Recorrer la obra, la trayectoria artística de Gal, esa mujer que consiguió ser feliz pintando en los oscuros años de la posguerra, que logró ser ella misma frente a todos los obstáculos que imponía la sociedad franquista, es todo un descubrimiento. Un descubrimiento porque, pese a haber ocupado un lugar de honor en el arte español de su tiempo, pese a haber sido una de las pocas creadoras que brilló en un mundo dominado por hombres, pese a haberse alzado como la primera mujer que consiguió el Premio Nacional de Pintura en 1959, su nombre cayó en el olvido, del mismo modo que el de María Blanchard y, en menor medida, el de Maruja Mallo o Remedios Varó, todas injustamente lejos del gran público, pero cada vez más cerca, eso sí, de esos seguidores curiosos, inconformistas, deseosos de conocer las sendas ocultas, paralelas, alternativas del arte.
La calidez de sus interiores
Menchu Gal está ahí y su sensibilidad le pone en contacto con tantos otros espíritus inquietos, capaces de conectar con la calidez de sus interiores, con el olor a sal de sus paisajes marinos, con esos trozos de exterior atrapados en los que se siente el latido de la vida. Sus obras invitan al espectador a caminar con ella, a seguir sus huellas y a trazar un mapa de afinidades compartidas en el que cada cual elaborará su propio itinerario partiendo de sus anhelos, de sus gustos y querencias.
Si algo provoca la obra de la artista vasca, más allá de temáticas, más allá de su expresión a través de corrientes como el cubismo o el fauvismo, es la sensación de cercanía. Dan ganas, sí, de habitar en esas estancias interiores en las que alguien lee apaciblemente o donde las figuras humanas, ausentes, han dejado la calidez de sus palabras, de sus sonrisas, de esos gestos cotidianos tras los que se esconde esa auténtica felicidad que tantas veces pasa desapercibida.
El alfabeto de su corazón
Menchu Gal pintó bodegones, interiores, paisajes, retratos, pero tomara el camino que tomara siempre buscó reflejarse, tomar los pinceles y expresarse con ellos, como si sintiera que los colores, las texturas, fueran el alfabeto de su corazón. Si algo caracteriza a sus óleos es la no frialdad, la sensación de que detrás de cada pincelada la artista dejó un poco de sí misma, una suerte de energía positiva que continúa latente.
Habrá quienes al contemplar su Bahía nocturna se imaginarán dentro de la historia dibujada, soñadores en busca de la calma que siempre imponen las barcas varadas, la arena blanca, el arrullo sagrado del mar cuando apenas se perciben otros ruidos. Habrá quienes al asomarse a su Acantilado percibirán la pesadilla de los abismos, el vértigo de lo abrupto. Y también quienes quieran atravesar El puente y llegar al fondo del misterio que se oculta tras la serenidad y el equilibrio de la escena.
Abstracción paisajística
Menchu Gal plasma el repetido milagro de la vendimia, sobrevuela azoteas, se extasía ante los atardeceres, se adentra, nos adentra, en el “gran bosque” de los cuentos, ese en el que todo es posible, y es capaz de obligarnos a contar las nubes y a deleitarnos con los distintos tonos de la tierra en su maravillosa Abstracción paisajística.
Sus geografías más interiorizadas, las que arrancan del sólido tronco del árbol de su infancia, son las del Norte, panoramas de Irún, Fuenterrabía, Baztán, Elizondo, Bidasoa, San Juan, el Cantábrico y esos montes escuetos y verde mojado que definen el mapa de sus vivencias, pero también alarga las ramas de su afectividad hacia los parajes de Castilla, llenando de franjas de alegres colores unas llanuras recostadas que invitan a la expansión del espíritu.
Reivindicación de la inocencia
Hay composiciones tradicionales como Plaza del Ensanche (Irún), Fuenterrabía, o Paisaje castellano VI, pero también estallidos de libertad y de sutileza que marcan su sello personal como Bodegón con sandía y otros objetos o Pueblo II, donde nos introduce nuevamente, como en el bosque, en parajes de cuento infantil. En el trayecto nos encontramos también con composiciones cercanas a lo “naif”, caso de Bodegón con pajarito o Bodegón con figuras y tulipanes, fechadas en la última etapa de su vida, y que pueden leerse como una vuelta a la infancia, como una reivindicación de la inocencia. El camino no es monótono, varía, se renueva, cambia y se bifurca en múltiples senderos como la obra de Menchu Gal.
Durante la siete décadas que abarcó su trayectoria artística, Gal presentó cerca de 70 exposiciones individuales y participó en más de 200 colectivas. Fue la primera mujer a quien se le otorgó el Premio Nacional de Pintura (1959) y representó tres veces a España en la Bienal de Venecia y otras exposiciones internacionales.
Valencia. Menchu Gal. Un espíritu libre. IVAM.
Del 9 de febrero al 6 de mayo de 2012.
Comisario: Rafael Sierra.