Comenzó su carrera a finales del siglo XIX, cuando casi todo era pictorialismo, y entre 1907 y 1939 desarrolló la mayoría de su producción fotográfica. Fue retratista, para muchos el mejor de su época, reconocido e indispensable nombre para la clase pudiente pero, ambicioso, no se conformó con eso. Capaz de fotografiar a la élite del Buckingham Palace y perteneciente a ese cerrado mundo, Hoppé se preocupó también por incorporar a su obra la cotidianidad de las calles, interesándose por figuras marginales, inválidos, trabajadores a destajo, escenas de hospitales, cafeterías, oficios artesanos, cementerios de animales… panorámicas que dan fe de otra vida, aquella que se desarrolla más allá de las paredes de su deseado estudio.

A partir de 1920, el estudio cede frente a la calle. Pasea por la ciudad en busca del hombre común. Su fotografía, influida en este sentido por su amigo personal Bernard Shaw, pretende captar los tipos y clases sociales británicas. Sus imágenes, producto de una profunda reflexión psicológica, reflejan una personalidad pura, lo que aporta carácter al personaje. ¿Por qué unos triunfan y otros no? Con sus retratos de poder, Hoppé se pregunta qué es aquello que hace que unos lleguen a lo más alto y otros desciendan al olvido.

La exposición que se inaugura mañana la sala de exposiciones AZCA de la Fundación Mapfre en Madrid, titulada E.O. Hoppé. El estudio y la calle, es la versión española de la muestra realizada en la National Portrait Gallery de Londres el año pasado, en la que también colaboraron la E.O. Hoppé Estate Collection y Curatorial Assistance. Dividida en cuatro secciones, la muestra traza una visión global de la importancia de los géneros en la obra de Hoppé: El estudio, La Calle, Las Bellas y Los tipos.

El retrato

Dentro de la producción de Hoppé, el retrato es el género más característico. A medio camino entre el pictorialismo ensoñador y el modernismo, optó por concentrase en el sujeto y, más concretamente, por reflejar su perfil psicológico. La belleza queda siempre en un segundo plano.

Hoppé preparaba las sesiones de manera concienzuda. Nada quedaba al azar. Se documentaban de manera profusa y con la intención de que la imagen obtenida descubriese todo aquello que era relevante para el retratado. En el estudio, procuraba lograr un clima de complicidad, de mutua confianza, y sólo en ese momento disparaba.

El resultado: unos primeros planos rigurosos, en los que se prescinde de todo aditamento, de fondos y decorados, y se incorporaba sólo aquello que aportase información: en ocasiones, la mirada; en otras, las manos, algo que le diferenciaba de sus contemporáneos. El propio Hoppé confiesa en su biografía: “Las expresiones faciales se pueden controlar, pero de las manos es frecuente olvidarse” (A Hundred Thousand exposures, 1945).

Las bellas

En 1922 Hoppé publicó The Book of Fair Women (El libro de las bellas), donde se recogen 32 retratos femeninos que ponían en cuestión el canon de belleza occidental, al equiparar razas y grupos sociales, tahitianas pobres, con ricas y caucásicas ladies británicas. El libro originó un gran revuelo, más si tenemos en cuenta que en Hoppé coincidían la fama de retratista de la buena sociedad con la de ser un habitual de los concursos de belleza. Con el paso del tiempo, su mirada progresista y adelantada a su tiempo fue entendida como uno de los grandes hitos de la fotografía del siglo XX.

Los tipos

Aquí se recogen las fotografías publicadas en Taken from Life (1922) y London Types (1926), libros en los que Hoppé, a diferencia de los retratos presentes en la sección El estudio, va más allá del individuo para captar a aquél que constituye el estereotipo de un grupo social determinado. Formalmente también son diferentes: se circunscriben a mostrar la cabeza o el busto, con la intención de conseguir que la imagen del personaje sea lo más intensa posible.

La calle

En esta sección encontramos las fotografías que Hoppé publicó en Weekly Illustrated, entre 1928 y 1937 Frente a la reflexión del retrato, prima aquí la captura del momento. En las calles de Londres encontró un espíritu cosmopolita y multicultural que supo interpretar con un fino sentido del humor del que no se escaparon ni los grandes iconos de la ciudad: los bobbys, el British Museum o la arraigada costumbre del té de las cinco.

Hoppé utilizaba una Kodak Brownie escondida en una bolsa de papel -un recurso similar al que años después recurrirán en Walker Evans y Helen Levitt en sus excursiones por el metro de Nueva York-, que pronto abandonó por una Leica, más ligera y cómoda, que le permitía reaccionar con mayor rapidez. En la fotografía de calle, el éxito y el reconocimiento social que presiden los retratos ceden ante la experimentación artística que en muchas ocasiones refleja lo excéntrico, lo absurdo e incluso lo grotesco.

 

 

Madrid. E.O. Hoppé. El estudio y la calle. Sala Azca de la Fundación Mapfre.

Del 7 de marzo al 29 de abril 2012.

Comisario: Philip Prodger.