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El Futurismo asalta la Tate Modern

Precisamente Italia, cuna del clasicismo, acogió como suya esta pretendida vanguardia definitiva que rompió violentamente con el pasado abogando desde un primer momento por la destrucción absoluta de la tradición, los museos, las bibliotecas y las academias de todo tipo. Una nueva belleza, basada exclusivamente en el mito moderno de la máquina y la velocidad, se instauró de manera repentina en la tierra de Miguel Ángel, Leonardo o Rafael y también en una Europa que aún no había olvidado el postromanticismo de Moreau, el naturalismo de Sargent y Sorolla o el postimpresionismo de Gauguin, Cézanne o Van Gogh. El encontronazo y asociación del Futurismo con los totalitarismos, quizá como única vía de supervivencia, empañó profundamente la percepción de esta primera vanguardia que, dejando a un lado sus ideales políticos y sociales, consiguió crear una estética propia partiendo de cero, renovando las técnicas y principios artísticos imperantes en su tiempo y allanando, de esta forma, el camino a los siguientes ismos que enriquecieron el panorama artístico del siglo XX.

El ideólogo Marinetti

De poco sirvieron los intentos de los hermanos Capek en Praga por ser los primeros en inventar un término para definir correctamente lo “autómata” salvo para aportar al diccionario universal la palabra “robot” –que apareció por primera vez en la obra de teatro de Karel Capek R.U.R. (Robots Universales Rossum) estrenada en 1921– porque diez años antes, Filippo Tommaso Marinetti (Alejandría, Egipto, 1876 – Bellagio, Italia, 1944) ya había hecho referencia a estos seres –aunque con otro nombre– en una de sus primeras obras. La prematura obsesión de Marinetti por todo lo relativo a las máquinas, la velocidad y lo mecánico marcó su carrera desde sus inicios en la revista Poesía, publicación que él mismo fundó en 1905 junto con Sem Benelli. Aunque ya era un poeta reconocido en París y Milán hacia 1909, fue en otra obra literaria, su obra maestra, la más reproducida y la más influyente, el Manifiesto Futurista –publicado en la portada del diario parisino Le Figaro el 20 de febrero de 1909–, donde el gran ideólogo alcanzó su madurez artística y fijó el punto de partida para la vanguardia que pretendía acabar con todo lo establecido y convertirse en el movimiento cultural definitivo: el Futurismo.

La ostentación intelectual del protagonista del manifiesto, que como no podía ser menos trató de publicitarse por todo el mundo como ideólogo del futurismo, viene dada, en parte, por la admiración de éste por Gabriele D´Annunzio, renombrado poeta, novelista y dramaturgo italiano cuya obra –empañada por su asociación con el fascismo–, cargada de violencia y descripciones de estados mentales anormales, influyó enormemente en un gran número de escritores italianos; entre ellos, por supuesto, Marinetti.

Manifiestos y transgresores

Este osado ideólogo italiano se ratificó en su prestigio poco tiempo después de la publicación del primer manifiesto de las grandes vanguardias llevando a cabo, en 1912, un segundo Manifiesto técnico de la literatura futurista donde se anticipó al surrealismo proponiendo una destrucción plena de la sintaxis cuyos sustantivos, a partir de entonces, se dispondrían al azar: “alcanzaremos un día un arte aún más esencial cuando nos atrevamos a suprimir todos los primeros términos de nuestras analogías, para no ofrecer nada más que la continuación ininterrumpida de segundos términos. Será necesario, para ello, renunciar a ser comprendidos. El ser comprendidos no es necesario”. De esta forma, Marinetti daba rienda suelta a sus aspiraciones personales, artísticas e, incluso, políticas convirtiéndose en el gran referente de los grandes transgresores de la historia del arte, máquinas de aniquilamiento de la tradición artística y cultural como fueron André Bretón o Tristán Tzara, creadores de los manifiestos surrealista y dadaísta respectivamente, que inevitablemente debieron tener muy en cuenta la obra del futurista italiano.

Mientras tanto, en 1910, bajo el liderazgo de Umberto Boccioni, un grupo de artistas, entre los que se encontraban Carlo Carrá, Luigi Russolo, Giacomo Balla y Gino Severini, se organizaba para destruir el mundo clásico y académico firmando el Manifiesto de los pintores futuristas y, dos meses más tarde, el Manifiesto técnico de la pintura futurista. Estas entusiastas declaraciones fueron en realidad la condena definitiva del arte clásico, el inevitable inicio de una nueva era cultural, “la vida moderna, continua y tumultuosamente transformada mediante la ciencia victoriosa” en nombre de la que “se puede fácilmente demoler las obras de Rembrandt y de Goya”. Tras las arengas de los pintores, en 1911, Francesco Balilla Pratella escribió el Manifiesto técnico de los músicos futuristas y, al año siguiente, la escritora, periodista y artista francesa, Valentine de Saint-Point, movilizó a las mujeres contra las ideas misóginas de Marinetti realizando el Manifiesto de la mujer futurista.

Los futuristas del pasado

Desde la publicación en 1909 del primer manifiesto, el daño a la tradición estaba hecho. Los demás escritos y reivindicaciones fueron, más bien, la ratificación o consagración de una inevitable realidad: había nacido el Futurismo, la primera vanguardia.

Esta revolución no tardó en extenderse por toda Europa y, lo que es más importante, se convirtió en un movimiento que llegó a aglutinar la mayoría de las especialidades artísticas de relevancia. Lo que comenzó como un movimiento literario –con nombres de la talla de Paolo Buzzi, Omero Vecchi Folgore, Corrado Govoni, Aldo Giurlani Palazzeschi o Giovanni Papini– acabó extendiéndose como una plaga a la pintura, escultura, arquitectura y política.

Junto al fundador Marinetti, Umberto Boccioni (Reggio di Calabria, 1882–Verona, 1916), pintor, escultor y teórico italiano, fue el primer gran representante, un segundo gran líder del movimiento y, probablemente, el más destacado autor de este peculiar estilo. Pinturas como La ciudad que sube o Materia y las esculturas Formas únicas de la continuidad en el espacio o Desarrollo de una botella en el espacio son verdaderos iconos de la estética futurista.

Giacomo Balla (Turín, 1871–Roma, 1958) también se situó como uno de los grandes firmantes del manifiesto produciendo alguna de sus obras esenciales, como Simultaneísta y Dinámico, y llevando a cabo incursiones en el mundo de la escultura, la decoración o la arquitectura. Tanto Boccioni como Balla influyeron en gran medida a Gino Severini (Cortona, 1883–París, 1966), otro de los grandes fundadores de la revolución artística y gran embajador del movimiento en París, donde vivió y dio a conocer este estilo fuera de Italia. Carlo Carrá (Quargnento, Alessandria, 1881–Milán, 1966) destacó como futurista pero, también, en la pintura metafísica con telas de gran dinamismo como Los funerales del anarquista Galli (1910); y Mario Sironi (Sassari, 1885–Milán, 1961), fundador además del Novecento, unió elementos arcaicos con otros simbolistas en sus conocidas vistas de suburbios.