menos en su sentido más clásico), tal y como nos enseñan las obras de Velázquez, cuyos retratos, en efecto, nacen de una documentación específica de armaduras, vestimentas y estancias palaciegas, pero mueren en la profundidad misma del más absoluto vacío de formas, esto es, la más perfecta alegoría posible.
Valores matéricos
El triunfo de los valores matéricos en la técnica pictórica, en suma a los inherentes elementos sinestésicos del color, avalarán la paradoja misma que se establece siempre que hablamos de representar algo. ¿Pintar algo es un triunfo? Si es así, ¿triunfa lo pintado o triunfa la pintura misma? ¿Qué son los atributos de poder sin su contemplación, sin su formalización?
El arte, como una armadura, no se sostiene sin nada debajo. El retrato de aparato durante el Renacimiento y el Barroco, es la carcasa de una España endeudada y abatida, pero también la esperanza de un glorioso futuro artístico.
Madrid. El arte del poder. La Real Armería y el retrato de corte. Museo del Prado.
Del 9 de marzo al 23 de mayo de 2010.
Comisario: Álvaro Soler del Campo, conservador jefe de la Real Armería de Madrid (Patrimonio Nacional).