Precisamente, unas 120 velas latinas ondeaban sobre este mar en 1925. La pesca, en especial la de anchoas, era una de las principales formas de vida de este pequeño puerto catalán, que todavía conserva muchas de sus tradiciones. Cautivado por la vida local, Survage dio cuenta de todo ello en muchas de sus obras de la época de Colliure, donde las vendedoras de pescado y las porteadoras de anchoas ocupan un lugar central. También en esta exposición.
Tres lienzos de 1925, titulado cada uno de ellos con el nombre genérico de las Pescadoras, abren esta exposición. Representadas cual cariátides, muestran cómo Survage desde la abstracción intentó recuperar la tradición del clasicismo.
La muestra se despliega a lo largo de dos pisos de esta villa convertida en museo y está formada mayoritariamente por lienzos. Es en la sala dedicada a los dibujos donde se descubre cómo Survage fue capaz de resumir con un único y simple trazo la esencia de lo que veía (y vivía) en Colliure. También hay acuarelas que describen el juego de los tejados y la fisonomía de esta población costera, y que invitan al transeúnte a descubrir en el propio pueblo las perspectivas descubiertas en los lienzos del Museo.
La luz del Mediterráneo
Contradiciendo el deseo paterno, Survage se inició en la pintura en la Escuela de Bellas de la ciudad, donde descubrió a Manet, Gaugin, Matisse y los impresionistas. En 1908 dejó Rusia para ya no regresar, y se instaló en París, donde estudió en la Acadèmie Matisse y participó en las diferentes corrientes de la Escuela de París.
Acostumbrado a la luz rojiza del sol de invierno de Moscú, pronto se sintió atraído por la luz del Atlántico, primero, y la del Mediterráneo, después. Por motivos de salud, Survage no fue llamado a filas en la Pimera Guerra Mundial, por lo que se trasladó a Niza, donde descubrió la luminosidad del mar Mediterráneo. Aplicó pues una paleta reinventada (rosa, azul mar, azul cielo, verde oscuro, amarillo estridente, naranja intenso) y realizó una pintura onírica que, junto a De Chirico y Chagall, abrió el camino a la pintura surrealista.
La luz y los colores
De vuelta a París, en 1919, abandonó la sensualidad de los colores vivos por los tonos oscuros. Siguiendo los pasos de Picasso y Derain y entregándose también él al sentimiento de «haber llegado demasiado lejos», sintió la necesidad de encontrarse de nuevo con la tradición de la pintura, más allá de las invenciones del cubismo y el arte abstracto. El pintor volvió al tema académico y a la figura clásica, y rápidamente percibió la dificultad de esta fusión imposible entre el retorno a los orígenes y la modernidad.
Es en este contexto cuando se instaló en Colliure. Inmerso en la intensidad de la luz y los colores, Survage percibió el surgimiento de la tragedia antigua, la presencia viva de los mitos, entre el sol y la sombra. Como en el caso de Picasso, la luz de Cataluña resucitó en él el mito griego. Tras liberarse poco a poco de los preceptos neoclásicos, Survage utilizó Colliure como pretexto, incluso como elemento revelador, para participar en la trayectoria creativa, plástica e intelectual de la época.
Colliure (Francia). Los años en Colliure: 1925-1932. Musée d’Art Modern.
Hasta el 30 de septiembre de 2012.
Comisaria: Joséphine Matamoros y Daniel Abadie.