La ingravidez de los cuerpos informes que a menudo flotan en el centro o a los lados de sus composiciones, como si fueran porciones acuosas, pétreas o filiformes de un paisaje o fragmento de éste, causan cierto desconcierto al mismo tiempo que sirven de referente a la visión, ratificando con su presencia los acompasados silencios o ausencias de un lugar indeterminado invadido por la luz totalizadora.
Inmensidad inabarcable
Sin embargo, dentro de esa inmensidad inabarcable, la artista no prescinde de cierto naturalismo al detenerse en pintar las sombras que dichos elementos vitales proyectan sobre los espacios indefinidos. Quizá se trate de un intento desesperado por tender ese único puente de unión entre lo onírico y lo consciente, entre aquello que se fragua en el sueño y las pequeñas verdades de la realidad diaria.
En estas últimas pinturas de la artista madrileña la actitud introspectiva juega un papel fundamental hasta el punto de ser fruto de una profunda y prolongada meditación en torno al significado del acto de pintar así como de la pintura misma. Con todo, el drama que supone entregarse diariamente al arte, como hace Vicky Herreros, conlleva un sabio reto no exento de sufrimiento, una suerte de dolor gratificante, productivo, fructuoso, del que se desprende generosamente en sus obras.
Madrid. Vicky Herreros. Por el aire, el deseo. Galería Astarté [1].
Hasta el 28 de mayo de 2009.