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Gordon Craig, el espacio como espectáculo

Edward Gordon Craig (1872-1966) fue actor y director de teatro, admirador de Stanislavsky, Wyspianski, Yeats, Whitman, Blake y Nietzsche.

Fundamentalmente, destacó como escenógrafo, convirtiéndose pronto en un hito referencial dentro de la historia del teatro y el arte. Porque, en efecto, es harto arriesgado tratar hacer una clara delimitación entre lo que el cambio de siglo (su época de mayor creatividad) entendía por teatro y por arte. El último cuarto del siglo XIX había sido, dentro y fuera de los escenarios, un complaciente triunfo de la siempre chirriante voluntad burguesa, afincada en un no menos ligero naturalismo imperante donde no cabían sino los delirios del aburrimiento.

En la batalla por colocar al teatro fuera de los marcos acomodaticios de la burguesía e insertarlo en unas nuevas aspiraciones devocionales más o menos acertadas, destacaron las figuras de Gordon Craig y su contemporáneo suizo Adolphe Appia, sin cuyas ideas no se entienden los trabajos del primero y, ni que decir tiene, cualquier aproximación al estudio de la escenografía contemporánea.

Teatro público

Appia se había formado como músico en Ginebra y Lepzig. En 1882 realiza un viaje revelador a Bayreuth, donde descubrirá la importancia del cuerpo del actor como elemento dinámico y generador del espacio escénico. Estas reflexiones le harán condenar pronto cualquier articulación escenográfica basada en la bidimensionalidad descriptiva, hecho que había acusado en algunos dramas wagnerianos. Así, terminará alejándose de los modos italianos y cualquier tipo de elaboración mimética, para profundizar en una escena formada por elementos practicables y espacios sugeridos, aprovechando al máximo la capacidad expresiva de los colores y los desarrollos de la luz eléctrica. Todos estos recursos sofisticados y oníricos, propios del teatro simbolista, serán los que Appia considerará como decisivos para que se produzca un teatro nuevo, un arte otro.

New English Art Club

Gordon Craig, vinculado desde joven a los artistas del New English Art Club (colectivo de artistas gráficos con el que el escenógrafo aprendió a manejar el dibujo y los colores), pronto supo entender el “potencial sinestésico” de la luz cromática de Appia quien, a su vez, había tenido en cuenta las palabras al respecto de Baudelaire y Rimbaud. El omnipresente profeta de la modernidad, Baudelaire, ya había establecido esas conexiones entre los distintos estímulos y engaños de la percepción, así como el poeta precoz, Rimbaud, había intuido una serie de correlaciones entre la voz y los colores (que terminarían siendo avaladas por los estudios científicos de René Ghil).

Muchas  de las escenas y visiones escenográficas del inglés tenían, sin embargo, una grandilocuencia sospechosamente impositiva. Esta dirección en sus trabajos, se explicaba por sus ideas sociopolíticas, maduradas en un conservadurismo inglés doblemente crítico con el nuevo capitalismo y receloso de cualquier tentativa revolucionaria. Justamente por ello, Gordon Craig se sintió atraído por algunos presupuestos estéticos del fascismo y una idea heroica del arte, hecho que no debe en ningún momento desprestigiar su genialidad, pues en el fondo, su megalomanía no hacía sino desembocar en una concepción del teatro como elemento esencial en la vida del hombre.

Ciertamente, todos esos delirios despóticos y autoritarios que señalan los especialistas al hablar de su biografía, se jalonan en su concepción específica del teatro como institución. Para Craig, la naturaleza del teatro es doble: artística e institucional. Así, el resultado de muchos de sus trabajos es una atmósfera homogénea, donde el espectador participa de una estética nueva, donde el artista no se limita a reproducir la realidad, sino a programar una nueva realidad. Una llamada a un orden nuevo donde prevalece la visualidad, donde la luz y los distintos elementos de tramoya se integren con el trabajo del actor.

Proyectos inacabados

Tras su frustrada iniciativa del The London School for Theatrical Art, muchos fueron los proyectos que Gordon Craig no llegó a realizar, como su ambiciosa idea de construir hacia 1900 un teatro supranacional con sede en Dresde. El edificio sería trabajo del arquitecto el alemán Alfred Messel, pero el escenógrafo elaboró más de una veintena de bocetos donde dejaba claro cómo debían ser sus volúmenes, en sus propias palabras, “not to be austere, not a tomb, but not a boudoir”.

Aquel sueño inacabado, nos daba información sobre su método de trabajo, incluso para un teatro como aquel donde sus protagonistas no serían otros que las marionetas (über-marionettes) que tanto entusiasmo le despertaban y que, en detrimento de los actores, llego a concebir como grupos escultóricos móviles. Irían además integradas por la luz y poseídas por un código gestual simbólico, muy próximo a la poética de Maeterlinck y de Alfred Jarry.

La vida de Gordon Craig fue agitada. Su proyecto inacabado del teatro de Dresde terminó sin las subvenciones acordadas y sin el apoyo de su amante por aquel entonces, Isadora Duncan, quien le prometió respaldo económico. Sólo brevemente, desde 1912 (fecha de su histórico Hamlet en el Teatro de Arte de Moscú) y hasta el estallido de la Gran Guerra, pudo desarrollar su escuela de teatro lejos de allí, en Florencia, en un teatro romano al aire libre construido en 1818 y que había conseguido por mediación de su esposa Elena Meo y el magnate Lord Howard de Walden.

The Mask

Pero, sin duda, destacó su labor teórica y especulativa en el campo editorial. Entre 1908 y 1929 publica la revista The Mask, considerada como la primera revista de arte teatral de Europa. Allí firma con pseudónimos más de setenta artículos, donde no oculta su gusto por el teatro griego y el teatro japonés, ambos indispensables para abrir nuevos caminos en el arte Europeo. Dedica un ataque a los futuristas en un número de 1912, alegando que su obsesión por “captar el objeto en movimiento” no era algo propio de las bellas artes, sino algo que pertenecía al teatro. Curiosamente, Craig fue el encargado de traducir en The Mask el manifiesto teatral futurista.

Pintura al servicio de la escena, teatro al servicio de las necesidades del mundo. Los trabajos de Gordon Craig entre finales del XIX y principios del XX son eso, la cabeza más visible de lo que está haciendo Reinhardt en Alemania, Copeau en Francia, Stanislavski, Meyerhold y Bakst en Rusia, Jones en América o Rivas Cherif en España. Todo eso y mucho más: teatro hoy.

Madrid. Edward Gordon Craig. El espacio como espectáculo. La Casa Encendida [1].

Desde el 20 de noviembre de 2009 al 17 de enero de 2010.