La muestra tendrá como pieza central la Judith en el banquete de Holofernes, de Rembrandt, así como un importante número de obras de diferentes autores distribuidas entre los géneros más destacados de esta escuela: histórico-religioso (Mathías Stomer y Salomón de Bray), paisaje (Jan Both, Herman van Swanevelt y Jacob Ruisdael), naturaleza muerta (Pieter Claesz, Willem Claesz Heda y Jan Davidsz de Heem), escenas de género (Philips Wouwerman y Adrien van Ostade), retrato intimista (Gerard Ter Borch) y pintura de animales (Gabriel Metsu).
Excepcionalmente, la exposición incluye unas vistas de Swanevelt y Both encargados por Felipe IV para el Buen Retiro y unas escenas militares de Philips Wouwerman.
La escuela del Norte
En este sentido, sabemos de la importancia de dos promotores culturales esenciales en la constitución del museo, como fueron los monarcas de la Casa de Austria Carlos V y Felipe II. Ellos fueron los que de un modo inequívoco introdujeron las nociones de gusto y estilo a la hora de configurar sus respectivos programas políticos que, bien sabemos, eran inseparables de su propio valor icónico como reyes.
Si Carlos V delegó sus empresas artísticas al pintor veneciano Tiziano, Felipe II, con un gusto mucho más universalista, permeable y refinado, abrió las puertas a los maestros flamencos del XV. El imperio se llenó así de los testimonios de pintores como El Bosco, Patinir o Van der Weyden.
Origen de las colecciones
Hubo una serie de condicionantes que determinaron, no obstante, un desequilibrio entre la presencia de maestros de Flandes y maestros de Holanda. El más importante de ellos, fue la inexistencia, casi total, de relaciones políticas con Holanda durante buena parte del sigo XVII a raíz de su adscripción a la Reforma Protestante que, por razones obvias, era incompatible con la corona. Esto hizo que durante aquellos años lo holandés fuera sólo una denominación “menor”. Así, los pocos pintores descendientes de maestros del norte que interesaban aquí no eran otros que los más italianizantes o, por decirlo de otra manera, los menos holandeses entre los holandeses.
Rubens tuvo mucho que decir en ese siglo, pues sus pinturas, al margen de sus pericias diplomáticas, captaron la atención de Felipe IV y su pintor Velázquez. De hecho, el pintor de Amberes propició que Felipe IV aumentara su pasión por el arte del norte, hasta tal punto que aún hoy sea considerado como el verdadero “origen” de las colecciones flamencas del museo madrileño.
Será, sin embargo, en el siglo XVIII y con los Borbones cuando aumenten considerablemente las adquisiciones de cuadros holandeses. El número de obras netamente holandesas que pertenecen al Museo del Prado se aproxima hoy a las doscientas piezas. Y aunque no hay presencia de Vermeer ni de Frans Hals, existen obras maestras como la Artemisa de Rembrandt, que Carlos III compró en la famosa almoneda del marqués de la Ensenada en 1769.
Además, coincidiendo con la celebración de esta exposición y como complemento a la misma, el Prado expondrá en una sala anexa La compañía del capitán Reael, de Franz Hals y Pieter Codde, procedente del Rijksmuseum de Ámsterdam. Esta pintura, que se exhibe en el Prado como parte del programa ‘La obra invitada’, permanecerá expuesta hasta el 28 de febrero.
Madrid. Holandeses en el Prado. Museo Nacional del Prado.
Del 3 de diciembre de 2009 al 11 de abril de 2010.