Capaz de mirar como un niño, de sacar de ellos interpretaciones insólitas llenas de espontaneidad y frescura, capaz de hacernos sentir que asistimos a diálogos surgidos de la boca misma de la infancia, Kore-eda nos instala en el mundo de la ilusión, una ilusión que, como casi todas, tiene un punto de utopía.
En esta ocasión se sirve de los trenes, elemento fundamental en el día a día de Japón. Los pequeños separados, tan distanciados, ven en la inauguración de una nueva línea ferroviaria que une sus dos ciudades, la posibilidad de que, aferrándose a una antigua creencia, surja el milagro y allí donde los trenes se crucen se formule un deseo que se cumplirá. Los dos hermanos traman un plan en el que tienen que participar conocidos, amigos y familiares. El deseo es la reunificación. El deseo se llama milagro y… ¡los milagros existen!
Casi sin que nos demos cuenta llegamos a sentirnos en el centro de emociones sutiles que se parecen a los pasteles que el abuelo de los niños de la película regala, suavemente dulces para ser saboreados por paladares hechos que saben apreciar mucho más que burdas sobredosis de azúcar.
Cuando queremos reaccionar formamos parte de la causa y esos niños verbalizan lo que ansiamos. Queremos estar ahí, que esos trenes se crucen, que el milagro se cumpla y Kiseki sea una realidad que nos ayude a creer en los sueños.
Kiseki; no se pierdan esa mágica posibilidad.
Kiseki (Milagro) [1]
Dirección: Hirokazu Kore-eda
Intérpretes: Joe Odagiri, Ryoga Hayashi, Seinosuke Nagayoshi y Oshiro Maeda
Japón / 2011 / 128 minutos