Después del éxito cosechado con la muestra celebrada en San Petersburgo El Prado en el Hermitage (entre febrero y mayo de 2011), exta exposición configura un fastuoso epílogo que cierra un año de trabajo conjunto entre ambas instituciones y que, además, pone de relieve el poder patrimonial y cultural de ambos países.
Así como el Prado evidenció en territorio ruso la riqueza y el afán coleccionista de sus monarcas a lo largo de la historia mediante el préstamo de obras de sus más renombrados artistas, el Hermitage ha cedido algunas de sus piezas maestras para que los espectadores entiendan la relevancia que los monarcas-emperadores (en el caso de Rusia, zares) han tenido como coleccionistas o, lo que es lo mismo, la relevancia histórica que han tenido como fundadores de museos.
Una lujosa panorámica
El principal objetivo de la exposición es acercar a nuestro país una panorámica de las ingentes colecciones del museo ruso, cuyos fondos suponen un verdadero paradigma en la historia de la museografía y el coleccionismo. Hay que recordar que el Hermitage está formado por un conjunto de seis edificios históricos, parte de los cuales fueron hogar de los zares de Rusia. Cabe destacar el llamado Palacio de Invierno, última residencia de Pedro I «El Grande», sobre la cual se fueron asentando los sucesivos zares de la dinastía Románov, quienes a lo largo de tres siglos adquirieron las piezas que poco a poco crearían el gran museo que es hoy el Hermitage.
Del mismo modo que no podemos entender el Museo del Prado sin las figuras de Carlos V, Felipe II, Felipe IV, Felipe V o Carlos III, se nos hace muy difícil acceder al gusto de las colecciones rusas sin tener presente a Catalina II, Pablo I, Alejandro I, Nicolás I, Alejandro II, Alejandro III o Nicolás II, ya que cada uno de ellos mostró su particular inclinación hacia las artes. Por ejemplo, frente a la zarina Catalina II que tenía predilección por artistas contemporáneos del siglo XVIII (compró asesorada por Diderot obras de Greuze, Chardin, Watteau, Boucher, etcétera), Nicolás I elegía temas militares y pintores románticos como Caspar David Friedrich.
Hacia un museo total
Sin duda, el Hermitage cumple muy bien su papel referencial a la hora de explicarnos qué es un museo, ya que se trata de un inmenso «libro pétreo» en el cual caben todos (o casi todos) los saberes estéticos del globo, es decir, que se trata de un museo enciclopédico donde se reúnen de manera ordenada muchas de las más importantes manifestaciones artísticas de Oriente y Occidente.
Entre los más de tres millones de obras de arte que atesora podemos encontrar piezas que van desde la Prehistoria hasta las vanguardias del siglo XX, todas ellas significativas y en la línea de los grandes museos europeos, caso del parisino Louvre o la National Gallery de Londres, instituciones que, como el Hermitage, sistematizan las imágenes, explican el arte.
En este sentido, El Hermitage en el Prado cumple las expectativas ofreciendo una selección de arte inigualable, tal y como se encargan de señalar Mijail Piotrovski, director del Museo Estatal del Hermitage, y Miguel Zugaza, director del Museo Nacional del Prado: «Es la primera vez que un conjunto tan numeroso y tan significativo de piezas del museo ruso se expone en España, y la selección, formada por más de un centenar y medio de obras, da una idea muy precisa y muy sugerente de la riqueza de sus colecciones».
Claves de la exposición
Cada una de las secciones que forman El Hermitage en el Prado, nueve para ser exactos, se ocupa de un aspecto concreto, bien señalando un cambio de gusto, bien acentuando una temática determinada. Así, el recorrido comienza de una manera didáctica en la planta baja del Edificio de Moneo recordándonos los orígenes del museo, con retratos pintados de los zares (Pedro I, Catalina II, Nicolás I) y su relación con la ciudad de San Petersburgo, para después, de manera sucesiva, conducirnos por los tesoros antiguos, las piezas de orfebrería, los dibujos, las piezas orientales, la pintura y el arte áulico en general. El piso superior, fin del recorrido, queda reservado para el arte de los siglos XIX y XX, culminando la visita con la contemplación del Cuadrado negro de Malévich, pintado hacia 1932.
A simple vista, si establecemos una lectura superficial o estrictamente formal, sin detenernos en el significado de lo que vemos, descubriremos que el Hermitage ofrecido por el Prado se nutre de objetos artísticos que están en consonancia con una imagen tradicional del pasado propia de cualquier museo occidental: veremos cuadros con sus respectivos géneros (retratos, vedute y naturalezas muertas), artes suntuarias y objetos preciosos (jarrones, arquetas, cálices, mobiliario palaciego, joyería) y esculturas. Dicho de otro modo, podremos creer que no hay nada nuevo, es decir, que es más de lo mismo. En efecto, si hacemos esto, no repararemos en nada más y nos quedaremos con una idea pobre y abotargada, harto manida, de temas endomingados como el esplendor, el lujo y la pompa de los zares, algo que hoy día (dados los tiempos que corren) puede ser interpretado como sinónimo de blasfemia, obscenidad y burda pantomima. Nada más lejos de la realidad.
