La tela, que se encontraba gravemente dañada a causa de un incendio ocurrido en 1985 en las dependencias municipales en las que estaba depositada, forma parte de los fondos del Museo desde 1952, aunque estaba atribuida al pintor valenciano José Vergara (1726 – 1799). Esta nueva atribución supone una aportación importante al catálogo de un artista clave para entender la pintura española del siglo XVII y del que se conservan tan sólo 44 obras.
Además de La conversión de san Pablo, el MNAC cuenta también en sus colecciones con el Retrato de Fray Alonso de Santo Tomás (1648-1649), una de las últimas producciones del pintor dominico.
Aportar luz
Con objeto de aportar luz sobre la génesis de la obra, su atribución y explicar el profundo y delicado proceso de restauración al que ha sido sometida, el lienzo se expone temporalmente en una sala propia, junto a una pintura preparatoria procedente de una colección particular, una radiografía que muestra su estado antes de la intervención así como un vídeo que explica su proceso de restauración.
Durante más de seis meses, los técnicos del MNAC, restauradores y conservadores, han trabajado conjuntamente para poder recuperar esta obra, documentarla y ahora exponerla al público. Estra restauración forma parte del programa BNP Paribas for Arts, que ha permitido la restauración de más de 200 obras de arte conservadas en museos de todo el mundo.
Una nueva atribución La conversión de san Pablo, que ingresó en el antiguo Museo de Arte de Catalunya tras ser adquirida en el año 1952, despertó desde un principio el interés de Joan Ainaud de Lasarte (1919-1995), en aquel momento director general de los museos de arte de Barcelona. Ainaud contempló en un principio la posibilidad de que la autoría de la obra fuera italiana. Desde entonces el perfil del artífice de esta pintura se ha ido dibujando con mayor nitidez, lo que ha permitido realizar su atribución a Juan Bautista Maíno. La conversión de san Pablo es una obra muy representativa de la producción de Maíno. Recuerda al Retablo Mayor de las Cuatro Pascuas (1612-1614), pintado para la iglesia de San Pedro Mártir de Toledo, que se conserva en el Museo del Prado y que está considerada como una de las producciones más relevantes de la pintura española del siglo XVII. Dadas las evidentes similitudes estilísticas, compositivas y figurativas entre la obra del MNAC y las citadas telas, parece lógico establecer una cronología posterior a 1614, año que corresponde al de finalización del citado retablo. En esta obra se aprecian los principales y más representativos aspectos que definen el repertorio gráfico del pintor y su lenguaje, caracterizado por un dibujo vigoroso, de trazo minucioso en los contornos, la monumentalidad escultórica de las figuras, creadas mediante una iluminación contrastada, y un colorido intenso. Esta obra muestra la deuda contraída por Maíno con la pintura italiana, particularmente, con el estimulante ambiente romano, en cuya ciudad aparece documentada la presencia del artista entre 1605 y 1610. El lenguaje de Maíno acusa también la influencia de Caravaggio, especialmente visible en La conversión de san Pablo en el modelado del cabello de los ángeles y en el aspecto severo del rostro de Jesús, que muestra grandes coincidencias estilísticas con el representado en la tela de La Trinidad (1612-1620), perteneciente al retablo que sobre el mismo tema Maíno realizó para el convento de Nuestra Señora de la Concepción, de Pastrana, su villa natal. El exiguo número de producciones de Maíno acrecienta la importancia de una obra que, situada en el contexto de la colección de arte barroco del MNAC, contribuye además a diversificar los diferentes itinerarios de penetración del denominado naturalismo seiscentista en España. A las dos corrientes naturalistas ya presentes en el Museo, la sevillana, representada por una obra de juventud de Diego Velázquez (1599-1660) -una imagen de San Pablo, realizada hacia 1618-1620- y la valenciana, ejemplarizada por dos composiciones de la familia Ribalta – por un lado, el Retrato de Ramón Llull, composición fechada hacia 1619, obra de Francesc Ribalta (1565-1628) y, por el otro, un San Jerónimo (1618), producción del hijo, Juan Ribalta (1596/ 1597-1628)-, Maíno significa una tercera vía: la de la pintura castellana del primer tercio del siglo XVII, que hasta ahora no tenía visibilidad en la colección y que viene a completar el paisaje del arte español de la época. A diferencia de las otras dos corrientes, la obra de Maíno presenta un aspecto singular y novedoso, resultado de sus años de residencia en Roma. Una vez regresa, Maíno no se limita a realizar una trasposición mimética de los modelos figurativos que ha podido ver allí, sino que es capaz de reinterpretar estas fuentes con ímpetu renovador. Este fenómeno de importación de las novedades por la vía del viaje artístico es lo que diferencia el estilo de Maíno del de sus contemporáneos. |