Este óleo sobre lienzo de 147 x 95 cm fue adquirido por la escritora y coleccionista estadounidense Gertrude Stein, después pasó a la galería de Daniel-Henry Kahnweiler, quien en 1913 la vendió al coleccionista ruso Ivan Morozov. Tras la Revolución, la colección de Morozov pasó a formar parte de las colecciones estatales, distribuyéndose mayoritariamente entre los dos grandes museos públicos rusos: el Pushkin de Moscú, que gracias a esta adscripción sumó esta obra de Picasso a sus colecciones en 1948; y el Hermitage de San Petersburgo, algunas de cuyas obras se podrán ver también en Madrid en la próxima exposición El Hermitage en el Prado [1], que en noviembre permitirá su reencuentro temporal.
Renovación de la pintura
Dada la importancia que La acróbata de la bola tiene para el Museo Pushkin, únicamente ha sido prestada en cuatro ocasiones, siempre con motivo de grandes exposiciones internacionales, siendo las más recientes las dedicadas Picasso en la Tate Gallery de Londres en 1960 y la gran antológica inaugurada con motivo del 90 aniversario de Picasso en el Museo del Louvre de París en 1971.
Para la directora del Pushkin, Irina Antónova, «en nuestro país, Picasso no es sólo un pintor, sino un reformador, la figura en torno a la que se concentró ese paso grandioso y dramático, la transición radical que representó la Vanguardia protagonizada en Rusia por figuras tan importantes como Malevich y Kandinsky».
Sobre la importancia de Picasso para Rusia, destaca también la gran sensación que causó la primera exposición que se le dedicó en este país en 1956, con obras enviadas por el propio artista y por el escritor ruso Iliá Erenburg, amigo personal de Picasso. Para Antónova, esta muestra supuso la definitiva consagración como «pintor brillante» de un artista hasta entonces bastante controvertido para los rusos.
Historia de la obra
Desde 1904, Picasso visitaba a menudo el Circo Medrano, instalado cerca del estudio que el artista tenía en el Bateau-Lavoir, en Montmartre. La afición al circo se había desarrollado ya entre los pintores impresionistas atraídos por su luz y su movimiento. Sin embargo, la aproximación de Picasso tiene un carácter más universal y profundo. A través de las simbólicas figuras del circo, el pintor realizó una reflexión sobre la vida del artista y la vinculó a su investigación sobre los problemas fundamentales de la pintura.
Las dos figuras principales de esta obra revelan los polos del arte de Picasso, la creatividad y la fantasía, por un lado, y la seriedad y el rigor, por otro. La acróbata de la bola, presente también en otra pintura importante de ese momento, Los saltimbanquis (The Baltimore Museum of Art, The Cone Collection), muestra el temperamento de juego propio del artista. Su amigo íntimo, el escritor Guillaume Apollinaire, la interpretó en términos de una danza estelar, alusiva a la radiante armonía del cosmos
La búsqueda de un estilo
Tras la intensa y melancólica expresividad de su época azul, en la nueva etapa rosa, desarrollada en París en 1905, Picasso indagó de un modo esencial sobre los aspectos más plásticos de la pintura: el dibujo, conciso y enérgico; la forma, cerrada y perfecta; y el volumen, muy marcado. Su búsqueda se orientó así hacia un rumbo muy distinto al de los jóvenes artistas franceses, fascinados por el colorido violento del fauvisme.
El artista malagueño, necesitado por entonces de materiales, reutilizó uno de sus lienzos grandes en el que había pintado un retrato del pintor Francisco Iturrino (1864-1924), del que existe testimonio fotográfico y radiográfico, y que se había expuesto en 1901 en la galería Ambroise Vollard, en París, durante la primera muestra de Picasso, que compartió con el propio Iturrino.
Cuidado equilibrio La composición de La acróbata de la bola, que Picasso estudió en varios dibujos preparatorios, revela un cuidado equilibrio entre la ligereza de la acróbata y el peso del atleta. La esfera y el cubo en los que, respectivamente, se apoyan, realzan aquellas cualidades y el consiguiente contraste entre ambas figuras. Por otra parte, son sólidos geométricos asociados desde antiguo, en la tradición platónica, a las características de perfección y estabilidad. Además, la muchacha aparece pintada casi en dos dimensiones, lo que resalta su ingravidez frente al volumen, modelado por las gradaciones de luz y sombra, del hombre. El color, con calidades de pintura mural en una gama restringida de rosas y ocres, y el depurado paisaje del fondo, que se ha relacionado con los de la infancia malagueña del artista, contribuyen de modo decisivo a la esencialidad de la obra. |
Madrid. La obra invitada: La acróbata de la bola de Picasso. Museo del Prado [2].
Del 16 de septiembre al 18 de diciembre de 2011.