¿Cuáles son entonces las claves de la exposición? En primer lugar El Hermitage en el Prado abre una reflexión sobre el propio patrimonio cultural de Rusia. Como ya se señaló, su carácter enciclopédico conecta muy bien con la visión romántico-literaria de un vasto imperio, a la vez que rubrica la identidad de un pueblo vinculado a los antiguos nómadas de las estepas (pueblos escitas) y, como no, heredero de la tradición bizantina.
Pensemos en la consideración del imperio ruso como «Tercera Roma», como cuna de todos los imperios y protegido bajo el símbolo del águila bicéfala (símbolo que, por cierto, fue adoptado por Iván III «El Grande» en el siglo XV tras su boda con la famosa princesa bizantina Sofía «Zoe» Paleólogo). En esta línea, tanto por su raigambre antigua como por su exquisita factura, conviene no perder de vista piezas estrella como Peine con escena de batalla (ss. V-IV a.C.), Colgante con la cabeza de Atenea Partenos (s. IV a.C.), Pendiente con colgante en forma de barca (s. IV a.C.) o Insignia y estrella de la Orden de San Andrés (ca. 1800).
Por otra parte, la muestra acerca al público español obras de altísima calidad pertenecientes a artistas que tienen una estrecha relación con las colecciones del Prado. De ahí la presencia de Velázquez con El almuerzo (1617-18), de Tiziano con San Sebastián (ca. 1586), de Veronés con La lamentación sobre el cuerpo de Cristo muerto (1576-1580), de El Greco con San Pedro y San Pablo (1587-92) o de Ribera con San Sebastián curado por las santas mujeres (1628).
El protagonismo de la pintura es evidente. Hay hueco casi para todos y están casi todos los mejores, como Caravaggio, de quien se exhibe una de sus obras más tempranas y controvertidas, el Tañedor de laúd (ca. 1595-96). Igualmente hay presencia de los maestros del norte como Frans Hals, Rubens y Van Dyck, tan admirados por los coleccionistas rusos.
Rembrandt-Rusia
Un punto y aparte merece la figura de Rembrandt, quien aún hoy sigue causándonos fascinación. Lo podemos comprobar en una de las dos obras que figuran en catálogo y que, a nuestros ojos, es la auténtica joya de la muestra. Se trata del lienzo conocido como la Caída de Hamán o Hamán recibe la orden de honrar a Mardoqueo, un cuadro (el que encabeza este artículo) fechado en torno a 1660-65 que evoca aquel episodio hebraico del Antiguo Testamento o Tanaj en que el visir Hamán ha de deponer su poder y tributar a Mardoqueo. El tema es controvertido y los especialistas no logran ponerse aún de acuerdo en qué párrafo del Libro de Ester trata de reproducir aquí el pintor. Algunos piensan, incluso, que Rembrandt pudo tomar como modelo una pieza teatral basada en el texto sagrado. No hay duda de que es un cuadro extraño y paradójico, lleno de cálidas pinceladas que lo hacen «accesible» desde el punto de vista técnico, pero absolutamente alejado en el tiempo, sagrado por su doble dimensión exótica y oscura (como la propia Santa Madre Rusia). En él convergen, en cierto sentido, los retratos imperiales y el oro de Bizancio, filtrados por un Rembrandt que parece anunciarnos la decadencia del mundo, pintando casi más como un profeta del siglo XIX que como un holandés del siglo XVII.
El Hermitage y el arte contemporáneo
Desde 1917, año en que se pone fin al Imperio Ruso, el Hermitage vive un definitivo replanteamiento de colecciones, no sin importantes sobresaltos puntuales durante la Revolución Bolchevique o durante la ocupación nazi de Leningrado (nombre de San Petersburgo ente 1924 y 1991). En las primeras décadas del siglo XX llegan al museo obras procedentes de otras residencias palaciegas, así como compensaciones por parte de galerías como la Kúshelevskaia y museos como el Museo Estatal del Nuevo Arte Occidental de Moscú. Crecen las colecciones y se consolidan los departamentos dedicados al arte oriental, a la vez que continuas campañas de investigación sobre los fondos del nuevo museo impiden que la identidad cosmopolita de la institución ceda ante la presión del Estado marxista.
El Hermitage en el Prado nos acerca en el final de su recorrido el arte contemporáneo del museo ruso. Son pocas la obras, pero muy representativas de todos esos importantes cambios cualitativos que sufre la historia del arte como consecuencia de las dos guerras mundiales y la consolidación del nuevo régimen liberal burgués. La eclosión de las vanguardias históricas llegará a Rusia con promesas de renovar las vieja ideología sin renunciar a una identidad común. Desde París, y a través de artistas como Picasso o Matisse, se irán consolidando nuevas formas de hacer arte, nuevas maneras de entender la pintura.
Cómo no, el Prado cuenta para esta exposición con obras capitales de artistas rusos del siglo XX como Kandinsky y Malévich, ambos decididamente volcados a la abstracción geométrica. El espectador podrá comprobar, después de ver Composición VI (1913) de Kandinsky y Cuadrado negro (1932) de Malévich, cómo el gran mosaico que es el arte ruso termina por encontrarse con sus propios orígenes: nada. Juzguen ustedes mismos el presunto misticismo de todo esto.
Madrid. El Hermitage en el Prado. Museo Nacional del Prado.
Del 8 de noviembre al 8 de abril de 2012.
Comisario: Mikhail Piotrovsky, director del Museo del Hermitage.
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