Autodidacta, sordomudo y analfabeto, artista del medio rural, Castle formuló un imaginario propio inspirado en la cultura popular que le rodeaba. Cuenta con una prolífica obra, con cerca de doscientos mil objetos, producto de una frenética actividad artística desarrollada a lo largo de casi setenta años. Sus dibujos, esculturas y libros gozan de una estética muy identificable. Para la realización de gran parte de su obra utilizaba materiales reciclados: envases, folletos comerciales, panfletos religiosos, facturas… El signo distintivo de los mejores dibujos de este artista es una economía de medios y de producción, puesta al servicio de la investigación de los estilos pictóricos.
Economía de medios
Nacido en el Estado de Idaho, James Castle vivió al margen del mundo del arte: su producción artística, concentrada en dibujos con saliva y hollín, construcciones de cartulinas coloreadas adheridas con cuerdas y libros realizados a mano no poseen título, ni fecha, ni indicación que revele cronología alguna. La incógnita que supone esta técnica heterodoxa y la alteración de las herramientas de clasificación artística, queda subrayada por el hecho de que nunca concedió ninguna entrevista ni realizó comentario alguno que aclarara su obra.
La enorme producción artística de Castle fue conservada gracias a su cuidadosa y obsesiva perseverancia, lo cual no deja de resultar extraño en un artista que nunca demostró especial querencia por el mundo del arte profesional. Su reconocimiento se produjo ya en los noventa de la mano de nociones como «arte marginal», las cuales potenciaban lo biográfico por encima de las cualidades propias de su obra. Su personalidad, su sordera y el hecho de que fuera prácticamente analfabeto fueron factores importantes que intervinieron en la atención que generó como «artista salvaje-naïve» de mediados del siglo XX. Sin embargo, su obra refleja un especial interés por las posibilidades de la representación visual contemporánea: su tendencia hacia la esquematización y el diseño de sus dibujos, la dimensión siniestra de sus objetos tan cotidianos y foráneos al mismo tiempo, o el interés por representar fragmentos arquitectónicos como si se trataran de proyecciones del organismo humano revelan unas cualidades alternativas al régimen visual de la segunda mitad del siglo XX.
Espacios familiares
Del mismo modo, una de las cualidades más importantes en la obra de Castle era la presentación que él mismo hacía de sus obra en espacios improvisados, como graneros abandonados, donde distribuía las obras con informal organización para la visita de familiares e invitados. La disposición de las obras en espacios familiares también era objeto de algunos de sus dibujos gracias a los cuales se refleja que la teatralidad de la representación visual era un asunto de extrema importancia en su obra, algo en lo que curiosamente coincidía con los intereses de las tendencias más avanzadas del momento como el minimalismo.
El impulso para mostrar y almacenar en el caso de este artista se convierten eje de esta exposición de igual título, que revela una obsesión que pretende ir más allá de la proyección mítica que un artista como James Castle tuvo.
Madrid. James Castle. Mostrar y almacenar. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía [1].
Del 18 de mayo al 5 de septiembre de 2011.