La Fundación Gala-Salvador Dalí presentó ayer la obra en la sala Quan cau, cau del Teatro-Museo, donde se ha preparado una instalación que reproduce la presentación de la obra en el catálogo de su primera exposición, con un gran mármol que la sostiene y un fondo de cortina dorada.
Obra clave
El director del Museo, Antoni Pitxot, y la directora del Centro de Estudios Dalinianos, Montse Aguer, han explicado que este préstamo ha sido posible gracias a la política de colaboración que ha llevado a cabo la Fundación Dalí estos últimos años con las instituciones de arte más prestigiosas del mundo.
Este óleo, una de las obras más queridas del MoMA, es cedido en préstamo en muy contadas ocasiones, ya que es un claro exponente de la época surrealista más plena de Dalí y de un momento de transición, tanto personal como creativo del artista.
Inolvidable
Cuando finalizó este óleo, Dalí se lo enseñó a Gala y, según relató el mismo artista, esta aseguró: "Quien lo vea un instante no lo podrá olvidar nunca más".
Ese mismo año, la pintura salió de España y, aunque ha estado varias veces en el continente europeo, no había vuelto a nuestro país hasta ahora. Con el transcurso de los años la pintura se ha convertido en una imagen familiar que ha dejado huella en la historia del arte del siglo XX.
Importancia del paisaje
Dalí pintó el cuadro con tan sólo 27 años, pese a lo cual consiguió una imagen llena de misterio y simbolismo objeto de múltiples interpretaciones, a pesar de sus reducidas dimensiones: 24 x 33 centímetros.
En esta obra se hace evidente la importancia del paisaje en la obra de Dalí, ya que se reconocen con facilidad las rocas del cabo de Creus, los colores del cielo gerundense y el mar Mediterráneo, hasta el extremo de que, según Pitxot, se trata del paisaje de Portlligat. El paisaje plácido queda interrumpido por cuatro relojes, que marcan horas distintas y de los que tres son blandos y uno rígido, lo que ha permitido dar múltiples significados a la obra.
Uno de los blandos cuelga de la rama de un olivo seco, mientras que otro, también deformado, descansa sobre la figura amorfa que hay en el centro de la obra y que recuerda a El gran masturbador (1929). El último reloj blando se apoya en un mueble situado en el ángulo izquierdo y como contraste, un cuarto reloj, rígido, está cubierto de hormigas y colocado boca abajo.
La obsesión de los relojes
Dalí insinúa así la relatividad del concepto de tiempo y una de las preocupaciones más artificiales y abstractas inventadas por el hombre, la angustia de controlar el tiempo y el recuerdo de que todo es efímero y fugaz, además de reflejar una de sus obsesiones, la inmortalidad. Las hormigas, según explicó a Pitxot la hermana de Dalí, simbolizaban para el artista el remordimiento.
El recorrido de la obra empieza en París en 1931, en la galería Pierre Colle, poco después de ser pintada por el artista ampurdanés. Inmediatamente el galerista neoyorquino Julien Levy la compra y se la lleva a Nueva York, donde se expone en distintos museos de Estados Unidos antes de formar parte de la colección permanente del MoMA, que la recibe como donativo en 1934 de manos de Helen Lansdowne Resor, magnate de la publicidad y futura patrona del MoMA.