Guillermo Solana. Este proyecto, que podrá visitarse hasta el 31 de enero de 2010, está dedicado a la representación artística de los tormentos de la pasión: el lado oscuro del deseo sexual. 

El libro homónimo que inspira esta muestra fue editado en 1961, si bien tiene mucho que deber a dos textos anteriores del autor publicados en 1957, como son La literatura y el Mal y El erotismo. En ellas, el humanista y pensador francés diseccionaba los mecanismos vitales que permiten al ser humano tomar conciencia de su propia condición.

Secretos de alcoba

A ojos de Bataille, el hombre forma parte de una historia antropológica y religiosa, donde la sexualidad termina siendo algo más que una cadena natural para el desarrollo de la especie. Así, el erotismo, imaginado y figurado a lo largo de todas las épocas y rincones del planeta, pasa a ser una creación específica del fino y delicado pincel del intelecto. Vida, muerte. Arte.

La muestra conjunta del Museo Thyssen-Bornemisza y la Fundación Caja Madrid tiene en cuenta, a lo largo de su heterogéneo recorrido entre 119 obras, esa tensión del deseo que habita entre lo que de bestias y señoritas tenemos los seres humanos. Iconos de conocimiento e iconos de sensación, las obras de arte son el reflejo de un cuerpo sin cabeza en el que, paradójicamente, terminamos depositando ese mismo placer que de ordinario mutilamos, cohibimos o, vulgarmente, convertimos en secretos de alcoba.

Cuerpo decapitado

La vida del hombre sin cabeza es corta, pero su muerte es infinita. Georges Bataille (1897-1962) pasó su etapa formativa entre viejos legajos y textos religiosos. Aspirante a sacerdote y seminarista, abandonó pronto los cánones viciados de una secta caduca para fundar la suya propia en torno la revista Acéphale, publicación de también corta vida (únicamente cinco números se editaron entre 1936 y 1939) pero de dilatada influencia en muchos ismos estéticos y filosóficos de la segunda mitad del siglo XX.

Aquella enigmática publicación, ilustrada con los famosos grabados de André Masson, se vinculaba también a otro ámbito cultural llamado Collège de Sociologie (Colegio de Sociología), una especie de conciliábulo abocado a la reflexión sobre una época precipitada al abismo de la II Guerra Mundial.

Aquellos acéfalos, inmersos a lo largo de sus conferencias y publicaciones en una nueva mística ritual del pensamiento que conectaba con ciertas inquietudes del Surrealismo, fueron, además del propio Bataille, Pierre Klossowski, Roger Caillois, Jean Wahl, Jules Monnerot y Jean Rollin. La frase: “Es el tiempo de abandonar el mundo de los civilizados y su luz”, aparecida en el primer número de aquella enigmática revista, traducía ya el sentido de aquellos inquietantes dibujos de Masson, donde un cuerpo decapitado se erguía triunfante en una rara ceremonia de muerte. Quizá ritual, seguramente complejo símbolo del hombre ante lo que Bataille denominó “algo más que un vacío agitado”. Aquel cuerpo, perfilado por Masson como algo totémico, cósmico, destructivo y generador de una vida otra, puede servir como introducción al ámbito fundamental del pensamiento de Georges Bataille en lo que respecta a este itinerario por sus Lágrimas de Eros en el Museo Thyssen-Bornemisza.

Posibilidades representativas de la sensualidad

Bataille fue consciente en sus análisis de los muchos destinos y posibilidades representativas de la sensualidad. Guillermo Solana, director artístico del Thyssen-Bornemisza y motor de esta iniciativa, ha tenido en cuenta ésto y ha elaborado una exposición que clasifica los distintos mitos de Eros en un amplio arco de estilos y  cronologías no lineales, desde el Renacimiento, el Barroco, el Romanticismo, el Simbolismo o el Surrealismo.

De Courbet a Man Ray, de Jean Broc a Avigdor Arikha, pasando por Bronzino o Edward Burne-Jones, se da forma a un universo cosido por la seducción de la mirada. Seducción y estrategias fatales, por cierto, bien adivinadas en posteriores analistas de la posmodernidad, como el filósofo Jean Baudrillard (1929-2007) quien, de un modo u otro, puso después de Bataille el acento en todo este pleonástico parnaso de confluencias del deseo que es la representación. Erotismo, en definitiva, que canoniza los fetiches y congrega a Eros y Tánatos e, incluso, a Morfeo, tal y como podemos ver en la obra de Sam Taylor-Wood.

Releernos a nosotros mismos

La reiteración de cuerpos expuestos (pálidos, esquivos, turgentes, ofrecidos) son filtrados por la mitología clásica o la Biblia a través de la mirada de los distintos artistas, gracias los cuales se ha enunciado un discurso que va desde el Pecado Original y la tentación hasta la consumación y placer erótico del ritual de la muerte. Y si bien el género femenino se ve, por razones obvias, focalizado en la mayor parte de las obras expuestas, no se dejan a un lado otro tipo de visiones, para muchos, seguramente, más deliciosas y refinadas como La muerte de Jacinto (1801), de Jean Broc.

Las lágrimas de Eros es una de las grandes citas de otoño en Madrid. Su manifiesta pretensión divulgativa y su canto a Dionisos no empañan ni desmerecen el específico papel que cumple en los actuales tiempos de crisis. Es una exposición que, sin duda, avivará los ojos de los nuevos espectadores del arte y, específicamente, nos obligará a releernos a nosotros mismos.

Madrid. Las lágrimas de Eros. Museo Thyssen-Bornemisza.

Del 20 de octubre al 31 de enero de 2010.