El manifiesto es una poesía y una arenga que Marinetti lanza a la juventud italiana que desee acompañarle en la terminante labor de destrucción que debía hacerse con todos los sentidos de tradición. Una llamada que tuvo rápida respuesta en Italia, donde inmediatamente artistas de toda clase dieron multitud de formas a la poética de Marinetti. Algunos acabaron recorriendo caminos muy distintos, como muestra por ejemplo la vuelta al orden de Severini, y otros, los más consecuentes con los preceptos del movimiento, no regresaron de las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Fuera del ámbito italiano, fue Marinetti en solitario quien encarnó no sólo el futurismo sino el mismo concepto de vanguardia. Nunca está de más resaltar que, en abril de 1909, Ramón Gómez de la Serna dio a conocer el futurismo en Madrid desde las páginas de Prometeo. El hecho indica una fascinación insólita hacia el poeta italiano, hasta el punto de que un escritor joven de un país en absoluto moderno fuera capaz de mostrar a su entorno intelectual la vanguardia más radical del momento.
Richard Huelsenbeck, uno de los fundadores y máximos difusores del Dadaísmo, le describió como un “gran mago literario del futuro que sabe jugar al golf tan bien como charlar sobre Mallarmé o, si es preciso, hacer consideraciones en el campo de la filología clásica, y al mismo tiempo sabe a qué dama de la alta sociedad podría proponer un vis a vis”.
Marinetti, dandi de la vanguardia
Esta fascinación es perfectamente comprensible, pues el futurismo aportó muchísimos fundamentos a la vanguardia, entre prematuras performances y música a base de ruidos y conceptos. Pero también es cierto que Marinetti fue un hombre-espectáculo que aprovechaba cualquier ocasión para publicitarse. Forma parte de esa estirpe de dandis extremos de la vanguardia que cuenta entre sus miembros a personajes como Alfred Jarry, Jacques Vaché o Arthur Cravan.
Y, sobre todo, a Gabriele D’Annunzio (1863-1938), base fundamental de las energías futuristas que ya promulgaba la esperanza en el superhombre y cierto principio prematuro de acción pura cuando Marinetti aún no había escrito una línea, y que alcanzaría actos de un radicalismo que incluso relativiza la virulencia de la proclama futurista. Marinetti pregonó un nuevo espíritu que adquiriría multitud de formas hasta cristalizar con la misma intensidad en actos tan contrarios como matarse en las trincheras o bailar en el Cabaret Voltaire, pero D’Annunzio simbolizó el extremo más aterrador del exabrupto vanguardista con un acto sin precedentes: la declaración del Estado Libre de Fiume.
Organización política de Fiume
Fiume, actual Rikeja, Croacia, era un puerto del Imperio Austrohúngaro, con numerosa población italiana, que al finalizar la Gran Guerra se cedió a Yugoslavia. D’Annunzio, que ya había perdido la visión de un ojo combatiendo, se opuso a esta cesión y tomó la ciudad con un puñado de soldados. La ofreció al gobierno italiano y éste, presionado por los aliados, respondió cercando la ciudad con su ejército. D’Annunzio proclamó entonces, en 1920, el Estado Libre de Fiume.
Lo que sin duda debió admirar a Marinetti fue la organización política de Fiume, una amalgama de fascismo en la práctica y poesía subjetiva en la teoría, en la que tenían cabida tanto los planes expansionistas más beligerantes como las propuestas más disparatadas de educación estética. Hoy se sabe que Mussolini organizó a sus “camisas negras según los esquemas que D’Annunzio justificaba en Fiume como poesía transformada en política, como acción de vanguardia.
Afán de cambio inmediato
También es conocida la relación de Marinetti con el fascismo, que entendía a través de D’Annunzio y que se dedicó a defender con cada vez mayor vehemencia. Un extremo que a priori puede parecer poco o nada de acorde con el talante cosmopolita y progresista que se le supone a una vanguardia, pero que sin embargo fue peligrosamente real. Por eso Boccioni fue un futurista íntegro, que murió de acción pura en la trinchera. Y es que la Gran Guerra fue un creador natural de extremistas en todos los ámbitos, desde dadaístas hasta nazis. D’Annunzio, que se alistó con más de cincuenta años, es un perfecto caso de ello. Desde ese punto de vista, Marinetti viene a ser sólo una personificación más de un espíritu con demasiado afán de cambio inmediato, y no el profeta absoluto de la acción.
Claro que, en 1909 Mussolini aún escribía en periódicos socialistas y D’Annunzio era sólo un poeta, no un guerrero mítico. En esas tempranas fechas el único en Europa que se atrevía a ofrecer veladas en las que se golpeaba a los asistentes era Marinetti. Mucho antes que Dada o El Surrealismo, Marinetti se divertía con conceptos estéticos absolutamente insolentes, mientras conseguía que incluso la periferia cultural europea se hiciese eco de sus ideas, en lo que supuso la colocación de la primera piedra de las vanguardias en España.
Por los caminos oscuros
Pero no por ello dejaría de admirar a D’Annunzio cuando éste realizó su acto futurista supremo, la organización de un Estado bajo los preceptos esenciales de la fiebre vanguardista. Un acto irreversible que al autor David B. le sirvió como contexto de Por los Caminos Oscuros (Futuropolis, 2007-2008.), cómic que fantasea sobre la vida en Fiume de manera grotescamente plausible.
Puede considerarse la obra como conclusión de todo lo expuesto, precisamente porque se desarrolla en medio de una atmósfera enrarecida, una especie de limbo entre la locura vanguardista más espontánea y sus peores consecuencias. Un escenario poblado de seres enloquecidos por los pasados combates, que se matan a la primera ocasión, que agrupan por instinto libros en forma de trinchera y que están constantemente peleándose en masa. Seres que comienzan, sin saber muy bien las causas, a transformar su estética en dictadura, aparentemente convencidos de que esa es la única manera de revolucionar la vida y el arte a base de violencia, peligro y velocidad.