El itinerario comienza con las experimentaciones artísticas de Paul Gauguin en los Mares del Sur y continúa con las exploraciones de artistas posteriores como Emil Nolde, Henri Matisse, Wassily Kandinsky, Paul Klee o August Macke, con el objetivo de dar a conocer la impronta de Gauguin en los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX.

111 obras

Comisariada por Paloma Alarcó, jefe de Conservación de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza, la exposición reúne 111 obras (entre ellas 33 del mismo Gauguin) cedidas por museos y colecciones de todo el mundo como la Fondation Beyeler de Basilea, el Albertina de Viena, el Bellas Artes de Budapest o la National Gallery of Art de Washington y préstamos de especial relevancia como los cuadros de Paul Gauguin Matamoe (Muerte. Paisaje con pavos reales) (1892), del State Pushkin Museum of Fine Arts de Moscú; Dos mujeres tahitianas (1899), del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, o Muchacha con abanico (1902), del Museum Folkwang de Essen. También destaca la contribución de la Fundación Nolde que ha prestado seis acuarelas del artista de la serie Nativos de los Mares del Sur (1913-1914), o del Centre Pompidou de París con una importante representación de obras del legado Kandinsky.

tahitiana

Gauguin y el viaje a lo exótico se enmarca en el contexto del debate en torno al primitivismo en el arte moderno. El interés de los artistas por explotar sus posibilidades formales y su potencial antimimético, esencial en la evolución de los lenguajes artísticos de las vanguardias, se aborda en esta exposición desde un nuevo enfoque: el de la experiencia viajera a lo exótico en el contexto del cosmopolitismo colonial.

Recuperar la inocencia

El interés de los artistas por viajar a tierras lejanas surgió a finales del siglo XVIII fruto de la pasión romántica por la aventura y de la curiosidad científica de los ilustrados. El viaje artístico al norte de África comenzó a complementar al hasta entonces obligado Grand Tour y lo exótico pasó a ser considerado, no sólo un estímulo para la imaginación artística, sino también una nueva forma de enfrentarse a la vida. A finales del siglo XIX, el creciente escepticismo en la sociedad moderna desató un deseo irrefrenable de recuperar la inocencia, de reencontrarse con el propio yo fuera de los convencionalismos occidentales.

Ese sentimiento excitó el deseo de viajar a los confines con la esperanza de encontrar en los lejanos paraísos no contaminados la última oportunidad de salvación. Si hay un artista que personifica mejor que ningún otro este impulso es Paul Gauguin.

La exposición aborda tres cuestiones que van interrelacionándose a lo largo de su itinerario, organizado en ocho capítulos. La primera es la figura de Gauguin, cuyas pinturas icónicas, creadas a través del filtro de la Polinesia, no sólo se han convertido en las imágenes más seductoras del arte moderno sino que ejercieron una poderosa influencia en los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX, como el fauvismo francés y el expresionismo alemán. La segunda trata del viaje como escape de la civilización, que servirá de impulso renovador a la vanguardia, y el viaje como salto atrás a los orígenes, a ese estado edénico, utópico y elemental que anhelaba el primitivismo. La tercera, y última, se refiere a la concepción moderna de lo exótico y sus vinculaciones con la etnografía.

Huida a lo desconocido

matamuaIniciado en la pintura dentro de la corriente impresionista, la evolución de Paul Gauguin hacia el sintetismo y el simbolismo habría de convertirlo en una de las figuras más influyentes del arte de finales del siglo XIX.

Huérfano de padre desde los tres años, Gauguin pasó su infancia entre las ciudades de París y Lima, de donde procedía parte de su familia materna. Su escaso interés por los estudios hizo que en 1865 se embarcase rumbo a Río de Janeiro y que los siguientes años de su vida los pasase viajando por todo el mundo.

Con posterioridad trabajó en París como empleado de un agente de cambio, ocupación que alternó con un creciente interés por la pintura y el coleccionismo de arte. Sería tras la crisis financiera que aquejó la Francia de 1882, cuando Gauguin, ya casado y con cuatro hijos, decidiese dedicarse por completo a la pintura. Su relación con Camille Pissarro parece que tuvo que ver con esta decisión y, por ello, tras perder su empleo, Gauguin se trasladó a Ruán, donde por aquel entonces vivía el gran maestro impresionista. En 1885, empujado por circunstancias familiares, Gauguin vivió en Copenhague, ciudad natal de su esposa, pero regresó a París junto a su hijo Clovis en junio de ese mismo año, donde se interesó por el arte de la cerámica

Tras una visita junto al pintor Charles Laval a la isla de La Martinica en 1887, en la que su estilo comenzó a alejarse del impresionismo, Gauguin hizo la primera de sus visitas a Pont-Aven en Bretaña. Allí trabó conocimiento con Émile Bernard, cuyo estilo influiría determinantemente en él. Gauguin asumiría el cloisonismo de Bernard de colores planos y el uso de la línea al modo del arte de las vidrieras, y le imprimiría su sello personal tendente al simbolismo. Su Visión del sermón, de 1888 (Edimburgo, National Gallery of Scotland), es el paradigma de este momento estilístico del pintor. Algo más tarde conocería a Paul Sérusier, que se convertiría en decisivo para la formación de los nabi, que tomarían a Gauguin como ejemplo, tanto por su pintura como por su mítica personalidad.

A finales de la década de los ochenta, Gauguin mantuvo contactos con los hermanos Van Gogh. Theo se convirtió en su marchante y Vincent le invitó a compartir con él experiencias artísticas en Arles a finales de 1888. Su creciente interés por el primitivismo le impulsó a organizar una subasta en 1891 para pagarse un viaje a Tahití. Sin embargo, a su llegada a Papeete no encontró el paraíso perdido que había imaginado: la influencia occidental era fuerte en la isla y, tras cambiar varias veces de residencia y sufrir varias enfermedades, decidió volver a Francia en 1893. Su regreso tampoco respondió a sus expectativas, ya que las pinturas y esculturas realizadas en Tahití no recibieron demasiada atención.

De nuevo con problemas económicos y decepcionado a pesar de la admiración que despertaba en algunos círculos vanguardistas, Gauguin decidió abandonar de manera definitiva el país en 1895. Tras unos años de muy poca actividad artística en Tahití, se instaló en 1901 en Hiva Oa, en las Islas Marquesas, donde finalmente encontró una civilización primitiva y no contaminada por Occidente en la que inspirarse y, a pesar de sus problemas de salud, realizó con entusiasmo las últimas obras de su vida.

Madrid. Gauguin y el viaje a lo exótico. Museo Thyssen-Bornemisza.

Del 9 de octubre de 2012 al 13 de enero de 2013.

Comisaria: Paloma Alarcó.

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