Vista y plano de Toledo (1608-1614), con unas medidas de 132 x 228 cm., es una obra extraña, de difícil clasificación como todas las obras del pintor toledano, siempre inverosímiles, pese a su carácter estrictamente estético y plástico. Ni vista, ni país –como gustaba llamarse a los cuadros topográficos durante aquellos años–, ni batalla, ni retrato, ni siquiera emblema.
Alegoría de Toledo
Más bien, es una alegoría de la ciudad del Tajo, donde cada elemento parece ser fruto del fuego de un extraño pincel que pacta con alcanfores. Todo reflejado como en un espejo, deformado a lo Parmigianino y sometido a una personalísima concepción de la óptica y la geometría. Ausencia de proporción e inverosímiles concreciones, permiten la convivencia de indescifrables elementos que, por su carácter hermético, dificultan una completa lectura simbólica al espectador moderno: un desnudo en la parte inferior izquierda, trasunto del río Tajo; sobre el cielo de nubes grises, una corte angélica con la Virgen portando la casulla de San Ildefonso (patrono de la ciudad); el Hospital de Tavera en el centro de la composición; en primer plano un joven pálido sustentando un plano de la ciudad…
¿Pintura, crónica o poema? Así de fascinante se presenta esta obra de El Greco, para muchos inacabada, para otros, eternamente abierta a la especulación.