Se trata de una obra hecha exclusivamente para el entorno del MNCARS, una torre de once metros de altura configurada como un edificio de viviendas. Un ejercicio de estilo y un trampantojo que funciona mediante un juego de espejos por el que los espectadores pueden verse reflejados, tanto fuera como dentro de la instalación.
Erlich desafía con su Torre las percepciones de lo real, mostrando lo endeble que resultan las concepciones cotidianas que el espectador suele tener por evidentes con sólo alterar simples detalles, por ejemplo, los conceptos de interior y exterior. Ello se consigue con una espiral de ilusiones en la que nada es lo que parece: el edificio de pisos en realidad no lo es, desde todos los puntos de vista: no es habitable, desde fuera no es secreto y desde dentro no es íntimo.
Sutiles negaciones de lo convencional
Son sutiles negaciones de lo convencional, de esas experiencias del día a día que son incuestionables por asumidas o repetidas, pero que sin embargo al trastocarse provocan desubicación. Con ello se muestra la fragilidad de la realidad construida, ofreciendo una profunda reflexión: la realidad cotidiana sólo es "una" construcción, no la "única" construcción posible.
Es una obra muy de acorde con la trayectoria del artista argentino, que en toda su obra reflexiona sobre las percepciones de lo real, planteando la eterna y enigmática pregunta: la realidad, ¿es o no es sólo el producto de nuestras percepciones?. A fin de cuentas, y esto es lo que Erlich viene demostrando con sus instalaciones, si se alteran las maneras de percibir, inevitablemente se altera la realidad, aunque sea durante los breves instantes en los que se tarda en descubrir el engaño.