Su trabajo comienza en los años 70 del pasado siglo y se mueve entre los límites interdisciplinarios, ya que no es una performer ni una fotógrafa pero, de hecho, su obra consiste en fotografías de acciones desarrolladas, siempre, en el interior de su estudio. También trasciende las fronteras del body art y del conceptual sin que pueda enclavarse en ninguna de estas corrientes en exclusiva.
Almeida convierte su imagen en el centro y motivo de su obra aunque siempre reivindique que no es “ella” la que aparece en las fotografías. No son, por lo tanto, autorretratos. El cuerpo se convierte en el medio y en la herramienta de trabajo.
Mancha, sombra y reflejo
El proceso creativo comienza con los bocetos en los que se especifica desde la postura a adoptar hasta el vestuario o los objetos que aparecen en la imagen. Las fotografías las toma su marido, el arquitecto Artur Rosa, lo que contribuye a mantener su carácter intimista.
Se trata siempre de imágenes en blanco y negro sobre las que, en ocasiones, la artista pinta trozos en color, rojo o azul, o incorpora elementos tridimensionales. Esto le ha servido tanto para cuestionar el medio artístico tradicional como para reivindicar su propia línea investigativa.
Su propia línea
Un día de lluvia, la artista entra en su estudio y lo encuentra inundado. En un primer momento corre a recogerlo pero mientras lo hace queda hipnotizada por lo que ve en el suelo convertido en un espejo por el agua. A partir de este momento empieza a realizar bocetos en los que desarrollar las ideas entrevistas.
En estas nuevas obras encontramos tres nuevas coordenadas: la mancha, la sombra y el reflejo. La mancha de agua que crea un nuevo paisaje deformando y transformando el real, que lo des-hace; la sombra que sustituye la presencia física de la artista y la convierte en una abstracción que se deforma; y el reflejo que reproduce la realidad sin serlo verdaderamente.
Madrid. Helena Almeida. Bañada en lágrimas. Galería Helga de Alvear [1].
Del 16 de septiembre al 30 de octubre de 2010.