Hoy, el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid abre hoy al público su exposición más importante de la temporada, una muestra que dedicada al tramo central de su vida y obra que se compone de ochenta pinturas, esculturas y dibujos procedentes de algunas de las instituciones y colecciones particulares más importantes del mundo, que muestran uno de los períodos menos estudiados del autor francés: el comprendido entre 1917 y 1941.
Líder de la modernidad
Discípulo de Gustave Moreau, conocido de Renoir, Picasso, Derain o Vlaminck, amigo de los alumnos de Bonnard y admirador de Gauguin, Cézanne o Rodin, este hijo de comerciantes, que dejó su carrera de Derecho para ingresar en la Escuela de Bellas Artes, comenzó su trayectoria artística realizando copias en el Louvre y practicando el dibujo del natural, unos inicios artísticos que habrían supuesto un gran orgullo para cualquier defensor de lo clásico de no haber sido por la influencia que tuvieron en su época los autores impresionistas.
Matisse se dejó llevar por esta moda pictórica practicando esporádicamente el divisionismo hasta 1905, año en el que su estilo se aclaró, comenzó a suprimir detalles, a simplificar las formas y a usar subjetivamente el color para consagrar definitivamente el triunfo del postimpresionismo y fijar el punto de partida del arte moderno con La alegría de vivir, una obra donde la visión que da de la mujer –positiva y lúdica– se acerca en gran medida a la que tradicionalmente ofrecía el tema de “la bacanal”. Este hito histórico erigió a Matisse en el líder del nuevo ambiente artístico emergente de la capital francesa, conocido como fin-de-siècle; tanto, que la réplica de Picasso –que necesitaba a toda costa pintar algo que le parangonase con Matisse– fue ni más ni menos que Las señoritas de Aviñón.
Este formidable ataque de Matisse contra la representación mimética y la tradición clásica tuvo un efecto devastador en la crítica, que jamás entendió su desinterés por el acabado y sus colores chillones. Pero, claro, Matisse era un “salvaje”, una “fiera”, un fauve con todas sus consecuencias, como sus compañeros de batalla Derain y Vlaminck, con quienes compartió este movimiento renovador.
El lujo de la pintura
Con este panorama, Matisse cerrará su primera etapa en 1917 para comenzar su período más largo y el menos estudiado, cuyas obras –aseguradas con la garantía del Estado por un importe de 365 millones de euros– se pueden ver hasta el 20 de septiembre en las salas del Museo Thyssen. Fueron unos años marcados por la sombra de la Primera Guerra Mundial y la premonición de la Segunda, una época de creciente implantación pública para el ya establecido arte moderno, donde Matisse ocupó, junto a Picasso, un lugar central; pero también una etapa donde aparece un Matisse más maduró, vanguardista y conformista, artísticamente radicalizado, no menos ambicioso pero sí más íntimo.
El comisario de la muestra, Tomás Llorens, aporta como clave para entender la obra de Matisse su asociación con el lujo; un lujo referido al placer de pintar, a una etapa donde el autor se centró en su intimidad, alejado del mundo en su residencia de Niza, y en el lujo de dibujar y hacer arte en una etapa eclipsada por las dos grandes guerras y sus consecuencias sociales.
La exposición comienza con Pintura y tiempo, un primer apartado que cuenta con cuadros realizados en los primeros años de Niza en los que la luz del sur, reflejada en el mar, ilumina habitaciones vacías u ocupadas por lejanas figuras femeninas en reposo. Como en los cuadros de Vermeer, el motivo dominante es, en último término, la ventana, una figura que desde el Renacimiento ha sido para los pintores un paradigma de la pintura.
La evolución del maestro
A continuación, Paisajes, balcones y jardines muestra cómo la exploración del espacio exterior permite a Matisse cuestionar la herencia del Impresionismo. Frente al ojo pasivo del pintor impresionista, que trata de sumergirse en la naturaleza y fundirse con ella, Matisse encuadra frecuentemente su motivo desde un balcón o una ventana y subraya la distancia del horizonte, la artificiosidad de la ficción pictórica.
Intimidad y ornamento es el tercer título que puede encontrar el espectador en esta exposición, donde las escenas de interior, pintadas a puerta cerrada, son teatros en miniatura en los que la relación del pintor con sus modelos se depura como en un laboratorio. La mirada se extravía entre espejos, flores, sedas, joyas y cabelleras, y en el arabesco que dibuja la mano sobre la tela, acechan, como en los poemas de Baudelaire, el deseo, el desasosiego y el desmayo.
El apartado siguiente, Figura y fondo, permite contemplar obras realizadas en un período en el que Matisse sigue una rígida rutina. Por las mañanas, pinta en el estudio con la modelo posando en un estrado revestido de telas musulmanas; por las tardes, dibuja reproducciones de estatuas de Miguel Ángel en la academia local. La bidimensionalidad sofocante de los fondos compite claramente con el volumen, el peso y la corporeidad de las figuras.
La transición al final
La quinta sección muestra, bajo el título Forma, cómo el desnudo se establece finalmente en el centro de la atención del pintor. Es el espejo lo que le ayuda a ahondar en los valores de la forma pictórica. Matisse lo estudia sistemáticamente, alternando la pintura con el dibujo y la escultura.
Finalmente, el logro más claro de la "pintura de intimidad” será la estatua Gran desnudo sentado (1922-29), inspirada en los desnudos realizados por Miguel Ángel para la Capilla Medici de Florencia.
El registro cambia súbitamente en 1930; de la intimidad de los interiores domésticos, Matisse salta a la pintura decorativa y con ella al desnudo heroico. El período 1930-33 es un paréntesis dominado por una fuerte tensión entre dos polos contrapuestos: la forma estática, monumental, cristaliza escultóricamente en Desnudo de espaldas IV (1930); la forma en movimiento, luminosa, pictóricamente en La Danza (1930-33) de la Fundación Barnes.
Además, también se dedica un apartado a Une sonore vaine et monotone ligne (Una línea monótona, vacua y resonante), poema de Mallarmé que dio como resultado una de sus mejores pinturas murales y sobre el que vuelve a trabajar el artista a partir de 1935.
La exposición, y por tanto, su etapa central finaliza en los primeros años de la década de 1940, con Temas y variaciones (1942), dibujos que el pintor agrupó bajo este título y en los que las figuras son cada vez más absortas en sí mismas, más nocturnas e inalcanzables. A partir de aquí, Matisse comenzará una tercera etapa que acabará el año 1954 con su muerte en su apartamento de Niza.
Madrid. Matisse (1917-1941). Museo Thyssen-Bornemisza.
Del 9 de junio al 20 de septiembre de 2009.