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El Prado prorroga la exposición de Sorolla

El gran éxito de público de la exposición Joaquín Sorolla (1863-1923) ha propiciado que el Museo del Prado decida prorrogar su apertura hasta el próximo 13 de septiembre. Se trata de la mejor y más completa muestra realizada en España sobre el pintor valenciano. Comisariada por José Luis Díez –jefe de Conservación de Pintura del Siglo XIX del Prado– y Javier Barón –jefe de Departamento de Pintura del Siglo XIX–, ofrece más de un centenar de obras del pintor valenciano, prestando especial atención a las Visiones de España (1911-1919), catorce lienzos que desarrolló para la Hispanic Society of America en su última etapa creativa, antes de caer enfermo de hemiplejía y morir a los pocos años.

Pasta de luz

La pintura del valenciano arrastra una técnica irrepetible, un manejo del pincel absolutamente magistral, se podría decir que inagotable. El secreto es no dejar de mirar nunca sus obras, detenerse en los propios ritmos que la pintura marca. Ritmos que terminan por acusar unas composiciones magistrales. Una pintura que hace de la luz pasta y que roza, por tanto, su propio empleo como tema central.

Inagotables relaciones cromáticas que mantienen el recuerdo de los impresionistas, sin perder nunca la referencia de los objetos sobre los que la luz incide y que termina por difuminar y, sobre todo, imbuir en una atmósfera vaporosa o de tierra en suspensión. Por ello, la obra de Sorolla acaba siendo mucho más que una luz costera tostada por la calma del atardecer, pues cada uno de sus cuadros esconde, atendiendo fundamentalmente a los detalles, un planificado desarrollo de la técnica pictórica. Así, sus cuadros, con todas las comillas posibles, son una especie de “pintura sin tema” planificada única y exclusivamente para los sentidos, un placer deliciosamente fácil.

Pintura de alma clara

Precisamente, todos esos alardes de mano envidiables, son los que ponen a Sorolla en un lugar preeminente dentro de la historia de la pintura española, pues, generalmente, los asuntos que trata parecen pertenecer a un no lugar de algún indeterminado instante de un siglo XIX que jamás hubo de suceder. Mirando al pasado, negando el futuro y sin un sitio comprometido en lo que por aquel entonces era el siglo XX, Sorolla pintó hasta sus últimos días. ¿Por encargo? Sí, pero de qué manera.

Con él, la “leyenda negra” de España, parece no serlo tanto, aunque no precisamente porque su paleta carezca de ocres. Sus imágenes de una burguesía aburrida, principal motor de algunos de sus más célebres retratos, mantienen casi siempre un sabor esperanzador, resultado de una factura fluida, brillante y, por qué no, untuosa. Aspecto éste que, recientemente, ha sido objeto de estudio, especialmente al comparar su pintura con la del inglés Sargent.

Por todo, recorrer en estos meses las salas del Prado, será como dejarse poseer por una intensa luz, donde la pintura, el color y el espesor compositivo habrán de engendrar, seguramente, un estado contemplativo plácido, fruto, como siempre sucede con Sorolla, de una pintura que invade el alma clara.

La España de Sorolla

En noviembre de 1911, Joaquín Sorolla recibe el encargo de pintar las Visiones de España, lienzos de más de tres metros con figuras a escala natural que debían reproducir las actividades y costumbres propias de cada una de las regiones españolas. Más bien, mostrar la visión que de nuestra cultura tenía un magnate americano seducido por España. El trabajo estaba previsto para cinco años, pero terminó alargándose a ocho. También, el tema previsto, se cambió: en lugar de pintar escenas del pasado histórico de España y Portugal, se optó finalmente por retratar la España contemporánea del pintor.

Fue Archer Milton Huntington (Lord Huntington) el culpable y promotor de tal encargo. Hijo de un multimillonario que hizo fortuna en el ferrocarril y fundador de la Hispanic Society, Huntington fue un gran apasionado de la cultura española. Con apenas veinte años, ya destacaba como obsesivo coleccionista de literatura española, atesorando en su biblioteca personal cientos de textos en nuestra lengua. Y aunque se acercó a España seducido por una imagen romántica preconcebida, casi como Don Quijote buscador de molinos o como habitante de un cuento de Washington Irving aderezado con peinetas, terminó siendo una figura clave en la proyección del arte español fuera de nuestras fronteras. Y todo gracias a su amistad con el irrepetible pintor.

Sorolla había contactado con Huntington en un hotel de Londres en 1908 con motivo de su exposición en las Galerías Grafton. Un año después, en 1909, el magnate hispanófilo le abrió las puertas de la Hispanic Society para mostrar sus cuadros, en su mayor parte, retratos de la nobleza estadounidense, cuadros que servirían, si cabe, para estrechar lazos comerciales entre los dos amigos y, cómo no, dar comienzo a la negociación de la serie de las regiones españolas.

 

Hasta el 13 de septiembre de 2009.Madrid. Joaquín Sorolla (1863-1923). Museo Nacional del Prado [1].

Comisarios: José Luis Díez y Javier Barón.

Salas: Edificio Jerónimos A, B, C y D.